Según establece la Ley Nacional que aborda la Educación de estudiantes con discapacidad, ellos tienen derecho a estudiar en escuelas comunes y a recibir los apoyos que sean necesarios para transitar sus procesos de aprendizaje y participación. De esta pauta, se desprende también el derecho a recibir la certificación de sus estudios concluidos, tanto en el nivel primario como en el secundario.
Sin embargo, en el plano cotidiano lo ideal todavía es un norte por alcanzar. Son dos las problemáticas que frecuentemente se presentan: por un lado, las barreras burocráticas y de reticencia con las que deben lidiar los familiares de los chicos al momento de intentar inscribirlos en una escuela común. Por otro, integrar un equipo de profesionales al proceso de formación supone altos costos que las familias con escasos recursos económicos no pueden afrontar, o les significa difíciles obstáculos.
Desde el Estado se está desarrollando un notable cambio de paradigma, que tiene como eje prioritario la inclusión en todos los niveles. Por supuesto, con fallas y aciertos, ya que aún no son suficientes los recursos -tanto humanos como económicos- para cubrir todas las necesidades que se presentan en las instituciones educativas y en el entorno general de las personas con discapacidad.
“Yo trabajo en territorio desde hace más de 20 años y he notado un cambio significativo desde lo cualitativo y cuantitativo en cuanto a la inserción e inclusión de estudiantes con discapacidad en el sistema educativo”, opinó Myrian Báez, magíster en Psicopedagogía y profesora en Educación Especial en diálogo con PRIMERA EDICIÓN. “Desde el 2015 con las nuevas normativas todo esto comenzó a modificarse paulatinamente, de hecho en la provincia contamos con una Dirección de Educación Especial a través de la cual se canalizan algunas demandas”, agregó.
Aunque reconoció que es un camino que está en plena construcción y llevará tiempo constituirse con total eficiencia. Dijo que todavía se necesitan instituciones flexibles con formación docente desde el modelo inclusivo y que el sistema responda “desde la estructura”, no solo desde los cambios arquitectónicos para que una persona acceda al espacio físico, “sino que también trabaje la cultura inclusiva en todos los sentidos”, es decir, en la escuela pero también a nivel macro social y político.
“Todo el sistema educativo debería bregar por una educación de calidad y dejar de lado eso de jactarse de ser aparentemente inclusivos y seguir con prácticas integracionistas, donde aquel que puede, puede, y el que no puede se queda afuera”, apuntó.
Trayectorias educativas ¿En escuelas comunes o especiales?
En palabras de la especialista “a partir de una propuesta general del Estado” en los establecimientos comunes debería ingresar cualquier estudiante, con o sin discapacidad. Sin embargo, ante el caso de un sujeto que se sienta beneficiado con la modalidad de educación especial y necesite un abordaje complejo en cuanto a lo metodológico y sus posibilidades de avanzar, sí se considera como una opción su ingreso a una institución especial, “a veces es un por tiempo transitorio y no permanente, depende la situación”, aclaró.
“Entonces la gran mayoría de estudiantes con los apoyos necesarios deberían estar dentro de la escuela común, pero a veces todas las condiciones a nivel escolar, infraestructura y formación docente no están dadas, por lo que la garantía para que ese chico permanezca en la escuela se hace cuesta arriba”.
Entre obstáculos institucionales y la falta de recursos
Las trabas comienzan, en muchas ocasiones, desde que el niño o niña intenta ingresar al nivel inicial. Báez contó que constantemente reciben a padres que manifiestan estar teniendo problemas con la inscripción de sus hijos y también con sus trayectorias escolares. “Hay muchas escuelas que solicitan acompañamiento y creo que no pasa por la mala voluntad, sino que a veces surgen miedos y barreras actitudinales, son cambios lógicos”, opinó.
En esta instancia emergen las dificultades que se intensifican para aquellas familias que por distintas razones no pueden costear los honorarios de un equipo profesional que acompañe al estudiante o no cuentan con algún tipo de cobertura. La psicopedagoga señaló que, por ejemplo, quienes tienen obra social generalmente reciben los apoyos externos necesarios que le garantizan al joven una atención integral, específica y personalizada.
Por el contrario “desde el sistema educativo estas posibilidades son absolutamente acotadas, entonces el abordaje es diferente y todos los procesos se hacen de manera sistemática, pero no permanente o particular sobre el sujeto. También lo ideal sería que el docente esté preparado en otras metodologías o en todo caso que tenga un auxiliar, pero no siempre se puede“, explicó.
Entre las barreras que deben atravesar, se ubican los chicos que “ni siquiera tienen un certificado de discapacidad o un diagnóstico”. De esta manera todo se vuelve más engorroso “porque arribar a un diagnóstico es plata y tiempo, y ahí también hay que insistir en que se solidifique la red de trabajo entre escuela y salud. Porque se necesita algún tipo de documentación para la intervención pedagógica“, agregó Báez.
Inserción y permanencia en las escuelas
Myrian, que además de psicopedagoga es docente en Educación Especial, relató que registran muchos egresados de primaria y secundaria. Reciben los títulos correspondientes, solamente que en la documentación se aclara si el estudiante cursó de manera común o necesitó algún proyecto pedagógico individual para cumplir la trayectoria.
El panorama de permanencia o deserción escolar varía en Misiones. Si bien en Posadas funcionan las Escuelas Especiales de Formación Integral donde asisten principalmente adolescentes, “en el interior de la provincia esto no sucede”, apuntó. Allí las escuelas “focalizan su trabajo en la primera infancia y en las primarias y no pueden sostener toda la trayectoria necesaria”, es por eso que “algunos estudiantes después asisten a las escuelas de adultos donde reciben albergue y tratan de revincularse para terminar sus estudios”.
Desafío y compromiso
Está claro que cada núcleo familiar atraviesa experiencias diferentes al momento de transitar la tapa de escolarización de sus hijos con discapacidad; aún así hay situaciones comunes que usualmente deben atravesar, sea cual sea la posición socioeconómica en la que se encuentren. En comunicación con este Diario, dos madres relataron su trayectoria junto a sus hijos en el marco de la educación formal en la provincia.
“Cuando empezó la escuela -nivel inicial- no se sentía integrado, no por sus compañeros, sino a nivel curricular, porque no estaba comprendiendo la situación de juego o una consigna, y es ahí donde ellos también comienzan a sufrir el proceso de su discapacidad”, relató María Ester Brítez, madre de Guillermo Brítez, a quien a los dos años de edad le diagnosticaron hipoacusia severa.
Contó que los primeros años de la primaria asistió a una escuela común y lo acompañaba una profesora para sordos a fin de adaptar los contenidos. Pero los profesionales sugirieron que debía continuar en una escuela específica acorde a su discapacidad auditiva. Fue así que ingresó a la Escuela Especial N°10 de Sordos e Hipoacúsicos (Avenida General Las Heras 2199), donde “su formación mejoró notablemente y logró integrarse son sus pares”, recordó María Ester.
“Esta escuela fue importante en su etapa primaria y está muy bien equipada, muy pocos padres conocen y es pública. Las maestras tienen orientación especial para sordos. Allí mi hijo pudo interactuar con sus pares, eso les hace muy bien porque aprenden y progresan”, agregó.
Guillermo siempre contó con el apoyo de profesionales externos acorde a su discapacidad y el acompañamiento constante de su familia; de hecho, su mamá hizo la carrera de Lengua de Señas para consolidar la comunicación mutua. Él asistió dos años a un centro de alfabetización de sordos adultos para hacer una nivelación antes de ingresar a la secundaria. Esa etapa la culminó en una escuela común guiado por un intérprete que lo acompañaba en el aula. En 2014, recibió un trasplante coclear y actualmente, a sus 21 años, está cursando la Tecnicatura Superior en Actuación en la Escuela Normal Mixta de Posadas.
Aún así, su madre reconoció que desde el momento del diagnóstico el proceso de transitar las etapas de la vida junto a su hijo fue difícil, más bien, un desafío. Dijo que el aprendizaje era constante, porque ella tampoco conocía instituciones especializadas, a quién recurrir, cómo proceder, hasta que paulatinamente se fue empapando del tema para garantizar una buena calidad de vida a Guillermo.
“Pero también hay que admitir que muchos padres no conocen o no pueden informarse al respecto, no tienen la posibilidad de profundizar en la cuestión y los chicos no pueden comunicarse con sus propios padres porque ellos no saben la lengua de señas, por poner un ejemplo. Por ahí los servicios están, pero las familias no conocen o no saben usarlos o cómo solicitarlos”.
Aunque algunas iniciativas están puestas en marcha, Brítez señaló que quizás debería promoverse con más frecuencia la enseñanza a las familias o reforzar la difusión de información. “Se necesitan más cursos gratuitos y de fácil acceso, porque acceder a un profesional o a un intérprete específico cuesta dinero que muchas personas no pueden pagarlo”, opinó.
En la provincia funciona el Programa Provincial de Detección Temprana de Hipoacusia que se encarga del diagnóstico y otras varias aristas primordiales respecto a la discapacidad auditiva. Y, en otro orden, en agosto de este año comenzó a funcionar un curso de Lengua de Señas a cargo de la fundación Ñande Reko Ha, el cual se dicta los sábados por la mañana en el Club Racing de Posadas y está especialmente centrado en la instrucción a familiares; de todos modos, cualquier ciudadano puede sumarse.
“Decir que tu hijo tiene una dificultad es una barrera todo el tiempo”
El testimonio de Rosana Alejandra Mercado trae al presente la trayectoria que tuvo que vivir junto a su hijo Jauriel Rojas, quien padece el trastorno neurobiológico denominado Dislexia.
“Decir que tu hijo tiene una dificultad -y eso que esto es nada más que una condición- es una barrera todo el tiempo, por ejemplo cuando decís que le cuesta leer un texto o que aprende a otro ritmo, y eso que él tiene muchas estrategias que otros chicos no”, comenzó su relato Rosana.
Respecto a la etapa de escolaridad, contó que Jauriel cursó toda la primaria en una escuela común en Garupá y que el proceso fue “sumamente complicado”. En base a su experiencia personal, dijo que se encontraron con “profesores y maestras que no mostraban interés en acompañarlo y tampoco querían aprender”. Incluso cuando quisieron inscribirlo para que curse la secundaria en una escuela agraria (EFAs), porque Jauriel demostraba interés por todas las actividades relacionadas a la agricultura, recordó que “no lo admitieron debido a su condición”.
Tras varios intentos, finalmente transitó el nivel secundario en el colegio Lisandro de la Torre de Posadas. Destacó que allí lo asistieron íntegramente, ya que la institución cuenta con un comprometido gabinete pedagógico y los docentes siempre mostraron interés en acompañar su formación acorde a su ritmo y modalidad. “Nos costó porque al ser privado implicaba un gran esfuerzo económico, pero allí él pudo integrarse y aprender sin mayores obstáculos”.
Rosana dejó en claro que ella junto a su esposo nunca bajaron los brazos y constantemente asistían a talleres y congresos para reforzar sus conocimientos sobre el tema: “viajábamos a Buenos Aires, allá está la Asociación de Dislexia y Familia (DISFAM) y traíamos material específico, nos grababan contenido, todo para estar preparados y aportar a la escolaridad de nuestro hijo”, describió.
Actualmente Jauriel está preparándose para ingresar a la facultad y trabaja de guardavida. De hecho, su madre resaltó que siempre tuvo óptimas aptitudes físicas que le permitieron desempeñarse exitosamente en varias actividades deportivas.
Respecto a las normativas vigentes, Rosana celebró que la adhesión de la provincia a la Ley Nacional de Dislexia fue un gran paso, aunque apuntó que “todavía no funciona abiertamente en la práctica” porque “falta reglamentarla”. Las familias esperan que con el pasar de los años su aplicación sea más efectiva a fin de garantizar mayor inclusión a los chicos con dislexia en todos los niveles educativos.
Por último, reflexionó acerca de la importancia del apoyo familiar -o de sus allegados- para que los jóvenes puedan vivir las etapas de la vida dignamente, a pesar de las barreas institucionales y normativas.
“Los chicos son excelentes, solo hay que tener paciencia; tienen otro ritmo y otra forma de aprendizaje, nada más. Hay muchos prejuicios pero siempre hay que seguir, poner la cara, pedir permiso, pedir disculpas e intentar por todos los medios posibles garantizarles lo mejor. También es importante el acompañamiento profesional para que salgan adelante, porque también es un mundo nuevo para los padres”.