Cuando los dientes de una trampa se cierran sobre la piel, los músculos y los huesos de un animal, éstos se desgarran. Motivado por el dolor y el instinto de supervivencia, el animal, en su intento de huida puede incrementar la herida, el dolor y el desgarro. Ello lleva sin duda al sangrado y al debilitamiento. A su vez, la trampa se cierra con más fuerza en cada movimiento, el intento de huida sólo empeora las cosas. ¿Quedarnos las arreglaría?
Por otro lado, la sangre difundiendo hacia el suelo y emitiendo sus vapores es un atractivo para más animales, que tal vez, tengan hambre. El peligro aumenta. Las posibilidades disminuyen.
Ahí, en el mismo lugar, pero en otro Reino (el vegetal), podríamos ver algo parecido, para los ojos de la naturaleza en las ramas de un Yvyra pytã, envuelto por viento huracanado que con la fuerza que mueve al árbol para todos lados, en principio flexible, hasta que ya por el peso del agua y el viento sin cesar, termina quebrando las ramas y desgarrando la corteza, provocando una herida muy difícil de cicatrizar.
Los desgarros duelen mucho y además tardan en curar.
Aquí nos podemos hacer una pregunta, ante un hecho crucial, ¿quedarnos hasta el final?, ¿irnos a tiempo?, o ¿irnos antes de que el tiempo empeore?, -permanecer sin sentido, -salir corriendo en la tormenta empujados por el hambre voraz, más voraz que la trampa, o mayor aún, movilizados por razones, tan misteriosas como oscuras, esas que llevaron a colocar una trampa en ese lugar.
Yvyra pytã tiene una copa grande, ancha y aplanada en la cima. Cuando florece se lo ve de lejos, (no como la trampa, escondida). Posee ambarinas flores en panícula terminal que destacan entre el verde de la selva subtropical y pasan varios meses florecido, de noviembre a mayo. En increíble ardor de verano con estación seca, de corteza blanquecina cuyas flores luminosas y amarillas emiten un aura protectora proyectando un manto natural que brinda cobijo, sombra, fresco, luz, polen y aire original.
Yvyra pytã o árbol anaranjado amarillo en lengua guaraní, se deja ver, se abre, se expande y muestra su grandeza que con los años puede llegar a unos 35-40 metros de altura, con fustes anchos como puertas de castillos.
Enseña a tener confianza que ante el desgarro está la soltura, la ligereza y tal vez enseña con su expansión sin preocupación que vale la pena soltar antes que ocurra un desgarro, mirar antes que caer en una trampa, conocer para saber sobre razones de fondo que llevan a poner trampas en la naturaleza que detengan el movimiento y el sentido de dirección en la vida.