¿Alguien alguna vez nos enseñó a cortar amorosamente una acción, una conversación, una historia?. ¿Somos conscientes de por dónde debe pasar el corte?, ¿cuándo o cuán profundo deben cavar las palabras, o penetrar el cuchillo?, ¿Cómo de madura debe estar esa situación, para que el corte sea útil, bueno, sano, rico?.
A decir verdad, las memorias que circunscriben a nuestra especie están forjadas por cortes dolorosos, traumáticos y poco deseados.
Sin embargo, cortar amorosamente, es una posibilidad tan real como cualquier corte de fruta carnosa que, por el peso del agua y el azúcar, tras el golpeteo de picos y plumas naturalmente se desprende para alcanzar distancia y lejos del árbol madre, perpetuar la especie.
Lo mismo que al ingresar con finas agujas al centro de las venas, poder tomar células, plasma, y la batería del sistema inmunológico que nos defiende, del mismo ingreso de dicha aguja.
Son las venas y arterias que transportan el secreto del ligero corte hecho un caudal catastrófico, cual río en creciente nos hace sentir cómo la vida corre, como el río; cómo la sangre corre peligro.
Y es que el corte o abertura, ayuda a ver más adentro, como el silencio ayuda a escuchar, como el calor ayuda a madurar.
En definitiva, estamos hablando de una especie exótica para Misiones y América, que fue nombrada en textos escritos en sánscrito (ya que posee su centro de origen en India), cultivada desde hace más de 4000 años en numerosos países tropicales, subtropicales y templados.
Sus propiedades antioxidantes, antimicrobianas, antidiabéticas, antihistamínicas, anticancerígenas, hipocolesterolémicas e inmunomodulatorias; concentradas en la mangiferina (compuesto que se extrae de las hojas y corteza, al igual que de la piel y el fruto), se nos regalan en abundancia, sobre todo cuando llueve menos, ya que el mango fructifica más cuando las precipitaciones son menores a 1500 centímetros cúbicos, pero mayores a 500 centímetros cúbicos.
Un corte con la dulzura del mango es como un ojo que se abre y ve justo lo que debía ver para avanzar, despertar, saber y conocer cómo son las cosas.
El mango da, brinda y ofrece -al igual que muchos árboles- varios servicios ambientales, recursos medicinales, sombra todo el año. Y lo da en el más absoluto de los silencios. Amorosamente luego de 3 años de sequía, sigue actuando según su naturaleza y, cual gigante que se asusta de su propia sombra, otorga calma y alimento.
Su nombre científico: Mangifera indica L., Familia Anacardiaceae (familia del anacardo, al igual que el Urunday).