La fenología de guayabo tiene un ritmo al son de las estaciones secas, es allí donde aparece el silencio grande y redondo para marcar una pausa, para acumular fuerzas y energías. Y es que, durante el otoño, vierte sus hojas al suelo, parcialmente, y junto con las otras hojas del sotobosque y la microfauna del suelo se confabulan para biodegradar cada micronutriente dejándolo disponible de nuevo, para ellos mismos, ingresando con el agua a través de sus raicillas. Todo pequeño, microscópico, imperceptible al grueso de los ecosistemas tropicales y subtropicales, cuyas dinámicas voraces hacen de la vida un tobogán acuático de apacible andar, cuyo disfrute se mezcla con el vértigo de la niñez, lo urgente, lo único y lo habitual.
El guayabo parece sacarnos de esa manera común de perdernos en las horas sin saber qué hicimos y nos sienta en primera fila con oportunidad de pasar al frente a resolver el problema. Pero resolverlo bien, con tal astucia y eficiencia que otorga credibilidad de nosotros para con nosotros, sabiendo a partir de allí que “podemos”, lo hicimos, estamos en camino, paso a paso, desde el otoño, donde en apariencia dejamos caer nuestros brazos y hojas y ojos, pero sólo por un momento puntual, sólo un silencio mordaz, necesario, oportuno, para nosotros.
La guayaba es la fruta del guayabo, una baya carnosa, de cubierta verde amarilla y pulpa ácida rosado-blanquecina. Rica en vitamina C, pero además de la vitamina C por la que se le reconoce, la guayaba también contiene mucha agua y pocas calorías y vitamina A, E, D12, hierro, cobre, calcio, magnesio, potasio, manganeso y fósforo. Y dependiendo de cuán madura esté, puede acompañar y propiciar la astringencia o tránsito intestinal.
Los frutos son numerosos y también las semillas, un policarpo tropical que supo adaptarse a otros climas y otros suelos, proveyendo igualmente frutos en cada lugar que habita.
La guayaba señala e indica ese norte abundante, esa música creíble, y esa eficiencia que proviene de la salud que otorga. Año a año creciendo, dando, a la fauna local toda y a nosotros. Saber aprovechar los frutos es tarea misteriosa, porque entre tantas cosas, parece común y repetido, hasta inoportuno en veredas o jardines, el guayabo provee servicios ambientales de todas las categorías. Siendo un árbol medicina, nativo y ornamental. Sólo hay que saberlo llevar.