El ceibo es un árbol caduco, de porte mediano o pequeño, la copa es redondeada y las ramas tortuosas. En los extremos de las ramas suelen crecer numerosas ramitas pequeñas con espinas curvas y aplanadas que, al contacto con la piel o la ropa, se enganchan suavemente; siempre que tú también te muevas de manera delicada. La corteza es blanda y un poco fibrosa. Por fuera con tonos marrones y ocres, mientras que por dentro es rosada y blanquecina. Al tocar la corteza se siente todo el Paraná corriendo por dentro y por fuera del cuerpo del árbol. Uno se percibe en una mutua integración.
Sus flores, rojas; salvo en la variedad “leucochlora”, que posee flores blancas. Se presentan numerosas en racimos vistosos que, luego de la fecundación, se transforman en vainas. Éstas llegan a contener hasta ocho semillas elípticas que suelen ser transportadas por el agua, para germinar en bancos de arena arraigando y estabilizando la tierra, y dando oportunidad a la formación de nuevas islas (entre los cursos de agua) donde vive naturalmente el ceibo de río.
Ecológicamente el ceibo posee hábitos al estilo de un anfibio facultativo, o sea, pudiendo desarrollar una parte de su vida en el agua; como nosotros al pasar nuestra vida intrauterina sumergidos en el líquido amniótico y luego emerger a la superficie para arraigarnos poco a poco al suelo. Esas raíces que sostienen el árbol al suelo, o esa tierra que lo sostiene y constituye una base firme, bien puede reflejarnos en un vaivén de posibilidades en cuanto a un punto de apoyo se trate.
Y es que tal vez no sea un punto de apoyo fijo el que necesitamos todo el tiempo en nuestra vida. Quizás nos quiera decir que podemos flotar a la deriva llevados por la corriente, o dar vueltas en un remanso, al ritmo de un ceibo.
El ceibo posee el alcaloide eritrina, hipaforina y otros, cuyas propiedades narcóticas y sedativas semejantes al curare*, han sido utilizadas como anestesia por su acción neurotóxica, proveniente de alcaloides libres.
Entre todos los árboles que podemos abrazar, el ceibo recuerda el calor de verano. Apacigua, enlentece y permite sentir en cada poro el intercambio de aire, luz y humedad. No invita a entregarnos a la paz, a dejarnos llevar por la corriente y, a pesar de las espinas, tomarnos la vida con calma, moviéndonos despacio para entender que eso también es una manera de amar.
*Curare: se prepara con diferentes plantas, principalmente de las familias Menispermaceae y Loganiaceae. Se constituye en una neurotoxina utilizada en las puntas de las flechas de América del sur.