Nunca lo admitirá en público, pero Sergio Massa sabe que, al menos, la escapada del blue tuvo para él un efecto positivo desde el punto de vista político: ya nadie recuerda que hace apenas cuatro meses había prometido que abril tendría una inflación que empezaría con un 3, cuando la mayoría de los economistas están previendo que el IPC marcará más del doble.
Y, al contrario de lo que podría pensarse, una de las principales consecuencias políticas de la crisis cambiaria de las últimas semanas es, paradójicamente, la revitalización de la candidatura del ministro, al punto que muchos en el peronismo consideran que esta pelea contra la suba del blue ya puede considerarse, de hecho, el inicio de la campaña de Massa.
Lo cierto es que, hasta la semana pasada había un consenso en la dirigencia peronista y los politólogos: las chances de que el ministro de Economía pudiera erigirse como el candidato “natural” del peronismo habían empezado a erosionarse al constatarse el repunte inflacionario. Al punto que muchos dirigentes ya la daban como un hecho imposible y se abocaban a la especulación con otros nombres, como Daniel Scioli, Agustín Rossi o Eduardo de Pedro.
Sin embargo, la situación está tomando un nuevo color en los últimos días. Ante una fuerte demanda social por estabilidad, Massa tiene al menos una ventaja, que es su centralidad en la agenda informativa, y está dispuesto en transformar ese protagonismo en una fortaleza.
Algo insinuó el propio ministro con el tono “guerrero” de sus últimos tuits y declaraciones públicas. Y también resultó sugestiva la advertencia de una de sus principales aliadas, la presidenta de la Cámara de Diputados, Cecilia Moreau, quien escribió en las redes sociales: “Hay algunos jugadores del mercado que solo conocen al Massa que trabaja 16 horas por día y dialoga con todos, pero me parece que de acá al viernes van a descubrir al que conocemos en la política, que cuando se cansa de que lo quieran boludear pelea con todo lo que tiene”.
Fue una frase que de inmediato hizo recordar a aquella otra “retuiteada” por Malena Galmarini de Massa, cuando en el mercado se hablaba del plan Aracre: “Massa se queda hasta el final, porque el final es cuando se vaya Massa”.
Mostrando los dientes
Desde el entorno del ministro destacaron que esa actitud de ponerse al frente contra la suba del dólar implica varias peleas: una interna con el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, a quien consideraba blando a la hora de intervenir en el mercado; otra con los especuladores, a quienes quiere detectar y sancionar; y otra con el propio Fondo Monetario Internacional.
Tras la traumática jornada del martes, en la que el blue llegó a $495 pero Massa, usando los dólares de las escasas reservas, logró revertir la suba del “contado con liqui” y el dólar MEP, desde el entorno del ministro comunicaron este elocuente mensaje: “Cada vez que vea especulación, Massa va a intervenir. Hasta ahora, eso estaba prohibido por el acuerdo con el Fondo. Pero Massa le dijo al FMI que eso también estaba en revisión porque él tiene la misión de mantener la estabilidad en el país. Lo resolvió y se lo comunicó al Fondo, y poco después el Fondo salió a decir que seguía trabajando junto a él y su equipo económico”.
El mensaje, revelado por Daniel Tognetti en la emisora Somos Radio, deja en claro cuál es la imagen que Massa quiere comunicar en estos días de volatilidad: la del líder que se pone al frente de la batalla contra “el poder real”, constituido por las fuerzas oscuras del mercado y el sabotaje de los “economistas de la derecha” pero, además, contra la ineficiencia de funcionarios del propio Gobierno.
La agenda del Ministro
La agenda recargada de Massa incluye la búsqueda frenética de dólares, ya sea con la empresa china Gezhoba -que aportará US$ 500 millones para la construcción de las represas de Santa Cruz- o con las líneas crediticias de organismos multilaterales, como la Corporación Andina de Fomento, que aportará US$ 680 millones, o el Banco Interamericano de Desarrollo, que prometió US$ 275 millones.
Una de las iniciativas a las que más fe le tiene el ministro -y de las más publicitadas por el Gobierno- es el acuerdo con el Banco Central de China para que se pueda prescindir de los dólares en el comercio bilateral.
Dado que China ha sido, en los últimos meses, el segundo principal origen de las importaciones, por una cifra promedio de US$ 1.000 millones mensuales y con una participación del 18% en las compras totales, se trata de una operación ambiciosa. Pero claro, la firma del acuerdo no implica sustituir dólares por yuanes en forma definitiva, sino que se trata de un acuerdo de corto plazo hasta que se terminen de instrumentar los tramos del swap que todavía quedaban pendientes.
En otras palabras, es un alivio para el corto plazo pero no resuelve el problema de fondo.