La compleja construcción de identidad del oficialismo nacional, originalmente fraccionado en tres partes, quedó seriamente comprometida con los acontecimientos de los últimos días.
Hasta poco antes del intento de asesinato contra la vicepresidenta, Alberto Fernández ya había quedado reducido de manera dramática, mientras Cristina Fernández comenzaba a hacer gala de su peso específico en medio de un pedido de condena en su contra. Massa, en tanto, dejó su terruño en el Congreso para transformarse en la “bala de plata” de un proyecto gubernamental sometido al pánico por sus propios errores y por la coyuntura desfavorable.
Pero la secuencia de días atrás cambió la agenda y puso en suspenso muchas de las urgencias de los argentinos. Instaló incluso el debate de la institucionalidad y devolvió fuertemente la centralidad política a la Vicepresidenta.
Hoy, a poco de cumplirse dos semanas del suceso, la agenda sigue difusa. Con un presidente a la “europea”, una vice que sigue refugiada y un (¿todavía?) “superministro” que viajó a Estados Unidos a “pasar la gorra”.
Las urgencias de los argentinos siguen ahí y no se resolverán hasta tanto la política se reordene y establezca sus prioridades. Ojalá, por el bien de todos, suceda en lo inmediato.