Más allá de la convulsión política y social que causó el intento de asesinato contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y de los enormes problemas que enfrenta la macroeconomía, subyace la necesidad de elaborar más temprano que tarde herramientas de fuste que pongan un freno a la inercia de la crisis.
Porque lo que para el Gobierno argentino fue una semana tranquila en materia financiera, mientras Massa pasa la gorra en Estados Unidos, la inflación, acaso el mayor flagelo que sufren los argentinos hoy, no detiene el progresivo daño que provoca al poder adquisitivo.
Al respecto, vale apuntar a las renovadas expectativas del conjunto de analistas que participan en una encuesta que realiza el Banco Central de la República Argentina (BCRA), quienes estimaron que ese índice ascenderá a 95% este año.
Pero dentro de este grupo existe además un segmento denominado “Top 10”, que son los que más aproximaron sus pronósticos a las cifras reales, que la ubica en 99,4%. De esta forma se aproxima el escenario más temido por el Gobierno nacional que es una inflación de tres dígitos y acelerándose en la entrada al año de las elecciones presidenciales.
Lo que parece no entender buena parte de la dirigencia es que mientras las discusiones sigan oscilando entre las diferencias políticas y no sobre acuerdos que deriven en medidas de profundidad para cortar la escalada de los precios, no habrá forma de convencer al electorado de que este es el camino.