Con una decena de condecoraciones en el pecho y con esa vocación de “seguir haciendo Patria”, Oscar Héctor “Chacho” o “Gringo” Felman (74) volvió a su Corpus natal para mantener viva la llama de Malvinas entre estudiantes, docentes y vecinos del pueblo que se acercaron hasta el salón municipal para escuchar sus vivencias como tripulante del Submarino ARA “Santa Fe” que fue atacado por helicópteros británicos en las Islas Georgias del Sur, en 1982.
Desde hace quince años, cuando comenzó a tener más tiempo libre en su trabajo en la Marina Mercante, empezó a viajar a Misiones a fin de traer donaciones para la Escuela 50 de Corpus Christi. En Mar del Plata, donde reside, se encargaba de juntar calzados, mochilas, ropas, y aquí se reunía con compañeros de la infancia y a su primo, Jorge Segundo “Yiyi” Feldman (dos veces alcalde de Bernardo de Irigoyen, ya fallecido) y entregaban a los establecimientos lo recaudado.
Mientras Ignacio “Pocho” Nemeth era intendente había traído una campana para la Escuela 16 y otra para la 50 “Islas Malvinas”, “que es a la que más cariño le tomé porque ahí estuve en esos años donde pasar de un grado a otro me resultaba muy difícil”.
Durante esas escapadas a la primera capital del Territorio Nacional de Misiones, pasaba a saludar a los vecinos, entre ellos a Alberto “Chino” Pitana, quien le propuso organizar un encuentro para “escuchar tu historia”. Éste se produjo en el salón municipal, donde desde chico “me llevaban ‘Papá viejo’ y ‘Mamá vieja’, Luis Feldman y Natalia Roman, que eran mis abuelos maternos. Ellos salían a bailar a la pista y me dejaban sentadito mientras se divertían”, recordó.
“Me interesó que estuvieran los alumnos, especialmente de los últimos grados, para dejarles un mensaje especial. Les dije que no importaba el nivel económico que tuvieran sino el interés que preste cada uno y la manera en que asimilaran las enseñanzas de sus educadores, de sus mayores, de sus padres, porque en Corpus existe una cosa muy rica que es la humildad, esa personalidad típica que no cambió respecto a mi infancia”, manifestó.
Contó que, por lo general, cuando llega a la localidad, estaciona su vehículo en un espacio y comienza a caminar por unas cuadras que “antes me parecían cortas”, recordando que “acá vivía fulano, aquí era el negocio de Mazal, aquí vivían los Krieger, los Oudín, en esta cuadra estaba Ricardo Roffignac, más abajo estaba ‘Tatita’, ‘Juancito’. La casa donde me crié está, aunque esta reformada”.
Durante una charla telefónica con Ko’ape, rememoró que “cuando comienzo a tener uso de razón, empecé a preguntar por qué estaba con mis abuelos. La explicación que me daban era que en el sistema alemán indica que el primer hijo varón viene con los abuelos para que cuando los ellos flaqueen, ese nieto se ocupe de acercarle el agua caliente para el mate, ordeñe las vacas, haga los mandados, saliera a vender la mandioca y batata con la carretilla. Y me quedé con eso. La gente me indagaba: ¿nunca preguntaste qué fue de tu madre?, ¿qué fue de tu padre?. Y nunca me interesó porque era feliz, era un chico protegido por mi abuela Natalia y mi abuelo Luis”, que nació en Núremberg, Alemania, pasó por Brasil, por Paraguay y se estableció en Argentina.
Oscar Felman comentó que celebra tres cumpleaños. Es que el 19 de enero es el día de su nacimiento, el 19 de febrero lo inscribieron en el Registro de las Personas y el tercer cumpleaños es el 25 de abril. Durante esa jornada fue atacado el Submarino ARA Santa Fe y “luego nos tomaron prisioneros, por lo que sus tripulantes nacimos de nuevo y festejamos también durante esa fecha”.
Felman narró que, durante su infancia, se levantaba y hacía los trabajos “para mis papás viejos”: ordeñaba las vacas, las soltaba y pastoreaba. Cuando el abuelo se levantaba, cosechaba mandioca o batata, le cargaba la carretilla y el niño salía a repartir las raíces entre mis clientes. “Desde Mazal, pasando por Doña Berta López, los Pitana, que tenían la panadería”.
Recorría, volvía con la carretilla vacía y la platita en el bolsillo para entregar a mi papá viejo”. Además de eso, también concurría a la panadería para colaborar, limpiar las bandejas, a dar vuelta el molinete de la amasadora y, a cambio, se llevaba el pan recién horneado. A parte de esa, había otra panadería que estaba en el edificio en el que vivió por muchos años Eulogio López, que por mucho tiempo fue portero de la Escuela 16.
“La zona todavía estaba oscura con buen tiempo, yo conformaba el grupo de vigías de guardia, en un momento oculto entre las sombras producidas por las montañas del lugar y por la popa del submarino a muy baja altura observo un elemento que no condecía con el horizonte, agudizo la vista y grito en forma desaforada: ¡helicóptero a popa!, ¡helicóptero a popa!”.
Cuando comenzó a flaquear la salud de su abuelo, un tío que vivía a unos 50 metros de la escuela 50, propietario de un negocio y de grandes extensiones de tierra, decidió que fuera a vivir a su casa “para ser mejor atendido”.
A los 11 años falleció “mi papá viejo”, y se quedó solo “con mi mamá vieja”, bajo el dominio total de “mi tío”. Cuando con su primo Jorge Segundo Feldman cumplieron 12 años, el tío, que era una persona “dura”, les regaló un arado doble mancera y una yunta de mulas para cada uno. A esa edad “debíamos labrar la tierra entre las plantaciones de tung y yerba mate y, cuando terminábamos la labor en ese sector, salíamos a otras chacras para seguir trabajando. Con el dinero que ganábamos se contrataba a los carpidores para terminar la limpieza de la yerba y de los mandiocales”, agregó.
Indicó que, por aquel entonces, concurrir a la escuela “no tenía mucha importancia. Era más importante plantar una hectárea de ramas de mandioca, o cosechar yerba mate, que el estudio. Además, no teníamos el control de alguien que, al menos, nos mirara los cuadernos”.
Cuando cumplió 14 años recibió una visita que se repetía todos los 19 de febrero, día de su cumpleaños. Se trataba de una mujer a la que llamaba tía “Lola” y que venía desde Puerto Gisela, a una distancia prudencial, en compañía de “mis supuestas primas”, trayendo de regalo una cantidad de chupetines. “A esa edad supe que esa mujer a la que llamaba tía ‘Lola’ era mi madre. Aparece otro día y me dice, Oscar, no soy tu tía, soy tu mamá, y te vengo a rescatar. No existía un sentimiento. Mi vida pasaba por otro lado, entre otras cosas, por tener un par de alpargatas para usar el 25 de Mayo, el 9 de Julio, cuando se festejaba la fiesta patria el día exacto en que se conmemoraba. Ella habló con mi tío, preparé las pocas cosas que tenía y me llevó consigo. Me junté con mis hermanos, que eran varios, y había que bailar y cantar al compás de la música de la familia, y no me gustó el sistema de vida. Estaba acostumbrado a otras cosas. Estaba acostumbrado a una vida más rigurosa, a más sufrimiento, y la comodidad no me gustó. Le dije que no me gustaba el sistema y que me iba a ir, sin saber a dónde”, expresó.
“La idea es seguir haciendo Patria. En los colegios no se dan charlas, o no tienen bibliografía. Quiero que sepan la realidad de boca de una persona que estuvo en combate. Son más de 20 mil veteranos, son más de 20 mil historias que están grabadas en el rígido interno o personal”.
Afiches que cambiaron el rumbo
Describió que, “orillando los 16 años”, un tío que trabajaba en la venta de fiambres “me consiguió un trabajo y comencé como canastero de un frigorífico de Posadas, que tenía sucursal en Eldorado. Íbamos desde el depósito de Eldorado a Puerto Iguazú y después a San Antonio, Bernardo de Irigoyen, San Pedro, Puerto Piray, Eldorado, Posadas. Semanalmente hacíamos el mismo recorrido hasta que se produjeron algunos cambios y me hice cargo del camión repartidor”.
Un lunes y, con apenas 17 años, llegó a Posadas y se sorprendió con una ciudad que estaba empapelada con la leyenda “El hombre de mar no nace, se hace” y le surgió la inquietud de ingresar a la Armada Argentina.
“Fui hasta la sede de Prefectura Naval para ver los requisitos. Apenas llegué, escuché una voz que decía: ¡que pase el que llegó último! Un efectivo invitó a adelantarme y, aunque expliqué que venía por los requisitos, me tomaron el peso, la estatura, me empezaron a hacer la revisación médica y me dieron un papel y un lápiz para el examen”.
De 220 quedaron apenas 18, completando documentaciones, autorizaciones para el ingreso, porque por un año los llevarían a la Isla Martín García. Permaneció en ella durante un año, pero al elegir una especialidad, lo llevaron a Puerto Belgrano. Luego, a un buque barreminas que había llegado desde Inglaterra. Entre 1969 y 1971 estuvo en la Escuela de Mecánica de la Armada que, a su entender es el lugar “donde aprendí a amar a la Patria”.
Estando allí, llegó una comisión de incorporación para la Escuela de Submarinos, a la que un oficial conocido dijo “anótenlo a Felman”.
“Hice el curso en la Escuela de Submarinos y a partir de 1972 comencé a tripular el submarino Santiago del Estero, americano, de la Segunda Guerra Mundial. Estuve hasta 1981. En el primer semestre me mandaron nuevamente a Puerto Belgrano a hacer un curso de la especialidad para un ascenso. Salgo para ir al Submarino Salta que era el trampolín para viajar a Alemania a la comisión de fabricación de los submarinos. Cuando llego a Mar del Plata, cambian de destino y me mandan al Submarino Santa Fe. Era diciembre de 1981. No me preocupó el cambio porque el Santa Fe era gemelo del Santiago del Estero, una unidad que conocía muy bien. Estaban preparando las dotaciones para ir a la guerra, pero no lo sabíamos”, señaló.
Por lo general se escucha decir a los excombatientes: “Nos levantamos y nos enteramos que íbamos a la guerra. Y eso era lo que pasaba entre el personal subalterno. No sabíamos absolutamente nada, a pesar que salíamos a navegar, hacíamos operaciones, desembarcos, supervivencia, era una cosa permanente el trabajo submarinista con los comandos”, aclaró.
Momentos emotivos
Contó que, al salir el submarino y tras realizar un recorrido a cierta distancia de la costa, el comandante abrió el sobre y leyó las instrucciones que emanaban de autoridades superiores. “La operación de esta patrulla será la siguiente, dijo, y pasó a explicar en voz alta a fin que todos se enteren. En esta oportunidad les informo que vamos a la toma de las Islas Malvinas. Así, de una. La emoción que tuvimos en ese momento es indescriptible. Nos abrazamos, pensábamos mil cosas. Nos retrasamos por mal tiempo. El personal que llevábamos debía desembarcar para marcar la cabecera de playa donde iban a desembarcar todas las unidades que venían detrás (buques, corbetas, fragatas, destructores). Nos aproximamos a la madrugada del 2. Mi puesto en superficie era la de vigía de la banda de estribor (derecha) del submarino, mirando de proa a popa. Mi colega de apellido Muracioli estaba en la banda de babor (izquierdo) y, como yo, también manejaba los planos para cuando fuéramos a inmersión”, graficó.
Como capitán de buque pesquero, por razones operativas estuvo próximo a la zona de exclusión de Malvinas, por lo que reflexionó: … “Sigo custodiando a nuestras islas desde otro barco en la soledad del mando y de los recuerdos”.
Tras el desembarco, el submarino regresó a Mar del Plata, donde se le asignó una nueva misión: transportar una sección de Infantes de Marina para reforzar a las fuerzas que se hallaban en las Islas Georgias del Sur. El Comandante del ARA “Santa Fe” tenía la orden de evadir la posible presencia enemiga para desembarcar los refuerzos. “Cargamos torpedos, combustible, medicamentos, municiones, y zarpamos. Para ese momento el conflicto estaba desatado y era otro el panorama. Presumíamos que las cosas se pondrían espesas. Cuando llegamos al lugar indicado nos informaron que nuestro destino serían las Islas Georgias, muy lejos de la costa. Sabíamos que había unidades inglesas en proximidades donde teníamos que ingresar para dejar un grupo de refuerzo a quienes estaban allí estaban apostados. Por la mañana debíamos volver, siempre pegados a la costa, sabiendo que había buques en las inmediaciones, para evitar que nos detectaran ya que tenían equipos superiores”, expresó el excombatiente, casado con Alicia Cristina Degregorio y padre de Karina Korena Galli, directora de la Escuela N° 14, de Mar del Plata, y de Luis Alberto Felman Degregorio, empresario radicado en Salvador de Bahia, Brasil.
Cuando estaba amaneciendo, “estando de vigía en la parte superior de la vela, con Muracioli empezamos a repartirnos los sectores para observar. De repente, veo algo que no condecía con lo que podía ser únicamente el mar. Agudizo la vista con los prismáticos y veo que no era una gaviota ni un tronco, sino un helicóptero que se venía al ras del agua. Grito de manera desaforada ¡helicóptero! a popa ¡helicóptero! a popa, entonces el oficial acciona la alarma de colisión que indica a los tripulantes que deben cerrar todas las aberturas y parar los motores. El helicóptero pasó por la popa del submarino, largando dos cilindros que, por mi especialidad, pensé que eran dos torpedos, pero eran dos bombas. Una pegó en el tanque de seguridad, que tiene el espesor similar al casco resistente de una pulgada y media de acero. Levantó al submarino de 75 metros como si fuese una pluma, y volvió a tocar el agua. Ese impacto dañó muchísimos elementos del submarino que impedían ir a inmersión”. Felman agradeció a Dios que “no hayamos ido a inmersión porque aparecieron cinco helicópteros. Cuando cayeron las dos primeras bombas el instinto de supervivencia, el deseo de prolongar la vida, hizo que buscáramos protección, yendo al casco resistente. Nos largamos los tres para ingresar, pero la escotilla de entrada estaba cerrada y asegurada como corresponde. Recordamos que en la Escuela de Submarinos estudiamos que, si el submarino tenía que ir de emergencia a inmersión, los tres hombres de arriba quedaban listos para morir, entonces salimos desesperados y, cuando llegamos a la parte superior sentimos un ruido típico de la apertura de esa escotilla. Y la voz del comandante, que era un hombre con todas las letras y un coraje increíble, preguntando ¿qué pasa?. Gritamos ¡helicópteros!. Me cruzo y digo, voy a traer fusiles, a lo que me contestó ¡adelante Gringo! Bajamos los tres dejándolo en la parte superior. Gritábamos ¡fusiles! ¡fusiles! Y por arte de magia o lo que fuera, nos encontramos en la parte de control con una cantidad de fusiles y a un grupo de personal cargando las municiones en los cargadores. Entramos a manotear fusiles. Me acompañó un camarero y un maquinista, ambos de 19 años, el cocinero de 26, un torpedista de 19”.
Aseveró que en el submarino no hay nada previsto para combatir contra unidades aéreas. Se podía combatir contra buques de superficie o submarino a submarino, pero no contra helicópteros ni aviones. “Pero se formó una cadena de aprovisionamiento y ese grupo de fusileros que habíamos formado, empezamos a repeler la agresión. Se cubrían con ametralladoras y nos tiraban misiles. Nos perforaron por todos lados. Nos destrozaron. Ellos veían que nos tiraban un misil, chamuscaba la pintura, pero no perforaba el casco. Nos mantuvimos a raya. A los 170 tiros los fusiles se trababan y los tirábamos al agua, pero en el Museo de Inglaterra hay tres helicópteros perforados. En una de esas, pasó un misil, atravesó la vela de fibra de vidrio, se llevó la pierna del camarero cordobés, pasó la segunda capa de fibra de vidrio y explotó. Fuimos todos para abajo, y seguíamos combatiendo hasta llegar a la zona que habíamos dejado a los comandos”.
Pudieron desembarcar, pero comenzaron a atacar por sobre la montaña con buques de superficie. “Eran bombas de aquí, bombas de allá, mientras vimos un grupo de helicópteros desembarcando tropas de comandos ingleses en un glaciar. Nuestros oficiales se reunieron y dijeron: si aguantamos esta noche acá, vienen los ingleses y nos pasan a degüello. ¿Qué hacemos?. No tenemos apoyo aéreo, nadie nos vendrá a dar una mano. Acordaron la rendición. Se pidió el alto el fuego, y dieron la orden que arrojáramos todos los elementos que significaban peligro, que arriáramos el pabellón y que formáramos debajo del mástil. Así fue. Nos juntamos cerca del mástil, lloramos el himno, y nos sentamos a esperar la muerte porque nadie aseguraba que iban a respetar la Convención de Ginebra. Podían decir que nos resistimos y con una ráfaga de ametralladora nos barrían a todos. Pero, a pesar que los odio, debo decir que son señores combatientes, señores de la guerra. Nos tomaron prisioneros. Estuvimos unos días en Green y después, en un petrolero, nos llevaron a la Isla Ascensión, nos subieron a un avión de KLM, nos llevaron a Carrasco, de allí a Montevideo en micro y desde ahí en un buque “Piloto Alsina” y fondeamos frente a Quilmes, donde estaba el servicio de inteligencia de la Armada y donde comenzó nuestro sufrimiento”, lamentó.
Orgulloso de quienes lo acompañaron: “Muracioli era vigía de la banda de babor; Mareco, cocinero (fallecido); Giglione, torpedista (fallecido); José Silva, electricista; Bustamante, maquinista; Alberto Macías, camarero y proveedor de municiones, además un grupo de varios tripulantes que formaron la cadena de provisión de armas y municiones”.
Según Felman, después de la guerra los excombatientes fueron introducidos al país “por la ventana, y nos tuvieron escondidos, maltratados, mal atendidos, sin el mínimo apoyo, durante años. En 1984, me dan el retiro por neurosis postraumática de guerra, pero no les importaba cómo vivía mi familia. Estuve más de ocho años en juicio por haber arrojado los fusiles al agua y permitir que un cabo segundo camarero haya estado a mi lado y perdiera una pierna. Hace unos diez años nos empezaron a dar un poquito más de importancia, hay maneras de participar, podemos seguir haciendo Patria de cualquier forma”.
Eligió el Norte
Tras el retiro efectivo de la Marina de Guerra con el grado de cabo principal, en 1985 ingresó a la Marina Mercante “con el más mínimo grado” y empezó a trabajar en la pesca, a navegar. De esta manera, comenzó a sentirme un poquito mejor en la parte psíquica porque tenía el apoyo familiar “que fue fundamental junto el apoyo económico y el laboral. Lo que me bancó mi esposa es algo impresionante”.
Resumió que estuvo durante 22 años en el mar como capitán, pescando, permaneciendo 265 días fuera de mi casa, y durante últimos cuatro años antes de jubilarme “estuve en el río, saliendo de San Lorenzo a Barranqueras llevando 15 millones de litros de combustible para YPF con una embarcación de 320 metros de eslora. Así fue hasta que cumplí los 65 y listo, decidí ocuparme de acompañar a la mujer que me sacó adelante”.
Todas estas vivencias, Felman las compartió durante su última visita a Corpus Christi. “Lo más jugoso fue cuando les recalcaba a los chicos que no importaba que tus padres sean pobres, que no tengas un lujo, el mejor teléfono, sino lo que ellos puedan asimilar. No digo que me tomen como ejemplo que, de vivir en la miseria, como un nómade de un lado para el otro a partir de la muerte de mi abuelo, y llegar adonde llegué, teniendo un lugar en la sociedad. Todo es porque uno elige su Norte”.
Precisó que “no sé qué sería de mi vida si no ingresaba a la Armada y sin los ejemplos de mi Papá viejo. Siempre me gustó estar rodeado de gente grande, gente buena. Asimilé todo lo mejor y pude llegar hasta donde llegué, pero siempre me gusta volver al pueblito que me vio caminar durante mi infancia. Esos son momentos en que uno es feliz y no lo sabe. El sufrimiento te endurece más y da lugar a que después, cuando tenés un par de zapatos, los valores, un plato de comida a horario o un dinerito en el bolsillo, sepas cómo manejarte”.