Diez excombatientes de Malvinas del Centro de Veteranos de esta localidad recibieron el título de “Ciudadano Ilustre” otorgado por el Concejo Deliberante. “Es un homenaje que llegó 40 años tarde”, coincidieron los galardonados. Este centro se conformó en 2021 y busca reivindicar la historia no oficial de la guerra. “Somos la historia no oficial que el Gobierno no quiere que se sepa”, apuntaron. Es el único grupo de combatientes del país que reconoció e incluyó como miembros a quienes estaban en el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS).
“Siempre vamos a ser soldados que luchamos para que el Estado reconozca nuestros derechos y que se conozca nuestra verdadera historia. Para eso nos juntamos y vamos a trabajar mientras tengamos fuerzas”, aseguraron.
Después de 40 años, el 31 de marzo, en el recinto del cuerpo de Garupá, un grupo recibió el galardón de “Ciudadano Ilustre” pero dicen que “es un homenaje que llegó 40 años tarde. No era eso lo que pretendíamos. Queremos un homenaje que nazca del pueblo. Que todo el pueblo vea y sepa por qué nos dan ese reconocimiento”.
“Nos juntamos para trabajar, para malvinizar a la sociedad, primero acá, en Garupá, y después en el resto de la provincia. Estamos procurando, no porque somos egoístas, que se entienda que somos la bisagra de la democracia. Es una historia que se tiene que saber. Que en la época de la dictadura se abrieron las urnas porque perdimos la guerra. Hubo una desmalvinización en los gobiernos democráticos, que comenzó con (Raúl) Alfonsín. Nos tildaban de loquitos que vinieron de la guerra”, dijo Mario Urdapilleta, uno de los integrantes de este grupo. Un día se enteraron que a la colectora de la ruta 105, que se denominaba Islas Malvinas, la llamaron Policía de Misiones, y que a la calle Krause, también le cambiaron el nombre. Entienden que eso es desmalvinizar.
“Nosotros queremos malvinizar Garupá, queremos que una plaza se llame Islas Malvinas y que un boulevard de la avenida Las Américas tenga un monumento a las Malvinas y a los soldados. Que cuando los vecinos pasen, vean y sientan ganas de conocer la historia de la guerra”, aclaró.
La meta es lograr que la sociedad conozca que “somos la historia no oficial de la Guerra de Malvinas, que los Gobiernos no quieren que se sepa. Por eso vamos a trabajar. Estamos viejos y con problemas de salud, tenemos diez años para luchar y lo vamos a hacer”, aclaró Luis Cabrera, otro excombatiente.
Los miembros del Centro de Veteranos Garupá fueron recibidos por el gobernador Oscar Herrera Ahuad, quien se comprometió a incorporar en la currícula de las escuelas primarias y secundarias para que se estudie como materia la Guerra de Malvinas. “Fue el primer gobernador que nos recibió y escuchó. Se interesó mucho por nuestras experiencias, hizo preguntas, y se interiorizó sobre nuestra idea de malvinizar a la sociedad. Hizo su aporte, y mostró su interés por lo que hablamos. También dijo que nos dejemos de llamar excombatientes y que digamos que somos combatientes, porque seguimos combatiendo por nuestros derechos y nuestra historia. Esperamos que ese compromiso se cumpla y que los soldados podamos realizar un aporte ”, dijo Cabrera.
“No está nuestra historia en la historia. No está lo que pasamos en Malvinas. Necesitamos estar para que se conozca, se sepa y los chicos aprendan la verdadera historia, que no es la que le venden en algunos libros en los colegios, que son la historia oficial. Por eso nos juntamos acá, para luchar y para que se estudie la historia verdadera. Así también hay muchas historias recientes que no se cuentan como son y es necesario que se conozca la realidad de cada hecho. Así cuando la gente va a votar, sufraga mejor”, argumentó Urdapilleta.
Cabrera se mostró muy molesto con algunos conceptos que se vuelcan a los soldados conscriptos que fueron a la Guerra de Malvinas. “Yo cumplí lo que juramos, morir por la patria. Fuimos a la guerra a hacer eso. Es una estupidez que se diga que éramos criaturas y que nos mandaron a morir. Fuimos armados con poco o menos instrucción, con pocas armas, pero sabíamos que íbamos a matar a alguien. Ahí dejamos de ser criaturas. Esos correntinos que se enfrentaron cuerpo a cuerpo con los ingleses con cuchillos porque ambos bandos se quedaron sin municiones, ahí dejaron de ser criaturas, si es que lo eran. No era una pelea callejera, sabíamos que íbamos a la guerra. Pero aún escucho que dicen en los medios que eran niños que fueron a la guerra. Fuimos entrenados para eso. El servicio militar que se hacía era para eso. Jurábamos defender a la patria e hicimos eso con honor. A diferencia de la gente común, sentimos otra cosa cuando escuchamos el himno o cuando se iza el pabellón nacional. Fuimos a morir por la patria y queríamos quedarnos a eso. Es una realidad. No queríamos volver, queríamos morir allá. No aceptamos la rendición. Había ciertos batallones que querían seguir luchando por lo que habían visto a sus compañeros morir. Querían seguir peleando. Es muy difícil de describir. Suena egoísta, pero es la venganza del compañero muerto. No lo van a entender nunca”.
Marcando las expresiones de su camarada, Urdapilleta coincidió que los soldados no querían la rendición.
“En la guerra era comunicante y mi función era llevar las órdenes y novedades a los batallones asignados. La peor noticia que me tocó dar fue la de la caída de Puerto Argentino. Si no fuera por un dragoneante que se interpuso entre los soldados y yo cuando di la noticia, me mataban. Tardé como dos horas en transmitir la orden de alto al fuego. Justo en el momento de dar la información el batallón hizo un contraataque entre el Monte Harriet y el Dos Hermanas donde estaba apostado un grupo de soldados ingleses. Ninguno de nosotros quería dejar de pelear. Queríamos morir ahí. Cuando llegó el final de la guerra quería quedarme allá, morir allá. Debía avisar el final de la guerra y no lo quería decir”.
Los soldados contaron que llegaron prácticamente desarmados y que tuvieron que improvisar armas para poder pelear. “Fue como una campaña o un entrenamiento en el monte. Fuimos con un fusil y tres cargadores. Cuando llegamos, empezamos a armarnos con granadas y todo lo que encontrábamos. A la ametralladora de un avión la pusimos en las turbas y disparamos. Otros muchachos tomaron los misiles Exocet (franceses) que no se podían disparar porque faltaban claves y no nos las querían dar. Entonces se improvisó una base con una palangana doblada, se accionaba el gatillo y se disparaba. Así fue como peleamos. Y cuando terminaban nuestras municiones, que eran pocas, íbamos con lo que teníamos en las manos. Eso paso”, contó Cabrera.
La rendición fue terrible para los soldados argentinos que tuvieron que entregar sus armas. Urdapilleta recordó con dolor ese momento.
“Los del batallón VIM V llegamos marchando con nuestros armamentos a la zona de Puerto Argentino, cantando la Marcha de las Malvinas y del Infante. Nos recibieron los soldados ingleses apuntándonos con sus armas. El soldado que estaba a cargo de los ingleses habló con nuestro comandante y dio órdenes en inglés de lo que teníamos que hacer. Eso fue lo más doloroso para los soldados. Que un inglés nos ordene a deponer las armas”.
Sobre la rendición Cabrera recordó con emoción que “los ingleses respetaron todas las leyes y tratados internacionales de guerra, nos trataron bien, como prisioneros de guerra. Llamaron al buque hospital e hicieron una lista con todos los prisioneros. No dejaron a ninguno sin anotar. Pudieron hacer desaparecer a muchos. Pero no lo hicieron”.
Se sintió molesto por el trato de las autoridades argentinas. “Pasamos 30 días en el mar porque el Gobierno argentino no quería que ancle en el puerto un buque inglés con soldados argentinos prisioneros. Fuimos los últimos que veníamos y con nosotros, el gobernador de las Islas el General (Mario Benjamín) Menéndez y, gracias a eso, es que apenas tocamos tierra nos mandaron a Buenos Aires. Los ingleses venían a diario a dar a conocer las negociaciones que hacían con el Gobierno argentino. Su vocero era Jeremy Moore, el también vocero de la exprimera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher. El negociador con el Gobierno argentino en persona nos decía tal cual iban las negociaciones, explicando a través de un traductor. Desde acá les decían que nosotros no les importábamos y querían que nos bajaran en un puerto de otro país”.
Una vez en suelo argentino los excombatientes se sintieron más prisioneros que con los ingleses. “Recuerdo que los adversarios nos hicieron una enorme fiesta de despedida. Nos subieron al comedor y comimos lo que queríamos. Bailamos y los sorprendimos cuando subimos a las mesas a cantar canciones de los Beatles, entre otros. Pero una vez en Buenos Aires todo fue desidia, los militares nos trataron mal. Cuando llegamos a suelo argentino fuimos prisioneros de nuestras propias tropas que nos encerraron en cuarteles, sin poder salir al patio, y nos prohibieron hablar con nuestros familiares ni avisar como estábamos”.
Cabrera contó un error que hasta hoy no fue sanado ya que “figuro como desaparecido en la placa de mi Batallón, el VIM 3. Fui a hacer trámites y aproveché para reclamar que saquen mi nombre de esa placa. Un comandante dijo que me la iban a quitar pero cuando regresé, mi nombre seguía ahí”. Otros soldados tuvieron otros recibimientos denigrantes. Urdapilleta también narró su experiencia. “Estuvimos dos días sin tener contacto con el continente. No había contacto desde Buenos Aires para saber si estábamos vivos o no. Cuando llegábamos a los puertos del continente para ser liberados, nos encerraban y no nos dejaban salir. Muchos fuimos recibidos con tomatazos y huevazos por la gente. Ahí comenzó nuestro dolor por el trato que recibimos de la sociedad”.
Otro proceso fue la reincorporación a la sociedad. Cabrera dijo que el sufrimiento fue de muchos años.
“Llegó el momento que teníamos vergüenza de decir que éramos excombatientes. El Estado ya democrático nos dio la espalda. No hablo solamente de la sociedad, sino de familiares, amigos y vecinos que nos miraban como bichos raros. Si no conseguimos trabajo nos miraban de reojo como si tuviéramos sarna. Nadie se acercó a hablarnos. Decían que éramos unos loquitos que en cualquier momento íbamos a sacar un arma y a meter tiros. Todo eso pasamos en estos 40 años. Y también marginaban a nuestros hijos, decían ahí viene el hijo del loco. Así fue el trato que recibimos por muchos años. No sólo nosotros lo pasamos mal, también nuestras familias. Cuando volví a casa de mis padres, escuchaba un silbato, salía corriendo, me tiraba en la cama y me tapaba la cara. Es que me volvía a la mente lo que viví en las Islas. Soy muy sensible y no quiero hablar mucho de lo que viví en la guerra”.
“Queremos rendir homenaje a las personas que, de forma desinteresada, nos ayudaron en estos 40 años. Una escribana nos hizo los trámites de titularización de tierras sin cobrarnos un peso, cuando el costo equivaldría a una camioneta de alta gama. Queremos que sus descendientes tengan nuestro reconocimiento, y que la sociedad sepa. Hubo otros que nos ayudaron desde su función pública, como es el caso del diputado (Carlos) Freaza que presentó un proyecto de ley muy importante para nosotros. Lo hizo después de que le contáramos lo que vivimos allá. No muchos se interiorizaron”, coincidieron los soldados.
Cada 2 de abril “volvemos a vivir toda la secuencia que pasamos en 1982. El que no lo vivió no va a entender nunca lo que vivimos nosotros. Muchos hablan de los festejos por Malvinas. Este no es ningún festejo. No es que vamos de asado y festejamos. Cada uno sufre en silencio lo que vivió en la guerra. Recordamos en estas fechas a los que quedaron allá, a los de los dos bandos, los nuestros y los de ellos, porque no hay mayor honor que quedar en combate. Para mí no es un día de festejo. Por lo general, me recluyo en casa, no salgo, no hablo con nadie”.
“Tampoco quiero ver televisión porque todo el tiempo se habla de la guerra y me pone mal. Soy muy sensible y hasta me pongo a llorar”, añadió Cabrera.
“Hoy nos dan el título de Ciudadano Ilustre, 40 años tarde, por una ordenanza que salió de un concejal. Lo que queríamos era que la sociedad entera sepa y se involucre en esta ordenanza. Acá hubo mucha gente que en ese momento donó sus joyas para que lleven cosas a los que estábamos luchando, que compró mercaderías y otros elementos para que lleven a los soldados y nunca recibimos nada. Queremos que los ciudadanos sepan que acá hay un pueblo, que sus abuelos, padres o tíos o vecinos se comprometieron con la causa y que ayudaron en forma anónima. Eso es lo que tiene que conocer la gente”, dijo Urdapilleta, que al volver, se quedó a estudiar locución en el ISER, pero “como tenía acento misionero no pude recibirme”. En el 83 cuando se comenzó a hablar de elecciones, trabajaba con Antonio Carrizo, en Radio El Mundo.
“Él me hizo hablar de la guerra y conté lo que viví en ella, cuando teníamos prohibido hacerlo. Estuve preso ocho días y tuve que firmar un papel comprometiéndome a no repetirlo por ocho años. Así nos escondían y escondían nuestra historia. Por 20 años no hablamos de la guerra. La desmalvinización comenzó con Alfonsín”.
Kunze prestaba servicio militar en el Batallón VIM 1 de Río Gallegos y fue designado junto a otros tres soldados para cumplir la misión en el Faro de Cabo Vírgenes como parte de la Guerra.
“El primero de abril estábamos de civil y con la libreta (DNI) firmada. El 3 de abril debíamos salir del Regimiento dados de baja. Pero el 2, nos asignaron un lugar en un galpón y nos dieron las bolsas de campaña para dormir. La noche del 2, cedimos nuestras camas a los soldados que habían tomado las Malvinas y volvieron al continente. El 3 en vez de salir de baja mandaron a la guerra. Yo era cocinero en el Regimiento en el que cumplí el servicio militar y por eso me asignaron la tarea. Pero como hablo brasilero y alemán desde chico -vivía en 25 de Mayo y en la zona se usa el portuñol- me cambiaron de destino y me mandaron a cuidar el Faro de Cabo Vírgenes, en Tierra del Fuego”, contó.
En el lugar estaban sólo los cuatro soldados que debían cuidar el Faro, el radar y custodiar la costa. Debían informar a los superiores lo que pasaba durante las 24 horas, “lo que veíamos en el radar, lo que veíamos en el mar y vigilar e informar el recorrido que hacían los satélites que prestaban servicios para los ingleses. No podíamos distraernos ni dormir bien. La temperatura era de quince o más grados bajo cero todo el tiempo. Encima, los aviones chilenos pasaban sobrevolando, nos mostraban las armas y hacían señas con las dos manos que nos iban a golpear”, narró. Kunze no se sacó las botas durante 40 días y cuando llegó a Misiones “se me cayeron dos uñas del pie, que se estaba pudriendo”.
Admitió que al escuchar que se acercaba un avión chileno, corrían a sus puestos. “Uno a la radio, otro al faro y los otros dos a las barricadas. El faro estaba en la barranca de un acantilado de unos 80 metros, los aviones pasaban a escasa altura, por eso los podíamos ver bien. Era así tres o cuatro veces por día”.
Los cuatro soldados estuvieron 37 días apostados en ese lugar.
“Debí atender a tres buques mercantes que pasaban por ahí, dos brasileños y un alemán. Cómo sabía ambos idiomas me tocó hablar con ellos. Fuimos amenazados y hostigados todo el tiempo por los chilenos. Teníamos miedo que vengan por nosotros, nos tiren una bomba o lo que fuera. Cuando la brisa acompañaba, escuchábamos los bombardeos de los combates de las islas. De los que no estábamos en Malvinas, éramos los que estábamos más cerca, a un poco más de 200 kilómetros”.
Aclaró que “pertenecemos a TOAS porque estuvimos asignados por debajo del Paralelo 42. El Ejército no nos reconoció como soldados porque no estuvimos en las Islas. Estamos luchando para que nos reconozcan como tales y así poder cobrar la pensión de excombatientes. Estamos en la instancia judicial. Me gustaría poder tener la pensión y poder viajar con mi familia al Faro Cabo Vírgenes. Mi deseo es no morirme sin volver a ese lugar que me marcó para toda la vida”.