En el tiempo de los couchers y managers donde abundan los métodos y estrategias para ser exitosos y productivos, hoy quiero compartir una enseñanza que Jesucristo nos dejó para producir buenos y abundantes frutos. Se refiere a la “parábola del sembrador”, la cual está escrita en tres de los cuatro evangelios.
La misma gira en torno al hecho de que se había juntado mucha gente a la orilla del mar para “escuchar” a Jesús.
Él se sentó en una barca y les enseñaba diciendo: “El sembrador salió a sembrar y parte de su semilla cayó junto al camino, parte en pedregales, otra entre espinos y una en buena tierra. La semilla que cayó junto al camino vinieron las aves y la comieron, la que cayó en pedregales donde no había mucha tierra brotó pronto, pero salió el sol y se quemó porque no tenía raíz y se secó, la que cayó entre espinos los espinos crecieron y ahogaron la semilla, pero la que cayó en buena tierra dio fruto abundante”. Terminó Jesús diciendo: “El que tiene oídos para oír, oiga”.
Entonces los discípulos se acercaron y le preguntaron “¿Señor por qué le hablas a la multitud en parábolas?”.
Jesús respondió: “Porque ellos no tienen como ustedes la capacidad de entender los misterios del reino de Dios, porque sus oídos, sus ojos y su corazón se han cerrado para con Dios”.
A continuación Jesús les explica a sus discípulos la parábola del sembrador: La semilla es la palabra de Dios, el sembrador es todo aquel que sirve a Dios predicando su palabra, los cuatro tipos de tierra son:
• los de junto al camino aquellas personas en quienes se siembra la palabra pero luego que la oyen enseguida las tinieblas espirituales quitan la semilla que se sembró en sus corazones para que no crean y se salven
• los de pedregales son los que habiendo oído reciben la palabra con gozo, pero no echan raíces creen por un tiempo y en el tiempo de la prueba se apartan
• los de entre espinos son los que oyen pero yéndose son ahogados por los afanes, las riquezas y los placeres de la vida y no producen fruto
• pero los que son buena tierra estos son los que con buen corazón y rectitud retienen la palabra oída y dan fruto con perseverancia. Estimado lector la semilla es la palabra de Dios, son esas “palabras de vida” que están siendo sembradas por tantas personas y de tantas maneras, impulsadas por el amor de Dios para que todos puedan conocerlo y disfrutar (dar frutos) de la vida plena que Él diseñó originalmente para toda la humanidad.
Qué contraste llamativo se da entre lo natural y lo espiritual. Las enseñanzas de Jesús siempre son simples y profundas, contrastando lo natural conocido para revelar lo espiritual desconocido.
La ciencia y la tecnología lograron modificar las semillas genéticamente para, entre otras cosas, lograr mayor producción aún en condiciones de terrenos no aptos para la siembra.
Sin embargo la semilla de la palabra de Dios nunca cambió, es la misma por la eternidad. Lo esencial para ser “productivos” en todas las áreas de nuestras vidas está en enfocarnos, que nuestros oídos, ojos y corazón estén bien abiertos y dispuestos a ser esa buena tierra donde Dios haga fructificar su palabra.
Estoy plenamente seguro que si leíste hasta acá, entonces este artículo no será la primera semilla que Dios pone a tu alcance porque su incomprensible amor y misericordia abundan cada día.
No obstante, en el amor del Señor te animo a que no desaproveches la oportunidad, con otro contraste: la semilla de Dios nunca perece, es decir que si en otro tiempo tu corazón no fue esa buena tierra y hoy decidís cambiarlo, esas palabras que antes no pudieron enraizar lo harán de manera sobrenatural y maravillosa.
Oro a Dios de todo corazón que vos seas hoy una persona más que “tenga oídos para oír”.