Opinión
Por Pablo Daniel Seró
Pastor
Tomando una expresión vertida en la publicación del 18 de febrero pasado titulada “Conociendo a Dios”, vale recordar que “la Biblia, la palabra de Dios, es una carta de amor de Dios para todos nosotros, como un diario íntimo, pero abierto y público”. La tarea de leer sus páginas nos llevará necesariamente a ir conociendo a su autor.
Tarea no simple es poder “ver claramente el mensaje”, cuando generalmente lo vinculado a Dios está muy influenciado por cuestiones y aspectos culturales, humanísticos, filosóficos, religiosos y muchos otros, lo cual permite apenas vislumbrar el verdadero mensaje de amor de Dios para con nosotros.
Quiero no obstante simplificar y resaltar conceptos bíblicos para que el lector pueda, con toda tranquilidad, abrazar el mensaje sin necesidad de pensar en ninguno de estos aspectos influyentes mencionados, sino optando por una hermosa oportunidad de recibir y aceptar el amor de Dios como Padre.
Hay una vinculación y relación muy estrecha y llamativa entre el antiguo y nuevo testamento. Muchas cosas que se realizaban como rituales religiosos específicos ordenados por Dios para su pueblo, debían repetirse cada año y llevaban implícito un mensaje profundo que se revelaría, que se vería claramente a futuro en el nuevo testamento.
En ese sentido, la Pascua ordenada por Dios a Moisés para ser cumplida por su pueblo es un ejemplo maravilloso de ese mensaje profundo y a revelarse a futuro.
Quiero destacar aspectos importantes de la primera Pascua: debían reunirse por familia, preparar un cordero para sacrificar, marcar con su sangre los dinteles frontales de las casas como señal. Prepararlo al fuego para comerlo en familia con panes sin levadura.
Cuando todo estuviera dispuesto, sentarse a la mesa en familia y preparados para, luego de comer, salir. Salir implicaba partir de una situación de cautividad a una realidad de libertad plena a una tierra prometida.
Ese mensaje implícito en la primera Pascua y las sucesivas no se reveló hasta que se produjo el anunciado nacimiento de Jesús. Anunciado por profetas que hablaban de “Emmanuel” (Dios con nosotros) y por ángeles que anunciaron el nombre de “Jesús”, el “Mesías”. Aparece por decirlo de alguna manera la celebración de la “navidad” que es tan popular y esperada cada año para la mayoría de las personas, es motivo de preparativos, compras, comida, bebida, regalos, viajes para achicar distancias y cenar en familia. De una u otra manera es CELEBRACIÓN, FESTEJO Y ALEGRÍA. Ese niño nacido en el pesebre de Belén nació para morir ¿Tan así? Pues sí.
Por eso en la Pascua, al recordar su muerte en la cruz, es que muchos se ponen tristes, se proponen voluntariamente guardar una actitud penitente como una manera de ser consecuentes con recordar la muerte de Jesús.
Todo parece teñirse de luto y tristeza… pero te tengo una muy buena noticia. Jesús decidió por amor ocupar su lugar en la cruz del calvario, en realidad ocupar tu lugar y el mío.
Él es, fue y será “el cordero de Dios que quita los pecados del mundo” y su sangre derramada en esa cruz es la verdadera marca y señal en los “dinteles de las vidas” de aquellos que lo reconocen como Señor y Salvador, aceptando su sacrificio, su muerte en la cruz, como el “pasaporte” para salir de una vida de cautividad, oscuridad y vacío camino a la tierra prometida (la vida eterna con Dios).
Que esta Pascua nos alcance celebrando y festejando alegres y con gozo, que de tal manera nos amó Dios que envió a su hijo Jesucristo como “cordero de Dios” a dar su vida por nosotros para, por su gracia, regalarnos vida eterna.