En un año complejo, marcado por situaciones diversas y delicadas que aparecen en todos los ámbitos, nos encontramos dando inicio a un nuevo ciclo lectivo, el cual representa un rayo de esperanza para nuestra sociedad. En este contexto, resulta pertinente reflexionar sobre nuestras actitudes y expectativas para acompañar el proceso educativo que están iniciando cientos de niños, jóvenes y adultos en nuestra comunidad.
El cardenal José Tolentino de Mendonça, Prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación, nos alienta a fundamentar nuestra labor educativa en tres aspectos clave para todo proceso de enseñanza-aprendizaje: la unidad, la humanidad y la esperanza. Qué bueno sería que estos principios también iluminen el camino de nuestras comunidades y pueblos durante este ciclo lectivo.
En primer lugar, en el seno de nuestras comunidades educativas, es crucial que la gestión escolar, profundice y fomente la comunión, permitiéndonos avanzar juntos en medio de las adversidades que se presentan. El camino hacia adelante debe ser el de la colaboración comunitaria.
En este transitar unidos, es fundamental que se priorice el trato amable y el respeto a las diferencias, las cuales enriquecen la comunión. Esta unión debe ser fortalecida y renovada a través de la creatividad, la reflexión y el discernimiento.
Ante las consecuencias de la crisis económica y las dificultades que esta acarrea, es importante que trabajemos juntos para desarrollar nuevas estrategias que contribuyan a garantizar una educación de calidad para todos, sin dejar a nadie atrás, especialmente a los más vulnerables de nuestra sociedad. Para lograr esto, es fundamental contar con la colaboración y la alianza entre la escuela y la familia, así como con educadores calificados que puedan contribuir a la transformación social en un mundo en constante cambio.
Como menciona el cardenal Tolentino, “los educadores no deben ser maestros de los sistemas informáticos, sino maestros de la humanidad. Por lo tanto, en un contexto en el que la tecnología ocupa y ocupará cada vez más espacio en las aulas, es importante reforzar el papel de los profesores y educadores como maestros de humanidad”.
Lograr esta humanidad requiere un discernimiento constante de la presencia de Dios en la vida de la comunidad y estar abiertos a la acción del Espíritu Santo que siempre nos acompaña.
En tercer lugar, nuestras instituciones educativas representan un faro de esperanza en un entorno a menudo desafiante. Debemos ser portadores de esperanza frente a las adversidades de la vida, poniendo a la persona en el centro de la gestión escolar y fomentando una comunidad auténtica basada en el respeto y la fraternidad. Fortalecer esta fraternidad genuina nos permitirá avanzar juntos, colaborando en equipo hacia una sociedad que promueva la cultura del encuentro.
En este sentido, como educadores, enfrentamos el desafío de ser protagonistas de “una pedagogía de la esperanza”, que nos inspira a contemplar el futuro con alegría y optimismo.
En medio de las dificultades y sombras del presente, debemos mostrar el horizonte de esperanza a niños, adolescentes, jóvenes y adultos que inician un nuevo ciclo escolar.
Les deseo a todos bendiciones y feliz comienzo, para que seamos fuente de esperanza en este desafío que nos presenta el inicio de un nuevo ciclo escolar.