Osvaldo Lorenzo Garello, el peluquero maestro de los maestros, falleció el pasado 12 de enero, a los 90 años. Quedan los buenos momentos, las buenas obras y las enseñanzas que dejó en sus alumnos, y en su hija Laura Soledad (42), la única de los hermanos -Vanessa y Alejandro- que abrazó la profesión de su padre.
Vino desde Laboulaye (Córdoba) en 1963. Primero lo hizo solo, después en compañía de su esposa, Nélida Lattini, también cordobesa, de Leones, que por aquel entonces se dedicaba a la costura.
De acuerdo a lo relatado por Laura, el viaje inicial era por seis meses, pero quedó tan entusiasmado con la provincia que, al final, se terminó quedando. “Empezó a trabajar con otro peluquero en un pequeño local. Como todo joven tenía anhelos, tenía proyectos, sueños y le fue bien. Empezó de a poco y a la par de la profesión, fue construyendo la familia. Tuvo la suerte de conocer a determinadas personas de otros lugares, lo que ayudó a que pudiera estudiar, perfeccionarse hacer cursos, hasta que surgió la posibilidad de poder abrir su peluquería. Y así comenzó”, agregó la hija del hombre al que, además, el gustaba las plantas y los pájaros. Hacía avistajes y en Misiones, con la selva y el paisaje, quedó deslumbrado. Y se vino.
Era peluquero de damas y fue el primero en Misiones que empezó a hacer desfiles. “Comenzó con los desfiles y después surgió la posibilidad de viajar por unos meses a perfeccionarse a San Pablo, Brasil, mediante una beca. A partir de ese momento se reforzaron los sueños, los proyectos. Eso hizo que en nuestra ciudad empezara a ser reconocido tanto por sus acciones como por peinar a las damas de alta alcurnia. Empezó a perfeccionarse, interiorizarse, preocuparse, solidarizarse, con las personas que padecían cáncer. En aquel entonces el problema era más de mujeres que de hombres”, explicó la joven.
“Papá decía que, si había gente realmente humilde, que no la podía pagar, a esa gente se le daba, se le confeccionaba a medida, con el color de cabello. Ese banco hacía que cuando terminara el tratamiento, la persona devolviera la peluca. Se esterilizaba, si había un detalle que cambiar, papá se ocupaba, y se preocupaba porque estuviera todo bien”.
A mitad de su carrera, “lo vi con mis propios ojos, empezaban a llegar los padres con sus hijos, preocupados, porque los chicos sufrían las diferencias en la escuela. De repente ya venían con una calvicie. Cuando se les empezaba a caer el cabello se empezaban a escuchar las burlas. Esas situaciones nos tocaron y nos rompieron el corazón de una manera impresionante. Así que también se hacía pelucas para niños”, comentó.
Como Garello era una persona reconocida “nos mandaban pacientes del hospital, de los sanatorios céntricos. Lo conocían, pero, además, sabían cómo era de detallista con ese tema. Siempre decía que por más que uno tuviera cáncer, si estaba acostumbrado a peinar del lado derecho, no tenía por qué cambiar todo tu sistema de vida o acostumbrarte a otra cosa a la que no estaba acostumbrado. Él perfeccionaba para que a vos te quedara la peluca como si fuera tu cabello y que no tuvieras problemas en peinarte y, sin ningún detalle que se viera o que alguno se diera cuenta y te dijera: tenés peluca. No, nada. Era muy perfeccionista. Papá luchó mucho. Fue el precursor, el creador del Banco de Pelucas, lo tengo registrado en las distintas notas periodísticas”, aseguró.
Según Laura, su papá “fue el creador, para que todos puedan ser solidarios. Al que necesita, le presto y así funcionaba. Después, la gente que quería pelucas para otra cosa, se cobraba lo que valía. Eso era una realidad. Quien podía pagarla, se cobraba, pero quien no podía y la necesitaba por cuestiones de salud, era totalmente gratis. Para esta gran obra, las mismas clientas les dejaban su cabello”.
“El amor que le tengo como hija es una cosa, pero, siendo objetiva veo a pocas personas que se dedican a hacer cosas solidarias, reales. Era un trabajo totalmente artesanal. Mi papá se pasaba horas tejiendo pelucas”.
Cuando la gente terminaba de usar las pelucas, si quería, las donaba, y esas mismas se volvían a restaurar si era necesario, pero se le hacía todo el proceso, de esterilizar, de la dejarla a nueva, para que otra persona pudiera volver a ocuparla.
Título de profesor
Garello era el único profesor de peluquería. Laura aclaró que en nuestra provincia “podemos ser docentes, trabajar en escuelas de adultos o en centros de formación, pero existía en Paraguay la posibilidad de cursar el profesorado de peluquería. Fue el único que tuvo la posibilidad de hacerlo. Tuvo entre sus manos el título extranjero que lo habilitaba para eso. Estudió en una academia de Asunción, en tiempos en los que Alfredo Stroessner ejercía la presidencia de ese país. Obtuvo el título, lo presentó acá y tuvo el aval de ser el único profesor de peluquería en la provincia. Eso hizo que pudiera ejercer como docente en el CEP 4 y en el Centro de Formación 13”, ambos de Posadas.
Dijo que en el CEP 4, y por una resolución del Consejo de Educación, “empezó a trabajar como coordinador de las escuelas y de los talleres de peluquería de la provincia. En un momento cuando estuvo mal de salud, lo pude reemplazar. Se trataba de ver qué era lo que faltaba en las escuelas y comunicarlo, esa era la función”.
Heredera de la profesión
Al ser la más chica de la familia, Laura siempre estaba metida en medio del comercio y conocía a los clientes de su padre. “Andada dando vueltas, acomodaba los ruleros, limpiaba o barría el piso. Los peluqueros siempre tienen como un pequeño búnker apartado -donde los clientes no ingresan- para elaborar el color que vamos a poner sobre la cabeza, es como un secreto. Pero yo siempre estaba detrás viendo como él lo hacía, en el detrás de escena”.
En esas incursiones de niña, veía que Garello se involucraba mucho con la gente. “Confiaban en mi papá. Él era muy respetuoso, no te iba a cortar más de la cuenta, ni iba a hacer nada que vos no quisiera. Conocía al cliente y sabía cómo era. Si pensaba innovar, consultaba por las dudas. Y yo estaba ahí, mirando cómo hacía las tinturas, la permanente, para lo cual en ese tiempo se ponía la cabeza en el secador”.
Quedó más enamorada de este ambiente, cuando su padre se ocupaba de peinar a los famosos que actuaban en las obras de teatro que venían al Instituto Montoya. “Yo iba detrás de él por todos lados. Entonces cómo una no se iba a enamorar de ciertas cosas que veía. Además, papá era súper solidario, tenía millones de amigos y muchos de los peluqueros de esta ciudad, aprendieron mirando sus habilidosas manos. Entonces el dejó algo. Un legado. ¿Cómo no voy a continuar con su tarea o dejar bien en alto su memoria?. Papá se lo merece”, aseguró la hija del creador de la carrera de Técnico Superior Estilista Profesional, en el Instituto Combate de Mbororé.
“A la madrugada prácticamente no descansaba a pesar que al otro día por la mañana tenía que atender a sus clientas. Son cosas que tenía que hacer y era necesario destinar un tiempo, sacrificarlo. En aquel entonces, cuando empezó, era todo muy distinto. El negocio del cabello no existía a diferencia de ahora que vemos lugares en los que se exhiben carteles de compro cabello”.
Con el tiempo, empezó a estudiar locución y a trabajar en los medios. Luego, comenzó a actuar en obras de teatro y la convocaron para subir al escenario. “Me tenía que dividir entre trabajar, estudiar locución y la peluquería, pero lo que más nos afligía era que éramos solamente dos para confeccionar las pelucas. Cuando empezaron a venir los papás con los chicos, fue como un detonante. Empecé a elaborar notas, a presentar proyectos, para que nos multiplicáramos quienes estábamos haciendo esto, así ayudábamos a más pacientes. Había que ver las caras de los niños que venían llorando porque no entendían cómo podían ser tan crueles. Dije: acá hay que empezar a agrandar un poco y enseñar cómo se hace para brindar un mayor servicio a la gente”, explicó.
Según la hija, Garello administraba su tiempo entre la familia, el Montoya y su peluquería. “Por la mañana, generalmente, trabajaba unas horas en el Instituto, después abría su peluquería. Por la tarde visitaba las escuelas, por lo que te puedo decir que no paraba nunca. Sacando cuentas y mirando papeles, puedo decir que honró a su profesión por más de 60 años”.
Su primer local estuvo en inmediaciones de La Placita. Después se mudó a La Rioja casi Félix de Azara. Más tarde, se estableció en La Rioja entre Buenos Aires y Rivadavia. Además, estuvo durante muchos años en la Casa del Docente, y después a su propio hogar, en cercanías del hospital.
“Pero aquí ya no atendía a tanta gente porque la demanda de pelucas era una cosa que no se podía abastecer”.
Para Laura, antes era distinto. “Había, pero no era tanta la gente que estaba con este padecimiento. Es como que después se fue incrementando y ya no daba abasto solo, entonces me enseñó a mí. Adquirí el conocimiento, como quien dice, heredé el secreto de cómo se hace”.
Desde muchos años antes que “papá nos deje para siempre”, Laura tiene interesantes proyectos a presentar, con los que sigue insistiendo, “para que se haga algo distinto. Presenté un proyecto al Servicio Penitenciario Provincial (SPP), al Ministro de Gobierno y al de Educación, pero aún están en veremos. Busca que a las personas que están en privadas de su libertad, así como hacen trabajos de cestería, manualidades, buscando una manera de reivindicarse con la sociedad, pudiéramos enseñarles a que tejan el cabello para producir más pelucas porque en Misiones hay personas que se dedican a esto, pero no al nivel de perfeccionamiento y de detalle para que no se note que se tiene una peluca. Papá las hacía de una manera que no te ibas a dar cuenta que tenía peluca”.
Sostuvo que “nosotros siempre estuvimos disponibles para enseñar, presenté una infinita cantidad de notas para poder enseñar y que todos colaboremos con esto. No era algo solo de mi papá o solo mío. Es necesario que la gente se dé cuenta de eso y quiera aprender entonces trabajamos en conjunto y hacemos un beneficio para todos. Eso era lo que nos interesaba”.
Como papá, era un excelente hombre, “que me dio todo, y no hablo de cosas materiales, hablo de enseñanza, de solidaridad, de amor, pero un amor sin mezquindad, era muy de pensar en el otro. Por eso dedicó tanto tiempo a cosas que les llevaba mucho tiempo, pero yo descubrí que no había una felicidad mayor que una persona que estuviera enferma se fuera feliz porque a pesar que estaba perdiendo el cabello, se encontraba con un profesional que siempre alentaba a sus clientas, transmitiendo un mensaje positivo, que sigan para adelante. Les decía que muchas veces se sale de estas cosas, que es un aprendizaje, que a veces las cosas malas suceden como las buenas, pero que hay que seguir adelante”. Cree que no en vano vivió 90 años. “Vi a niños irse felices con su cabello, y eso no tiene precio”, aseveró su hija, emocionada.