Mientras arregla las plantas de su jardín, lava el vehículo o desarrolla las tareas domésticas, Roberto Gustavo Girard (77) intenta fijar conceptos del derecho que incorporó momentos antes a través de la lectura o de las clases virtuales o presenciales a las que asiste como alumno de la carrera de abogacía de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE). Es que es un sueño que está a punto de concretarse tras varios intentos.
El comerciante contó que tuvo la suerte de terminar los estudios secundarios en el Colegio Nacional Nº1 en tiempo y forma e, inmediatamente, surgió la idea de estudiar abogacía en Corrientes, aunque sin los recursos apropiados. “Así que lo hice mediante el concurso de becas estudiantiles, una otorgada por la propia Facultad de Derecho de Corrientes, y otra, que gestioné en Posadas. Cursé tres años de la carrera hasta que tuve que concurrir al servicio militar que por ese entonces era obligatorio. Y en esa circunstancia perdí la beca porque tenía que tener una regularidad en el estudio”, manifestó. El regreso implicó el abandono temporal de los estudios y el intento de conseguir trabajo en la vecina provincia, lo que resultó imposible, a pesar que más adelante “tuve muchísima suerte en lo laboral”.
Para Girard, retomar la carrera “es cumplir un deseo, una aspiración de joven y un propósito casi oculto era darles un ejemplo a los hijos. Tiene que haber una dosis de buena fortuna porque hacer esto a esta edad, en el tiempo óptimo que se puede hacer, además de trabajar, no deja de ser un logro personal, que era lo fundamental, que yo buscaba. Luego de varios intentos, ahora me pareció que podía ser la ocasión y hasta ahora dio resultados. Si Dios quiere y en poco tiempo más, tal vez sea abogado”.
Buenas perspectivas
Haciendo un paréntesis en los estudios, y analizando los comienzos de la etapa laboral, indicó que “a veces digo que la vida tiene un componente de suerte importantísimo porque primero me tocó aprobar un examen para ingresar al Banco de Galicia, que era casi imposible en ese entonces, un privilegio para pocos. Inmediatamente conseguí ingresar a la empresa multinacional NCR, poco conocida en el medio”, donde desempeñó tareas durante 19 años, ocupándose de las ventas y el marketing como gerente de comercialización de una línea de negocios. Por esa razón, fue trasladado a Rosario, Santa Fe, en compañía de su esposa, Lidia Virginia Parra (ya fallecida), con quien compartió 52 años de matrimonio, y a sus hijos: Gustavo Fabián, Roberto Alejandro, Desireé Claudia Liliana y Guillermo Horacio.
Reconoció que fue una “excelente época”, de la que guarda una anécdota “bastante sentimental”. Contó que las cosas “iban muy bien y estando de vacaciones en Uruguay, donde disfrutábamos de 30 días de descanso, mi señora pregunta: ‘¿se arregló algo en la compañía con el tema de los cambios que hubo?’ ‘No, quedó así’, contesté. ‘¿Pero a vos no te conviene?’, agregó, a lo que le dije que económicamente me daba igual porque recibo la misma remuneración y las mismas comisiones. Pero ella advirtió que: ‘Eso no es todo en la vida. Hay algo que cambió’. ‘¿Qué cambió?’, pregunté. ‘Hace un tiempo que dejaste de cantar en el baño’. ‘Tenés razón, no me había dado cuenta’”, esgrimió Girard. Al día siguiente, la esposa volvió sobre el tema y preguntó: “‘¿Vas a hacer algo con eso?’, a lo que él contestó: “‘Mirá, si todos están de acuerdo, renuncio al trabajo y nos volvemos a Posadas’, porque era un deseo compartido volver al terruño. Renuncié así, a lo Don Quijote, diciendo, esta etapa se terminó, y ahora buscaremos qué hacer”.
Regresaron a la capital misionera, a buscar trabajo, con casi 40 años. “Tenía mucha confianza. Creo que durante la primera semana ya tenía un trabajo, aunque tal vez no era lo mismo que aquello. Y de la insatisfacción laboral, surgió lo de la agencia de quinielas”, comentó.
En esa búsqueda laboral, Lidia le confió que “‘si algo que me gustaría hacer es comprar una agencia de quinielas’. Le dije que para eso hacía falta un cierto capital, que nosotros no disponíamos en ese momento. Pero prometí averiguar. Y justo se vendía la agencia 07, a la que finalmente pudimos acceder. Jorge, el más chico de los seis hermanos, fue el que me dio una mano económica en esta patriada. Vendió una casa que tenía en el centro, cuando fue a venderla, por ejemplo, con aire acondicionado de ventana y teléfono, dentro de las cuatro avenidas, le daba jerarquía. Con eso logramos reunir el dinero para comprar el fondo de comercio de la agencia”, expresó.
En ese comercio puso a prueba una serie de conocimientos sobre marketing y otro tipo de manejos, adquiridos en Rosario, que los comercios de Posadas no manejaban. Reconoció que fue un suceso que, en lo personal, “nos permitió comprar la casa, arreglarla, comprar un departamento para un hijo que se recibió después, y adquirir un departamento en Buenos Aires. Fue una cosa muy linda. Pasamos años muy, muy lindos, disfrutamos muchísimo ese período de tiempo”, hasta que un día decidieron dejar la actividad en “sociedad con el Estado” para dedicarse a otra cosa que fuera un poco más tranquila. Y surgió la posibilidad del negocio de ortopedia y traumatología “que me parecía sumamente atractivo, y que es en lo que continúo con dos de mis hijos”.
Cuando Girard era adolescente vivía a media cuadra del Club Mitre y tenía “la suerte” de habitar una casona muy vieja en un terreno con 950 metros. “Era un sueño” porque estábamos a dos cuadras de la Plaza San Martín, y a pocas cuadras de la Casa de Gobierno. Comenzaban a aparecer los barrios como Villa Cabello, y se preguntaba: “¿Cómo haré yo para tener, alguna vez, una casa que no quede muy alejada ¿Será muy difícil?, ¿va a costar? Y la vida me regaló la posibilidad de tener una vivienda en pleno centro y la suerte de tener al lado la oficina de trabajo, que es una bendición”.
Descendiente de franceses
Contó que su padre, Pablo Fernando Gustavo Edmundo Girard, nació en 1900, en el departamento de La Rochelle, en la provincia Charente Maritime, y que vino a Argentina después de haber sido soldado en la Primera Guerra Mundial, donde combatió con apenas 16 años. “Era ciudadano francés y con esa edad se fue a la guerra en contra de la voluntad de los padres”, disparó. A los 18, al finalizar el conflicto bélico, se enroló en la Legión Extranjera. Después de un tiempo regresó a su pueblo, donde se casó con una joven de la que en poco tiempo terminó desvinculándose, y viniendo a la Argentina. “No era el destino que él había elegido o había pensado, ya que uno de sus primos lo había entusiasmado para ir a África. En 1929, que es cuando emprende el viaje, no había una frecuencia de comunicación como la actual y cuando llegó al puerto de Marsella, el buque que tenía que haber tomado para ir a África había zarpado. Preguntó cuál era el siguiente y encontró uno que venía hacia acá. Y se embarcó en ese, dejando de manifiesto su espíritu aventurero”, señaló su hijo.
Al llegar al puerto de Buenos Aires, existía una especie de guía de asesores, que le decían que destinos podrían tener. Existía, además, la posibilidad de adquirir tierras en esta zona, a bajo precio. Girard vino a Misiones entusiasmado con la yerba mate. Después de recorrer distintos lugares como Bonpland, que tenía una fisonomía diferente a la de hoy, de estar en San Pedro, en Bernardo de Irigoyen, finalmente, se afincó con otros franceses en General Urquiza, departamento de San Ignacio. Allí, compró una propiedad donde se dedicó al cultivo del producto madre, desarrollando además un secadero. “Con algunos vaivenes propios de nuestra economía agrícola, la desarrolla hasta su fallecimiento, acaecido en 1972”, recordó el exalumno del Colegio Pascual Gentilini, de San José.
El extranjero se casó con Clara Raffa, una joven descendiente de italianos, que era la menor de diez hermanos, en 1941, a los 41 años. De esa unión nació Roberto y sus hermanos: Eduardo Enrique, Daniel Fernando, Jorge Alfredo, Ricardo Rubén y Alberto Edmundo.
Durante su niñez/adolescencia, Posadas era distinta. No existían boliches, solo bailes en los clubes en carnaval o eventos similares. “Los que cursábamos el secundario asistíamos a los asaltos, que eran bailes donde nos juntábamos todos. Los varones se encargaban de llevar la bebida y las mujeres, algo para comer. En uno de esos bailes fue que comencé a salir con mi esposa cuando siendo compañera de curso creo que nunca habíamos intercambiado un saludo. Pero en un asalto nos vimos por primera vez y después de mucha insistencia, accedió a que fuera su novio. Estuvimos casi siete años de novios que, sumados a los de casados, completamos una vida”.
El francés apareció un día como cliente de un taller metalúrgico que se llamaba ‘La industrial’ y se encontraba en las cercanías del puerto de Posadas, que era propiedad de los Tabbia, familiares de Raffa. Llegó con el afán de que confeccionaran una tambora, que se usaba en el secadero de yerba mate. “La vio a mi mamá y se enamoró perdidamente, al punto que alquilaba un avión y le hacía pasadas, sobrevolando la zona en la que ella vivía, para expresarle su amor”, relató emocionado Roberto, que aún conserva una carta en la que su papá “le habla con un cariño tremendo y le propone casamiento. Es un recuerdo muy bonito, muy sentimental, muy hondo”.
Clara Raffa tenía 32 años al momento de contraer matrimonio. “Era raro que a esa edad una chica de Posadas no se había casado. Interpreto que, como hermana menor y huérfana de ambos padres, le tocó estar en casa de sus hermanas y asistir como dama de compañía a sus sobrinas, por lo que no tuvo oportunidad”, interpretó.
Volver a las aulas
Indicó que, al regresar a la Facultad de Derecho, “tuve una gran suerte porque a pesar de algunas dificultades, conformamos un grupo de amigos y compañeros con un buen ambiente de camaradería y que me permitió sortear obstáculos tecnológicos. A la pandemia la supimos sobrellevar y hoy disfrutamos de un sistema de clases mixto. Cursamos en la UNNE y tenemos clases y exámenes que son presenciales y clases que son virtuales, a través de Zoom”.
“También fui visitador médico, que era una de las funciones mejor pagas y muy bien vistas por la sociedad. Un visitador médico ganaba muy bien. Por eso digo que tuve mucha suerte, una gran fortuna”.
Además de eso, el estudio tiene un condimento extra, que “es el hecho de compartir con chicos jóvenes, grupos de trabajo y realizar trabajos prácticos. Hay muchas ponencias que preparar para las distintas materias, y eso es también un aliciente que te hace sentir muy bien. Te sentís un par cuando sabés que tenés medio siglo más de edad que la mayoría. No obstante, rescato que, en la UNNE, la gran mayoría de los estudiantes, por el sistema de clases, tiene la posibilidad de poder trabajar o tener otra actividad que permita desarrollarse y cursar los estudios simultáneamente”. Y como si fuera poco, en esta última etapa, asistir a clases le permitió reencauzar su vida afectiva. “Con Elsa iniciamos un noviazgo y soñamos con que, en algún momento, tal vez, podamos concretar algo más”, celebró entre risas.
Ejercer cuando se reciba “es un tema que todavía lo tengo en carpeta, me gustaría hacer algo, pero algo más como pasivo, no de forma muy activa. No lo descarto, es una posibilidad que en algún momento vaya a ejercer. Debo reconocer que me tienta”.
Cuando le preguntan cuál fue la principal motivación para retomar estudios, insiste, un poco en broma un poco en serio que “me la dio el alemán: el Alzheimer, porque mantener la mente activa te permite también evitar la posibilidad de determinados problemas”.