Para la flamante ministra Silvina Batakis, el debut no podía ser peor: se alinearon todos los planetas en contra. Porque si algo le faltaba a la ministra era que, además de la tensión cambiaria, del desplome de bonos y acciones, de los abultados vencimientos por un billón de pesos que la esperan en los próximos meses y del caos en un mercado donde ni el papel higiénico tiene precio de reposición, era una caída en la cotización de los precios agrícolas.
Pero fue exactamente lo que ocurrió: en el mercado de Chicago hubo un desplome en los precios de la soja, el maíz y el trigo, principales productos de exportación del campo argentino. El poroto de soja, que hace apenas un mes tocó su valor máximo con u$s650 por tonelada, cayó a u$s579, con contratos para agosto que marcan u$s535.
En comparación con el viernes pasado, significa una pérdida de u$s27. Además, también se afectó el precio de los subproductos industriales de la soja, como la harina y el aceite, cuyas cotizaciones perdieron respectivamente un 5% y un 3,5%.
Esto implica un desplome respecto de los valores que se venían comercializando hasta el mes pasado y hace prever un drástico cambio en las perspectivas de ingresos de dólares, justamente para una economía que sufre la escasez de divisas como uno de sus problemas centrales. La soja y sus derivados significó en mayo pasado un ingreso por u$s2.300 millones, un 28% del total exportado por el país en el mes.
Y la cosa empeora, porque también cayeron el maíz, que bajó a u$s288, y el trigo, que con u$s304 ya está en los niveles previos a la crisis ocasionada por la invasión rusa a Ucrania.
Aunque el monto de las caídas es impactante, esta situación no sorprendió a los expertos del mercado, que venían alertando sobre las escasas posibilidades de que los altos precios se pudieran sostener.
Si bien la situación geopolítica sigue complicada y no se espera que Ucrania pueda volver en el corto plazo a aportar su oferta agrícola al mercado global, hubo otros factores que incidieron para que los precios bajaran. Por ejemplo, un reporte climático de Estados Unidos que indicó que la situación de sequía no era tan grave como originalmente se había previsto y que, habría que corregir al alza las previsiones de producción para la próxima campaña.
La percepción de los analistas es que las actuales bajas no corresponden a una situación coyuntural sino que reflejan la nueva realidad, por lo que será difícil que se vuelvan a ver las cotizaciones récord ocurridas tras el estallido de la guerra en Europa.
Recalculando
Ante esta situación, se produce una paradoja muy argentina: los mismos funcionarios que se habían mostrado preocupados por el fenómeno de la “inflación importada” y que justificaban la necesidad de subir las retenciones a la exportación agrícola para “desacoplar” los precios domésticos de los internacionales, ahora no sólo no festejan aliviados, sino que están más inquietos que nunca.
Claro, con este panorama de precios se pone en duda la optimista proyección sobre el aporte de dólares que dejaría la exportación agrícola este año y, por consiguiente, aumentan los motivos para la tensión con el dólar, ya que se complica todavía más la frágil situación de las reservas del Banco Central.
Uno de los pocos motivos de festejo que tenía el Gobierno este año era que la exportación para el 2022, originalmente estimada en u$s80.000 millones, fuera progresivamente corregida al alza, gracias a la mezcla de una buena cosecha y los altos precios internacionales. Al punto que la última proyección de la Bolsa de Comercio de Rosario ya la ubicaba en u$s87.000 millones. Y los motivos de alegría aumentaban por las perspectivas de una próxima gran campaña para el trigo.
Esto llevó a que hubiese récords históricos de liquidaciones de divisas, como la de mayo pasado, con u$s4.300 millones, que ayudaron a oxigenar la caja del Banco Central, en medio de su “puja distributiva” por el reparto de los dólares entre los diversos sectores de la economía.
Ahora, la duda que se instala es si habrá que recalcular la magnitud de las medidas de restricción a las importaciones. Para conseguir un saldo comercial holgado, de al menos u$s10.0000 millones, es necesario un recorte de 25% en las compras.
Esto implicaría que habría que topear la importación en una cifra promedio de u$s6.000 mensuales.
Pero si se corrige a la baja la exportación esperada, como se teme que pueda ocurrir, entonces ese nivel de compras será demasiado alto y será necesario un ajuste adicional sobre las ya reprimidas importaciones.
Fuente: iProfesional