Días de sequía, de calor sofocante. De llamas, humo, deforestación. De animales y personas sufriendo por un contexto que parece haber llegado para no irse en lo que resta del verano.
Ya lo dijo el ambientalista Rulo Bregagnolo, del Grupo Cuña Pirú de Aristóbulo del Valle al ver que los incendios comenzaron a afectar las reservas naturales que tiene la provincia de Misiones, esas que se consideran “el pulmón” del país y lo poco que le queda a la selva paranaense.
“Es triste, lamentable y angustiante ver como se está quemando el monte. Es increíble y no hay palabras para describir semejante daño”, expresó.
Como la gran mayoría de los misioneros sin agua en sus domicilios, sin pasturas ni arroyos ni lagunas para alimentar al ganado o regar los cultivos, se vive mirando al cielo para pedir que venga abundante lluvia y, de ser posible, que no pare de llover por algunas horas o días. Lo suficiente para devolverle a la tierra colorada y al verde de la naturaleza un poco de vida ante tanta sequía.
Que le devuelva la majestuosidad al río Paraná que supo tener hace casi dos años, cuando las aguas eras suficientes para que las comunidades se abastezcan de ese líquido vital y la fauna íctica se reproducía sin problemas.
Aunque las consecuencias se seguirán midiendo por largos meses, Misiones ya elevó a la Nación un primer informe donde -de manera contundente- reseñó los graves daños que se produjeron por los efectos del cambio climático.
Más allá de las reparaciones económicas o en elementos e inversiones para no tener que abandonar las chacras, la centralidad deberá estar puesta en cómo hacemos para que tanta tristeza, tanta angustia no se repita año a año.
Lamentablemente no depende sólo de los misioneros (dirigentes, gobernantes, productores, ambientalistas, etc). Ni siquiera únicamente de los argentinos. Con ver el daño que se produce al ambiente en Paraguay o Brasil, se podrá ver que la provincia está rodeada de campos cultivados donde debiera haber bosques nativos, monte y selva.