Ayer, finalmente, se retomó el servicio internacional del transporte de pasajeros entre Posadas y Encarnación (Paraguay). Después de varias idas y vueltas, se autorizó el regreso de un colectivo con mucha demanda de pasajeros, en especial para quienes realizan tráfico vecinal fronterizo por razones de trabajo, familiares, económicas, turísticas, entre otras.
Sin embargo, los pasajeros que eligieron el mismo fueron también víctimas de las enormes demoras y largas colas para cruzar el puente San Roque González de Santa Cruz. Se reportaron hasta ¡cinco horas! de espera, cuando se había previsto una hora como máximo para sostener un colectivo que parta cada 15 minutos hacia uno y otro lado del río Paraná.
Para tener una idea, la tardanza es similar a un viaje a Corrientes capital, a las localidades del norte misionero que quedan a decenas de kilómetros de diferencia.
Uno de los choferes que se animó a contar lo sucedido, relató su llegada al puente a las 7 pero recién pudo levantar pasajeros en la terminal a las 12. Y la explicación a no poder cruzar de manera separada habría sido que la Gendarmería no tenía aviso de permitir el adelantamiento.
Un servicio con tanta demora es inviable. En particular, porque su regreso fue pensado en descomprimir el tránsito de autos y camionetas. Con la salvedad que el costo juega a favor frente a lo que vale viajar en taxi, por ejemplo.
Los empresarios prometieron “ajustes”. Casi una obviedad.
Todos terminaron siendo “víctimas” del descontrolado manejo del puente, donde la generación de colas interminables y esperas “eternas” forman el negocio de los cruces VIP. ¿Los coimeros habrán pretendido recibir un aporte también del transporte público donde conviven empresarios paraguayos y el Grupo Z?
Otra vez, cualquiera sea la razón de semejante y vergonzoso padecimiento, quedaron en el medio los pasajeros que eligieron el colectivo internacional para cruzar como era antes de la pandemia de COVID.