El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) publicó un estudio realizado a nivel internacional sobre los efectos emocionales de la pandemia de coronavirus en la juventud. Este análisis se da en el marco del “Estado Mundial de la Infancia 2021”, donde se evidenció que niños, niñas y adolescentes, tienen consecuencias anímicas que podrían prolongarse por años.
Esto se debe a la incidencia de los cambios de hábitos, la convivencia familiar y las necesidades vividas durante el aislamiento obligatorio establecido por emergencia sanitaria.
Estos datos son preocupantes teniendo en cuenta que, previamente, la niñez y adolescencia presentaban números que alertaban acerca de la salud mental. Tal es así que, en Argentina, el 15% de las muertes en adolescentes son por causas externas relacionadas con el suicidio.
Este análisis realizado a nivel mundial por UNICEF precisó que 1 de cada 7 niños fue afectado por el confinamiento iniciado por la emergencia internacional del coronavirus. En tanto que más de 1.600 millones de infantes vivió una repercusión en su educación.
Respecto a la población de jóvenes y adultos, una encuesta realizada en 21 países demostró que, entre las personas entrevistadas de 15 a 24 años, un promedio de 1 de cada 5 se sintió deprimido o con poco interés en actividades durante la pandemia y la reactivación de lo presencial. Esta diferenciación se hace porque se toman los datos obtenidos en etapas diferentes: al principio del confinamiento y con la habilitación progresiva de la presencialidad.
En el país
Sobre la Argentina, una encuesta rápida realizada en mayo del 2021 sobre los efectos del COVID-19 en la juventud reveló que el 33% de los adolescentes sintió momentos de angustia y el 25% manifestó una incertidumbre ante los cambios traídos con la pandemia. Este relevamiento arrojó que, en el impacto de la emergencia sanitaria, en menores de 18 años al menos un 72% sintió la necesidad de buscar una contención emocional.
Las mediciones se realizaron entre septiembre de 2020 y febrero de 2021. En esta muestra, se tomaron los datos de 780 niñas, niños y adolescentes de 3 a 18 años, en seis regiones del país. El estudio se segmentó en tres: chicos de 3 a 5 años, de 6 a 12 y de 13 a 18 años. Más del 50% se identificó como masculino y un 11% perteneciente a los pueblos originarios.
Durante la primera medición, los niños de 3 a 12 años mostraron irritabilidad, descontento y tristeza por la situación de aislamiento. En un segundo encuentro, 1 de cada 2 niños estaba aún más angustiado. En tanto que para la tercera medición hubo una disminución de la ansiedad e inestabilidad emocional provocada por el encuentro con amigos y compañeros al momento de iniciar la DISPO.
Al comienzo del estudio, el 75% de los jóvenes señaló sentirse afectado al no poder salir ni hacer actividades recreativas ni deportivas. En las tres mediciones un promedio del 47% mencionó el uso de pantallas y redes sociales como forma privilegiada para socializar con pares, aunque también manifestaron que no reemplaza lo presencial.
Por otra parte, al hablar de la salud mental y emocional de los niños, niñas y adolescentes, fue evidente que cada contexto analizado procesó la pandemia de manera distinta. Es decir, se tuvo en cuenta el nivel socioeconómico de los menores, la conformación de la familia, la situación habitacional y el acceso a conectividad.
Asimismo, fueron determinantes los datos obtenidos en los niños, mediante juegos y actividades lúdicas, donde demostraron que la pérdida de la rutina y la falta de contacto con sus pares los afectó de algún modo. Lo mismo sucedió en el caso de la dinámica familiar, donde el aislamiento provocó situaciones de conflictos en los núcleos internos. De la misma forma, los infantes señalaron que necesitaron ayuda a la hora de realizar sus tareas, lo cual generó situaciones de frustración.
Efectos de la pandemia en los jóvenes
En este proceso de cambios en las rutinas, los más jóvenes debieron adaptarse a una distancia entre los seres queridos, una pérdida de la autonomía, al depender completamente de la familia en el hogar y a vivir con la incertidumbre sobre los contagios. Este avance de la enfermedad en todo el mundo ya anunciaba posibles consecuencias, tales como ansiedad, angustia, irritabilidad e incluso problemas en el sueño. Más allá de las primeras reacciones, preocupa la salud a largo plazo en lo que se refiere a respuestas emocionales de los niños, niñas y adolescentes.
“Los últimos 18 meses han sido muy largos para todos nosotros, especialmente para los niños y las niñas”, explicó la directora ejecutiva de UNICEF, Henrietta Fore, en referencia a los cambios vividos en la dinámica diaria. En este sentido, aseguró que “las consecuencias del COVID-19 tienen un gran alcance, pero son sólo la punta del iceberg. Incluso antes de la pandemia ya había demasiados niños abrumados por el peso de una serie de problemas de salud mental a los que no se les había prestado atención”.
Alertó además que “los gobiernos están invirtiendo muy poco para atender estas necesidades esenciales. No se está dando suficiente importancia a la relación entre la salud mental y las consecuencias que se producen más adelante en la vida”.