Jean Herbert, catedrático, intérprete de la ONU y apasionado estudioso de las tradiciones orientales, prologó un libro de André Van Lysebeth destinado a la difusión del Hatha Yoga ente nosotros allá por los años 60.
En un párrafo de esa presentación relataba que por más de treinta años intentó que grandes maestros hindúes describieran para los occidentales las prácticas que podemos hacer con cuidado y provecho; pero que ninguno de ellos había tenido la suficiente confianza como para acceder a su petición.
Por eso el libro Aprendo Yoga de Van Lysebeth le parecía ser muy apropiado para superar esa laguna con la descripción de las posturas principales, la explicación sobre el modo correcto de realizarlas y la exposición minuciosa de sus efectos.
Sin embargo, desde la década del ‘20 un monje, profesor de educación física y director de un colegio en la India, Swami Kuvalayananda, comenzó a investigar en el laboratorio de un hospital los efectos de las prácticas de yoga y comprendió que a través del método moderno científico y experimental podía ayudar a la persona y a la sociedad humana a vivir y convivir mejor.
Publicó todos sus hallazgos en su revista Yoga Mimansa y en 1924 fundó el “Kaivalyadhama Yogui Institute” en Lonavla, como centro de investigación destinado a coordinar las antiguas artes y tradiciones espirituales y terapéuticas del Yoga con la ciencia moderna. Posteriormente surgieron estudios similares en varios países de Occidente.
Volviendo a Van Lysebeth, en el libro mencionado proponía que mientras nos beneficiamos con las ventajas del progreso de nuestra civilización, también debemos neutralizar sus inconvenientes como los efectos del estrés.
“La solución pasa necesariamente por el individuo, por medio de una disciplina personal de la que el yoga constituye la forma más práctica, eficiente y mejor adaptada a las exigencias de la vida moderna”. Y citaba estas conocidas palabras de Gandhi: “Si quieres cambiar al mundo, comienza por cambiarte a ti mismo”.
Por entonces ya circulaban numerosas publicaciones y maestros como Iyengar, Desikachar y Pattabhi Jois vinieron a enseñarnos técnicas de alineación, contrapostura y series.
Pero desde los años ‘50 una gran figura del yoga que, siendo occidental y mujer, había abrevado en las fuentes originales, ponía a nuestro alcance sus valiosas enseñanzas por medio de fundaciones y libros. Nos referimos a Indra Devi, para quien el yoga es “arte y ciencia de la vida”.
Según sus palabras, “la ciencia del yoga tiene una parte dedicada al cuidado del cuerpo humano y de todas sus funciones, desde la respiración hasta la excreción. Sus métodos actúan sobre las causas de la mala salud, como la oxigenación insuficiente, alimentación deficiente, ejercicio inadecuado y eliminación defectuosa de los desechos. Además, optimiza la actividad glandular y también contribuye al aumento de nuestras capacidades mentales, a la mayor agudeza de nuestros sentidos y a la amplitud de nuestro horizonte intelectual, merced a la respiración rítmica y a la concentración.
Finalmente, gracias a la meditación nos capacita para acercarnos más y más a nuestra naturaleza espiritual. Incluso, con el tiempo, hasta puede contribuir a la solución de los problemas de un grupo, de una sociedad y hasta de una nación”.
También expresaba Indra Devi que tradicionalmente el yoga significa una filosofía, una ciencia, un arte y una forma de vivir, con diferentes modalidades como el Karma Yoga (trabajo y servicio), Jñana Yoga (estudio, investigación, conocimiento y sabiduría), Bhakti Yoga (amor puro, devoción), Mantra Yoga (ciencia de las vibraciones) y Raja Yoga, que es la forma más elevada, el Yoga de la consciencia cuya instrucción comienza con el Hatha Yoga (del bienestar físico, mental y espiritual).
Agregaba la mencionada maestra que los métodos del yoga no necesitan mejorarse, porque los yoguis los desarrollaron para beneficiar al ser humano entero, en todos sus aspectos, por lo que resulta de gran beneficio a innumerables personas “llevando salud a sus cuerpos, paz a sus mentes y unificando sus espíritus con la Fuente Universal”.
Es lo que podemos experimentar en nuestra hora de yoga, en la hora del ahora. Namasté.
Colabora
Ana Laborde
Profesora de Yoga
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