Un acontecimiento histórico puede ser entendido como un verdadero hito fundacional cuando décadas después de suceder permanece latente en el inconsciente colectivo: ¿cuántos de nosotros recordamos la primera caminata lunar o el colapso de las Torres Gemelas, a pesar de que en algunos casos ni siquiera habíamos nacido cuando ocurrieron? La magia del video y la televisión lograron imprimir esas imágenes en nuestras mentes al punto tal que podemos describirlas a la perfección.
Si de historia del rock & roll (y de la música en general) se trata, uno de estos hitos fundacionales es sin dudas la guitarra Fender Stratocaster en llamas de Jimi Hendrix en el escenario del Festival de Monterey en 1967.
El joven músico (por aquel entonces tenía 25 años) desembarcaba en su país natal con todas las ganas de ser reconocido por un público que hasta entonces lo ignoraba. Jimi Hendrix Experience llegaba invitada al festival, considerado fundacional del verano del amor en San Francisco, gracias a la insistencia de Paul McCartney.
Hendrix en la guitarra, Noel Redding en el bajo y el pirotécnico baterista Mitch Mitchell conformaron este mítico power trío en Londres, donde ya gozaban de cierta fama y llegaron a EEUU hambrientos de escenarios con su flamante disco “Are you experienced?” bajo el brazo.
El día que nació la leyenda
La noche del 18 de junio de 1967 (la tercera y última del festival), Jimi Hendrix Experience “realizó una de las exhibiciones más aclamadas del evento, además de una entre las mejores de sus actuaciones en directo. En cuarenta minutos de concierto, Hendrix utilizó su Stratocaster en un modo hasta ese momento jamás visto, llegando a hacer mímica de actos sexuales, hacerla sonar con los dientes, por detrás de la espalda, contra el soporte del micrófono y hasta contra su amplificador causando un acople ensordecedor”, escribió el famoso crítico de rock Albert Jameson varios años después.
Al terminar el recital, y como una metáfora de su furiosa necesidad de extraer nuevos sonidos de la guitarra, Hendrix arrojó bencina sobre su Stratocaster y la incendió para luego destruirla contra el palco y los amplificadores en un éxtasis de feedbacks alucinantes.
Este ejercicio de psicodelia fue reproducido una y otra vez por el músico hasta convertirlo en un ritual y una marca registrada. Luego el cine y la televisión se encargaron de difundirlo masivamente hasta que se hizo prácticamente imposible que todo joven o adolescente que navegue por las aguas del rock desconozca el episodio.