Buscando que se aquieten las aguas tras la Segunda Guerra Mundial, dos amigos italianos emprendieron viaje hacia Buenos Aires donde tenían un contrato de trabajo, pero al fracasar el proyecto, fueron convidados a seguir viaje a Misiones donde se ocuparían de la construcción de escuelas del Plan Quinquenal. Fue así que Alessandro Giuseppe Vicenzo “Sandro” Forni y Mario Bovina, junto a un grupo de paisanos, se abocaron a levantar el establecimiento asignado al paraje Sargento Cabral.
El contrato de trabajo era por dos años, pero como las cuatro escuelas a construir no fueron finalizadas en el período establecido, le dieron una prórroga sin fecha de cese. De los 27 italianos que llegaron a la zona quedaron solamente diez. Algunos regresaron a Italia y otros quedaron en Buenos Aires. Más tarde, la vida unió a Forni y a Bovina en otras proezas, como la culminación de la torre de la actual Catedral San Antonio y otras tantas obras menores que gestionaron ya como socios de una empresa constructora.
En vísperas de la celebración del Santo Patrono de Oberá, los familiares de estos inmigrantes les rindieron homenaje y resaltaron sus valores y enseñanzas.

Sandro Forni nació el 30 de marzo de 1922 en San Giovanni in Persiceto, Bologna, Italia, y llegó a la Argentina en 1949. Aquí se casó con María Adelaida “Bocha” Carvallo, una maestra que conoció mientras levantaba la escuela, con quien tuvo a sus hijos: Vilma, Antonella, Teresa, Mauricio, Ana María, Enrique, Alejandro y Paola.
Enrique, Vilma y Ana María fueron quienes tomaron la posta para contar sobre su padre que llegó a Buenos Aires con un grupo de albañiles que venían a trabajar en la construcción porque habían tenido problemas sindicales en la región de Bologna y el propósito era “que se calmaran un poco los ánimos”. El contrato de trabajo era por cinco años y debían quedarse en San Nicolás. Cuando empezaron a levantar el galpón para el que fueron asignados, la sociedad, que iba a poner la fábrica de bicicletas, se había diluido. El jefe de la empresa constructora aceptó hacer una escuela del Plan Quinquenal en la zona centro de Misiones por lo que ofreció mano de obra a unos cuantos italianos que tardaron tres días en tren hasta llegar a Posadas. Se alojaron en un hotel y siguieron viaje a Oberá en un colectivo de la empresa Singer, pero como “ya no tenía espacio para más pasajeros tuvieron que acomodarse en el “corralito” del portaequipaje para poder llegar a destino.
Una vez concluida la obra de la escuela, el grupo regresó a San Nicolás para construir la autopista de Buenos Aires a Tandil. Como Forni tenía conocimiento de economía y contabilidad, “fue adscripto a la secretaría, para llevar los documentos”. Su esposa ya embarazada, había quedado en Oberá, y en el último tiempo viajó a acompañarlo por lo que su hija Vilma es tandilense. Ya con tres integrantes, la familia volvió a Misiones en 1954, justo cuando se comenzaba a formar Oberá: comenzaban los loteos, se inició el Banco Nación y la iglesia San Antonio, cuya construcción estaba avanzada. “No sorprende que a lo primero que acudieran sea a la parte religiosa, era un reencuentro con su fe. Sonaba la campana y estaban allá. Es que se criaron en la iglesia, nuestro ‘nono’ era una especie de capellán. Papá vino en 1949 y en 1950 llegaron los otros cuatro hermanos solteros, que vivieron al lado de casa”, contaron, al tiempo que lamentaron que no se pueden precisar fechas porque no existen archivos, salvo el de las fotografías.

La obra relevante
Lo que contaban era que cuando llegaron, la iglesia estaba levantada hasta el techo, pero no terminada. Era todo ladrillo visto, la torre también estaba sin terminar, y no estaba hecho el cono final. Solo estaba la estructura que tiene como base un cuadrado. Había que hacer todas las terminaciones, las bóvedas del lado de adentro y ponerle puertas. Todo eso hicieron Forni y Bovina. “Estamos seguros que le pagaron por eso pero que también donaron mucho de su trabajo, que era artesanal. Eran artistas y en ese caso el esfuerzo es doblemente valedero”, acotaron.
Agregaron que un obrero les dijo que “iban con el padre Federico Fiege -alemán-, a una chacra de la iglesia y sacaban del monte los puntales para hacer los andamios, y los traían en carretas, en camiones. A medida que levantaban la construcción, levantaban el andamio hasta llegar a la punta -hay una foto donde está Forni con Barón Rodríguez y el periodista Antúnez), antes de empezar el cono, que es todo concreto. Hicieron un encofrado de madera que era ancho en la base y a medida que se iba elevando, iban haciendo más esbelta la figura, más liviana, más finita. Decían que primero subían la mescla con rondana y baldes. Había un herrero metalúrgico francés -Gastón Gallo-, que diseñó un elevador, salido de su cabeza. Por ese elevador subía el material y a veces lo usaban ellos, sobre todo papá porque tenía asma”.
Los hijos de Forni consideraron que “esa torre quedó así porque no había nadie capaz de imaginar cómo construir. No es lo mismo apilar ladrillos en forma horizontal que hacer en esa forma y que termine en un cono”.
El diseño de la iglesia era un estilo neogótico alemán. La cruz que está en la punta se cubrió con una pintura que trajo el padre Federico, que era refractaria. Además, tenía unas luces, para que se viera de lejos. Era de un ingeniero que había quedado en Uruguay después del hundimiento del acorazado alemán Graf Spee. “Una vez vino a visitar la obra, entró, miró para arriba, se dio vuelta, se fue y no regresó”, nadie sabe por qué.
Cuando Forni y Bovina llegaron, la altura ya estaba definida. “Le faltaba seis metros, tenía que ser más alta, no sabemos si la torre, pero sí el cuerpo, que es donde entra la gente, la característica del gótico es que tienen la nave bien alta. Da esa sensación de elevación, espiritualidad, de acercamiento a lo divino”.
Una anécdota tras otra
Bovina y Forni siempre estaban juntos. “Iban a visitar a mamá a la escuela. El que se tenía que declarar era papá, pero Mario hacía de traductor, aunque Sandro pronunciaba bastante bien sonidos como la j que en italiano no existe”, comentaron, al tiempo que graficaron que su padre “siempre fue telúrico argentino, tomaba mate, le gustaba el asado, el folclore, cantaba el himno en los actos. Cuando definía a la Patria, agradecía infinitamente a Argentina todo lo que le dio, pero no dejaba de ser italiano. Te podías sentar a charlar y hablar de un tema lo más objetivamente posible. Era divorcista en una época en la que era pecado para un católico”. Volvió a Italia en tres oportunidades, pero en 1974 llevó varios cassettes para escuchar folclore, además de mate y yerba, por lo que sus hermanas, que habían vivido acá, “lo miraban como un caso perdido”.
Aseguraron que era “de dedicación exclusiva a la iglesia, pero no de los denominados ‘chupa cirio'”. La militancia por la que tenían que alejarse de su país tenía que ver con la acción católica. “Eran practicantes, devotos. Papá no era ritualista, andaba por la calle, militaba la religión, era amigo de muchos, si necesitaban le daba una mano. No era una persona que solo iba a la iglesia. No faltaba nunca y nos llevaba de la oreja, pero lo veías ser consecuente en su vida”, confiaron. Siempre estaba en las bases. En las fiestas de San Antonio, en los asados de San Antonio que comenzó con los Pizzutti. “Preparaban las estacas para ensartar la costilla, los fuegos artificiales en la plazoleta Asunción entre el colegio Mariano y la iglesia. Armaban estructuras de andamio y llenaban de cañitas voladoras, cohetes, buscapié. Tenía el cabello blanco, pero empezaba a correr por el andamio con un encendedor y terminaba morocho”, añadieron entre risas. Con los andamios de la iglesia, se hicieron las tribunas del Club Vanguardia Obrera Católica, que fue fundado por ellos. “El título de la cancha estaba a nombre de mi tío. Cuando falleció, la tía cedió el título a la iglesia”.
Eran tal para cual
Estos amigos inseparables levantaron el Colegio Mariano, el Instituto Linneo, la torre del circuito, que fue diseñada por el arquitecto Gentile. “Ambos fueron los únicos que lo entendieron. Era una cuestión compleja, no cualquiera podía entender los planos y ellos los interpretaron. Siguieron con la cúpula de la iglesia Santa Olga, el primer hotel, el edificio de La Moderna y un sinnúmero de casas particulares. Papá se retiró en 1985. Cuando el expresidente Raúl Alfonsín inauguró la Cooperativa de Tabaco, le entrego simbólicamente la jubilación”. Daban garantía de diez años en sus construcciones, pero tenían su propio carpintero, un electricista, plomero y pintor. Cuando hubo una apertura económica importante y se dejó de construir, se dedicaban a refacciones y tenían una fábrica de tubos de alcantarilla que vendían a la Municipalidad, pero después la comuna se puso a hacer tubos y “le cortó las piernas”.
Nunca quisieron trabajar con el Estado, pero cuando aparecieron los planes Fonavi para la construcción masiva de vivienda, “se presentaron a una licitación, siendo los únicos que estaban capacitados y con experiencia, perdieron ante una empresa que se creó entre gallos y medianoche entre políticos que se asociaron y ocuparon maquinaria vial municipal. Se desilusionaron, pero la amistad permaneció intacta. Eran tan amigos que cuando vinieron de Italia hicieron una sociedad de hecho, de palabra. Cuando liquidaron la sociedad, fue 50 y 50%. Y papá, teniendo la posibilidad de trabajar con otra gente, rechazó varias ofertas, aduciendo que: vine con Mario, hice mi vida con Mario, voy a seguir con Mario”.
“Nunca estuvieron sin obra”
Los Bovina -Ángela, Luis y su hija Agostina- se limitaron a contar lo que escucharon en las rondas familiares durante toda la vida. Explicaron que cuando su padre, Mario, vino a la Argentina ya estaba casado con Corrada Rizzoli y su hija mayor, Ángela, tenía apenas tres meses. Recién al año, a través de una persona de confianza, pudo enviarles dinero, fruto de su trabajo en la tierra colorada, y ambas mujeres emprendieron el viaje en barco y reencontrarse con el Maestro Mayor de Obra. Aquí nacieron los otros hijos: María Grazia, María Gloria, María Gabriela y Luis Alfonso.
Aseguraron que, en aquella época, “esto era monte. Durante la semana vivían en la escuela y los fines de semana venían porque había cine, iglesia. Cuando terminaron esos trabajos, se fueron relacionando con la iglesia e hicieron la sociedad con Forni que se llamaba Mar-San (Mario y Sandro), tenían una fábrica de premoldeados que estaba en frente de casa. Empezaron a relacionarse con la cooperadora de la iglesia y como eran católicos tenían su corazoncito ahí, se aferraron a Dios. San Antonio era una fiesta importante, organizaban kermeses, el asado, la lotería, la rifa del auto, siempre dentro de la iglesia”.
Entienden que su padre “tenía idea de volver, pero como tenían trabajo, se asociaron con Forni para ese fin, en ese momento estaban los médicos, la policía, la iglesia, gente de los bancos, ellos se empezaron a relacionar con todos a través de la iglesia y empezaron a tener obras y a ejecutarlas. También escuelas, el colegio Mariano, el Colegio Nacional, la esquina del colegio Linneo, el Sanatorio Derna, Hotel Cuatro Pinos, Asilo de Ancianos, secadero Casa Fuentes, secadero tealera Alberdi, librería Santa Fe, casa y consultorio Judais, Villaverde Sistemas, La moderna, Club Independiente, Oberá Tenis Club, plazoleta Italia, Agencia Ford, secadero Bárbaro, y casas particulares. El esplendor de su vida laboral en la construcción transcurrió entre la década del 50 al 70”.
Admitieron que “nunca estuvieron sin una obra, tenían muchos obreros. Cuando vinieron, la nave de la iglesia ya estaba, faltaba la torre. Fueron los que se animaron a hacerla entre la década del 50 y el 60”.
Vivencias
La torre tiene 44 metros desde el techo. Era la edificación más alta del pueblo. Dicen que no se concibe una iglesia sin torre, que simbolizan la unión hacia el cielo, la perfección. Allí se ponían las campanas para llamar a los fieles pero que en otras épocas marcaban las horas del día, las situaciones que se vivían, por ejemplo, una muerte, si venía una tormenta. El “Zurdo” Vargas contaba del miedo que tenían. Había tres o cuatro especialistas y los demás se comportaban como discípulos de los que sabían. Era como crecer juntos, los tanos aprendieron a tomar mate y los de acá, a hacer cosas. Entre el 70 y 80 muchos obreros se fueron porque querían tener su empresa.