Alfredo Enrique Olmo Herrera tenía 42 años, tres hijas y se ganaba la vida como taxista en Posadas cuando fue abordado por dos ladrones que terminaron ejecutándolo de un disparo en la cabeza en el barrio Sesquiscentenario de esa capital.
Era el sábado 10 de abril de 2010 y el cuerpo fue hallado por los vecinos de la zona cerca de las 7 dentro del auto que conducía, un Fiat Uno blanco, que estaba estacionado (o más bien chocado) sobre la vereda en la intersección de las calles 43 y 160, a la espalda del supermercado mayorista Vital.
El vehículo estaba cerrado y en su interior, parte del cuerpo de Olmos Herrera se encontraba sobre el asiento del chofer y la otra recostada sobre el asiento del acompañante. El médico policial que examinó el cuerpo determinó que presentaba un “orificio de entrada de proyectil de bajo calibre en la región retroauricular derecha”.
Llamativamente, dentro del vehículo no faltaba nada: se encontraron 850 pesos, dos teléfonos celulares y la radio de comunicaciones. Llamativamente porque todo apuntaba a un intento de robo: un testigo habría visto a la víctima levantar pasajeros en la intersección de la ruta provincial 213 y la nacional 12, por la madrugada. Allí dos sujetos habrían abordado el vehículo.
Lo cierto es que, a raíz de este homicidio, trabajadores del volante bloquearon ese mismo día el acceso a la capital en la zona de la Rotonda por casi dos horas, en solidaridad con la familia de su colega y en reclamo de seguridad. Un pedido que se fortaleció en los días siguientes con diversas medidas de fuerza.
Al día siguiente los policías hallaron el arma homicida: un revólver calibre .32 que los jóvenes tiraron en la huída en un baldío de 160 y 45 b, a pocas cuadras de la escena del crimen. Tenía dos vainas servidas.
Pero, más allá de eso, la Policía tenía pocos indicios, hasta que un adolescente se acercó a la Justicia junto a su madre y brindó una declaración clave para el esclarecimiento del hecho.
El muchachito contó que esa madrugada, cerca de las 4, compartía bebidas alcohólicas y drogas con varios jóvenes en la plaza del barrio Villa Poujade cuando en determinado momento dos de ellos -los hermanos Maximiliano y Mariana Barberán, que por entonces tenían 17 y 19 años- dijeron que “iban a robarle a un remisero”.
El adolescente pensó que se trataba de una broma y caminó junto a ellos hasta cerca de la Estación de Transferencia de colectivos de Miguel Lanús. Sin embargo, la intención era muy seria. Tanto que los cuatro se subieron al primer automóvil de alquiler que pasaba por el lugar, que fatídicamente era conducido por Olmo Herrera.
Le pidieron un viaje al centro pero, en medio del camino, le dijeron para entrar a buscar a un amigo en el Sesquicentenario. Maximiliano se sentó atrás del conductor y Mariana en el asiento del acompañante. Los otros dos jóvenes, en el asiento de atrás.
“Íbamos en el taxi y ahí ‘Tano’ (el apodo de Barberán) saca un arma y le dice ‘Quedate quieto’. Al ver esto yo me asuste, abrí la puerta y salí corriendo”, le contó el menor a la Justicia en su momento.
Por testimonios del otro joven que estaba en el auto junto a los hermanos, las autoridades pudieron reconstruir los segundos finales de Olmo Herrera: cuando sacó el arma, Maximiliano Barberán le pidió el dinero de la recaudación del día. En ese mismo momento su hermana, que viajaba al lado del remisero, intentó quitarle el teléfono celular a la víctima. Como el chofer se resistió, la muchacha le propinó un golpe de puño en la cara.
Acto seguido, desde atrás y en medio de la pelea, Maximiliano tomó el revólver calibre .32 que escondía en la manga del buzo que llevaba puesto y le descerrajó un tiro. El proyectil dio directamente en la cabeza de Olmo Herrera y le quitó la vida al instante.
El automóvil siguió algunos metros sin control y chocó contra una palmera. Los Barberán se bajaron (el otro muchacho también se bajó segundos antes del crimen) y escaparon a la carrera. A una cuadra de la escena del crimen se toparon con el adolescente y le lanzaron una contundente amenaza para que mantuviera silencio sobre el episodio: “Si la ‘cana’ te agarra no cuentes nada, porque si no te degollamos y quemamos tu casa”.
El menor de edad aguantó hasta donde pudo, pero el peso de su conciencia fue determinante y le contó a su madre lo que había pasado. Ante el Juzgado de Instrucción 1 de Posadas ratificó sus dichos y el relato se transformó en evidencia clave.
Horas después, Maxiliano Barberán era detenido por la Policía. Semanas más tarde, en la misma suerte caía su hermana Mariana. Los dos terminaron confesando y acordando, en juicio abreviado en junio de 2013, una pena de 11 años de prisión para él y 10 para ella, como coautores del “homicidio en ocasión de robo”.