Todavía no se sabe exactamente qué día nació Ludwig von Beethoven y quizás nunca se sabrá, solo se conserva la inscripción del día de su bautizo que fue el 17 de diciembre de 1770. Pero se supone que no habían pasado más de dos días después de su nacimiento porque antiguamente los bautizaban rápidamente, por lo que se considera que nació el 16 de diciembre.
La vida del compositor no fue nada fácil, especialmente su infancia. Nació en Bonn (Alemania), en el seno de una familia humilde pero muy vinculada a la música.
Su abuelo Ludwig, fue un destacado maestro de capilla: dirigía los grupos de instrumentistas y cantores de las iglesias. Su padre, Johann, también era músico pero no tuvo demasiado éxito. Tenía problemas con la bebida y estaba obsesionado con convertir a su hijo en un gran compositor, en un segundo Mozart.
Desde pequeño Beethoven mostró grandes dotes, por eso su padre lo obligaba a tocar a altas horas de la madrugada para sus amigos y le hacía practicar todo el día diferentes instrumentos como el piano, el órgano y el clarinete. Con diez años dejó la escuela para centrarse plenamente en la música.
En la década de 1970 compuso su primer gran éxito, la serie de tres Tríos para piano, violín y violonchelo.
Hacia el 1800, cuando tenía 27 años, estrenó su Primera Sinfonía y se ganó la admiración de la sociedad. Pero su carrera y su vida pasaban por un punto de inflexión importante: la sordera empezaba a agudizarse y su sufrimiento por ello, también.
Sin embargo, siguió componiendo. Es en esta etapa cuando llegaron piezas de un estilo muy identificable: “Claro de luna”, “Patética”, “Sonata para piano nº 8” y “Para Elisa”.
Los últimos siete años de Beethoven estuvieron marcados por la soledad y la introspección. Socialmente era visto como una persona desaliñada y caótica.
No obstante, aunque la sordera prácticamente ya era definitiva, fue la época en que creó sus obras más avanzadas e impresionantes: la 5ª Sinfonía, los últimos cuartetos de cuerda y sonatas para piano, la “Misa Solemnis” y la Novena Sinfonía, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y convertida luego en Himno de Europa.
El 26 de marzo de 1827, a los 56 años, murió en Viena, capital de Austria, como un reputado artista, un genio inigualable. Pero, al mismo tiempo, rodeado de pocos amigos, ningún familiar, y en una noche de tormenta.
Sobre su escritorio se encontró la partitura de su única ópera, “Fidelio” y, en un cajón secreto, una carta de amor a la anónima “Amada Inmortal”.
Fuente: La Vanguardia