Entre los episodios más insólitos de la historia policial reciente de Misiones está el de estos tres adolescentes, que integraban como cadetes el cuerpo de Bomberos Voluntarios de San Pedro, y que se confesaron autores de nada menos que siete incendios en esa localidad, los cuales luego -en muchos casos- acudían a apagar junto a sus compañeros.
Los hechos ocurrieron entre noviembre de 1998 y el 22 de julio de 1999. Al día siguiente del último caso, en el que un establecimiento educativo (un aula satélite) terminó reducida a cenizas, los tres chicos confesaron ante la Policía que en los nueve meses anteriores le habían prendido fuego a cinco casas abandonadas, un galpón y una escuela.
Para entonces, la seguidilla de incendios ya preocupaba a la población de San Pedro y muchos vecinos le echaban la culpa a supuestos picos de tensión eléctrica, mientras que otros dejaban entrever la posibilidad de que un pirómano estuviera haciendo de las suyas en la zona.
Esta vez, los policías obtuvieron un dato que en definitiva metería tras las rejas a los incendiarios: varias personas vieron un Fiat Uno blanco sin chapa patente que rondaba el aula satélite de la Escuela 678 a muy baja velocidad, pocos minutos antes de que se iniciara el fuego.
Al día siguiente, regresó de Buenos Aires una mujer que había dejado su casa al cuidado de uno de los jovencitos sospechosos, en cuyo garaje había un Fiat Uno que -según pudo confirmar su propietaria-alguien había utilizado durante su ausencia.
Horas después, los cadetes que en vez de combatir los incendios los provocaban terminaron confesando su autoría.
Lo más curioso es que fueron ellos mismos los que se encargaban de alertar a los bomberos de los “siniestros” que ellos mismos iban provocando. Para no ser reconocidos, confiaron a los policías que se turnaban para hacer los llamados y que también cambiaban su tono de voz.
Incluso en varios de esos casos, también se calzaron las chaquetas antiflamas y se unieron al grupo de brigadistas para combatir el fuego que habían iniciado.
Según fuentes policiales de la época, los tres involucrados -dos de ellos de 17 años y otro de 16 en aquel momento- querían probar la capacidad de la brigada de bomberos sampedrina para apagar los incendios (en momentos en que los cuerpos voluntarios estaban a punto de perder un subsidio y otros aportes que necesitaban para subsistir) y que siempre hacían una “inteligencia previa” para asegurarse de que en los lugares a quemar no hubiera personas que pudieran sufrir daños.