Más allá de las intenciones, las manifestaciones y las exhortaciones al optimismo, los números no acompañan. La variación negativa del Producto Bruto Interno fue peor a la esperada por las consultoras y el Gobierno, modificando cualquier previsión, extendiendo los tiempos y cambiando los formatos.
La caída de la actividad económica en Argentina arrinconó al presidente Javier Milei que recibió un baño de realidad frente a los inexplicables premios que recibe afuera apenas por confrontar con los oficialismos de esos países.
Ese duro -5,1% que refleja el real estado de las cosas certifica lo que muchas veces se advirtió en esta misma columna: que la devaluación del peso con la que el libertario inauguró su Gobierno no tuvo efectos positivos sobre la economía y fue nada más que un fulminante golpe sin previsión nI plan de respaldo.
A partir de allí la inflación, que ya era alta, saltó considerablemente, al igual que la pobreza y la indigencia.
Sobrevinieron meses de desaceleración de precios, pero el daño fue tal que si los salarios y las jubilaciones no mejoran muy ostensiblemente en el semestre que comienza, se corre el riesgo de engrosar los niveles de pobreza a niveles catastróficos.
La fotografía actual es lamentable. La construcción y la industria, dos históricos motores de la economía y el empleo nacional, siguieron penoso su derrotero que arrancó en gestiones anteriores hasta decantar en el actual con retrocesos de dos dígitos. El comercio se hundió, los dólares paralelos comenzaron a subir y hace varias semanas que le ganan a la inflación.
Frente a ese panorama, el Gobierno deriva en medidas superficiales licuando salarios, jubilaciones y sin estimular la demanda interna.
El cambio de rumbo es urgente y necesario y Milei cuenta ahora con una ley que demandó desde el principio y que no debería ser usada para seguir empobreciendo a la Nación.