“Ay hija, si yo pudiera escribir un libro”, repetía una y mil veces, Emilia “Mita” Wolhein, al enumerar tantas cosas vividas en distintos puntos de la provincia. Su hija Blanca Operuk la escuchaba con atención y logró concretar ese anhelo con la colaboración de sus cinco hermanos (Alberto, Abel, Nélida, Elba y Aníbal) y dedicarlo a su querida madre, en 2014, al cumplirse el segundo aniversario de su fallecimiento.
La licenciada en Psicopedagogía y magíster en Psicología y Asesoramiento y Orientación familiar dijo que la escuchaba de chica, “cuando contaba sus historias, las miles de mudanzas imprevistas que tuvo que realizar, los sufrimientos que padeció desde pequeña trabajando al lado de sus padres, una vida muy dura, muy sufrida. Ese es uno de los objetivos fundamentales por los que quise o se me ocurrió escribir el libro. Y siempre subrayo que la principal autora es ella, porque fue reescribir lo que hemos estado escuchando siempre, y los coautores son mis hermanos”.
El otro objetivo, por el que Blanca siempre tenía la curiosidad -algo personal que se unió a esta historia- era conocer el origen del apellido Operuk. “Como papá falleció cuando éramos muy chicos, perdimos el contacto con la familia paterna. Era muy complicado por las distancias, porque pocos tenían vehículo y vivían muy lejos, entonces el vínculo, el contacto, era muy poco, prácticamente nulo. A los valores los mamamos de la familia Wolhein, por parte de mi madre, y de los Operuk me quedaba un interrogante importante”, aclaró la profesional.
Contó que, estudiando en España, donde hace 21 años concluyó la maestría, una psicóloga reconocida, “nos hizo aplicar una técnica que se llamaba genograma familiar. Al trabajarla, teníamos que graficar a toda nuestra familia materna y paterna, y fue ahí donde realmente me di cuenta cuánto tenemos que saber, investigar y conocer del lado del apellido Operuk. Así fue que empezamos a recorrer este camino”.
Confió que “se me ocurrió titular ‘Dos vidas y un solo camino’ porque quería, de alguna manera, volcar en esas páginas la historia de nuestra madre y al mismo tiempo investigar un poco de dónde venimos por parte de los Operuk”.
Insistió con que, personalmente, “quería saber realmente de dónde vengo. Fue apasionante empezar a descubrir, buscando datos, recorriendo caminos. Fue interesante nuestro primer viajecito al interior con mi hermano Alberto. ¿Cómo hacemos? ¿por dónde empezamos?, le preguntaba, y él respondió: me dijo mami, que tenía una prima muy querida cuyo apodo era ‘Nenecita’, que vivía en Santa Ana. Después, había que ir hasta la Colonia Invernada, en San Ignacio, porque ese era un lugar del que ella siempre habló. Empezamos así, a hacer camino, a recorrer, a buscar gente, viendo si había personas mayores que pudieran darnos un poco más de información”.
Agregó que “fuimos a caminar por las chacras para encontrar restos de esa historia, apreciamos una casa original con horcones de guayuvira petrificados, en la Picada Polaca de Cerro Azul, donde se instalaron los familiares de la madre de nuestra madre, de apellido Gorbatiuk. Fue impresionante todo lo que empezamos a descubrir”.
Emilia nació en 1927 en Colonia Invernada, bordeando el arroyo Yabebirí, donde se conoció con quien sería su esposo. “Todas las historias que nuestra madre nos contaba pudimos contrastarlas con la visita que hicimos a ese lugar. Nos hablaba de la tierra pedregosa, en la que no se podía casi progresar porque los cultivos no rendían lo suficiente. La naciente de la que sacaban el agua todos los días para ayudarle a su madre en los quehaceres domésticos, para cocinar, para lavar la ropa. De las tranqueras, de las que tomé fotografías y están plasmadas en el libro. Sobre todo, lo que nos contaba, fuimos y lo verificamos. Es increíble”, narró.
Contó que “nuestra madre, falleció en vísperas del 1 de mayo de 2012, por eso estamos muy emocionados al momento de realizar esta nota con Ko’ape. En 2013 empezamos a investigar. Nos llevó un año ir armando la idea y en 2015 empezaron las presentaciones en Posadas, en Gobernador Roca y en Campo Grande, donde el libro fue declarado de interés municipal. Fue emocionante releer algunos párrafos del libro para la nota y no puedo negar que volví a llorar, como hace doce años. Al volver a refrescar tanta historia es imposible no ponerse sensible”.
Junto a Alberto y a Aníbal, que la acompañaron en este recordatorio, rememoraron que “mamá se levantaba muy tempranito a sacar la agüita fresca, a hacer el fueguito en la cocina a leña y ahí empezaba la jornada para todos los que íbamos a la escuela a la que para llegar caminábamos kilómetros con lluvia, con barro. Nuestro despertador era el chillido de la rondana del pozo de agua que hasta el día de hoy se preserva en la chacra de Gobernador Roca y que jamás se secó”. Y Blanca lo pintó en un cuadro, gracias a las fotos que tomaron en esos reiterados viajes.
Atando cabos
Según Blanca, algo que no figura en el libro y que quedó como una necesidad de los hermanos, era visitar la chacra del abuelo Demetrio Operuk, padre de Demetrio, su padre, que fue un excombatiente de la Primera Guerra Mundial. “Tenemos su documento original. Le habían dado la baja porque tenía una incisión en el dedo índice que no le permitía efectuar disparos. Pero mamá nos contaba que se hizo pasar por muerto acostado entre los soldados asesinados para poder salvar su vida. Los efectivos enemigos pasaban con la bayoneta, lo movieron y preguntaron si estaba muerto o no. Si el abuelo realizaba el mínimo movimiento, no estaríamos aquí. Él fingió su muerte para poder sobrevivir”, señaló.
Los nietos sabían que la abuela Marta Copavich vino de Europa “embarazada de papá, también Demetrio, que nació apenas llegaron a la Argentina. Fue inscripto en Apóstoles, pero escuchamos de miembros de la familia, no hace tanto tiempo, que posiblemente nació en el buque Belvedere viniendo de Ucrania, donde habían nacido sus tres hermanas mujeres. El documento original de mi abuelo Demetrio indica que nació en Ucrania, a unos 80 kilómetros de Kiev, la capital. Pero en el pasaporte dice ciudadano polaco”.
Alberto, el hijo mayor, nació en Gobernador Roca, donde el matrimonio formado por Emilia Wolhein y Demetrio Operuk, vivió el primer tiempo, tras el casamiento. Luego se mudaron a Campo Grande, donde nació Abel, conocido en Posadas por su trabajo de excelencia en herrería, y Nélida, la mayor de las mujeres, que reside en Buenos Aires. Por esas vueltas que daba la vida, Blanca nació en Posadas, y enseguida se establecieron en los montes de Aristóbulo del Valle, donde fue engendrada Elba, que nació en Gobernador Roca, sitio al que la pareja decidió regresar. Aquí también se produjo el alumbramiento de Aníbal, el más pequeño de los hermanos.
El abuelo Demetrio Operuk comenzó a trabajar en Apóstoles sin saber nada de castellano. Cuando le preguntan qué sabía hacer, hacía con sus manos un ademán como de un serrucho, que se identificaba con el carpintero. Residía allí con su esposa y tres hijas, hasta el nacimiento de su hijo Demetrio. Investigando, al parecer, le ofrecen tierras fiscales y se van hasta la Colonia Invernada, en San Ignacio. Después de estar allí por muchísimos años y llevando una vida muy sacrificada, Demetrio padre junto a otra persona llegó hasta Oberá, posiblemente en algún colectivo de la empresa Singer. Desde allí, fueron abriendo picadas, con machete, buscando mejores tierras porque en Invernada “lo único que tenían para elegir era el pescado del arroyo. Había mucha piedra, muchos cerros. No era el lugar adecuado para plantar yerba mate, té o mandioca”.
Hace poco, los hermanos tuvieron “la bendición de descubrir” la chacra que el abuelo Demetrio Operuk, compró también en colonia Invernada, adonde “papá fue siendo muy pequeñito y permaneció durante varios años antes de irse a Campo Grande. Hizo el servicio militar en San Javier y luego formó su familia. Realmente, después de estar en esos montes, vivir en ese lugar que hasta hoy es la nada misma, le dije a mis hermanos, de regreso a Posadas, recién ahora termino de comprender la locura de nuestro padre. Ver a la persona que está viviendo ahí, que conserva el boleto de compra-venta original del abuelo Operuk, fue muy emocionante. Podría decir que, personalmente, por todo lo que quería investigar respecto a nuestro origen, estoy satisfecha”, celebró Blanca.
Con ese ritmo, “van abriéndose paso y llegan a Campo Grande. Ahí se radican. Con mucho sacrificio hace su casa de madera, porque era carpintero, e instala un negocio, y de ese modo subsistieron”.
Blanca, no se considera escritora, pero reconoce que “me encanta escribir. Propongo que el que quiere continuar la historia, que lo haga, y para ese fin dejé páginas en blanco, para que las generaciones futuras sigan aportando lo suyo”.
Después de investigar, llegaron a la conclusión que “tenemos sangre ucraniana, checoslovaca, rusa, alemana. No aprendimos un idioma materno, pero escuchamos a mamá pronunciar palabras en distintos idiomas. No nos enseñó porque cuando iba a la escuela, donde hizo hasta segundo grado superior, en la casa se hablaba solamente en checo. Dijo que no quería que nosotros suframos lo que ella sufrió en carne propia por no saber hablar el castellano”.
Además, al estar al frente del mostrador de los negocios de ramos generales, “quedaba mal hablar en otro idioma, lo hacían solamente en castellano”, dijeron los hermanos, al tiempo que destacaron que sus padres fueron muy serviciales en las comunidades en las que les tocó formar parte.
Amor de madre, el tesoro más preciado
“Para mí, mis hijos siempre fueron lo más importante en mi vida, nunca me quejé ni tuve cansancio a la hora de atenderlos, los cuidaba con mucho amor, los tenía limpios, bien vestidos y alimentados. A pesar de las distancias, las dificultades y los pocos recursos, siempre asistieron a la escuela hasta terminar la primaria. Más no se podía porque en la colonia no teníamos escuela secundaria, eso era para pocos que podían viajar hasta el pueblo de Gobernador Roca. Pero la escuela primaria la finalizaron y también tomaron todos los sacramentos de educación católica: bautismo, comunión y confirmación en la capillita. Cuando crecieron un poco, y después que me quedé sola, sin Demetrio, quise que busquen otros caminos, porque en ese lugar no había porvenir. Yo no quería que mis hijos sufran todo lo que yo sufrí. Trabajé en la chacra desde chiquita, ayudando a mi papá y a mi madre, cuidando a mis hermanos y haciendo todas las tareas de la casa: buscar agua de la naciente, lavar la ropa, atender a los animales, entre otras cosas. Me levantaba apenas amanecía, con el canto del gallo, junto a mis padres.
Siempre quise que mis hijos tengan otra vida, que conozcan el mundo, que estudien o trabajen en una ciudad más grande donde hubiera mayores posibilidades de lograr las cosas. Fue muy doloroso verlos partir cada año a uno más, me quedaba con los más chiquitos, y siempre sola trabajando y luchando para que no les falte nada. Y rezando a la Virgen María para que protegiera a todos mis hijos. Cuando falleció mi esposo, hubo varias familias de bien que me pedían que los diera para ser criados y educados con más bienestar que el que yo le podía dar. Pero es algo que nunca acepté. No podía acostarme a dormir tranquila sin ver a todas las cabecitas en sus camas. Fueron el motivo de mi existencia y de mi lucha diaria”.
Tras el fallecimiento de Emilia, el 30 de abril de 2012, sus restos fueron trasladados al cementerio de Roca Chica, donde descansa su esposo Demetrio y sus padres, María Gorbatiuk y Bernardo Wolhein.