Alemania no se reponía de la Primera Guerra y seguía presente el miedo que podía repetirse a nivel mundial. Muchos jóvenes de entonces, emigraron. Al abuelo de Ernesto Bratz, papá de una familia numerosa (10 en total) le pareció correcto que sus hijos buscaran otros horizontes. Unos se radicaron en Filadelfia, Estados Unidos, mientras que el padre de Ernesto, que era soltero, vino a Montecarlo, lugar elegido por muchas familias alemanas, junto a otros 39 jóvenes, en 1924. Los inicios fueron difíciles, pero ellos eran valientes y luchadores.
Ernesto, padre, fue uno de los tantos, aún con el peso del desarraigo que les acompañaba. Por suerte, al poco tiempo, conoció a Elisa Kluth, una joven brasileña de origen alemán. Formaron pareja y cuando tuvieron la oportunidad de que viniera un Juez de Paz de Eldorado, se casaron.
Al poco tiempo, nació Ernesto hijo -Ernesto Gustavo Pablo Bratz-, luego le siguió Luisa, Carlitos, Federico y Alfredo, el más pequeño. En las familias numerosas, los más grandes cuidaban a los más chicos. Los partos se hacían a domicilio y en la mayoría de los casos sin problemas. Con Federico no tuvo esa suerte, nació cianótico, tuvo lesiones neurológicas y vivió hasta los 25 años.
Doña Elisa, la madre, padecía problemas de salud, por lo que aceptaron el ofrecimiento de la familia residente en Alemania, de tenerla en su obra social para tratarla. Así inició el viaje de vuelta a la patria, solo pensar el traqueteo que debía pasar desde Montecarlo a Buenos Aires, luego tres semanas más en barco hasta Alemania, con un bebé de seis meses, en una época en que no existían pañales descartables y encima con problemas de salud. Fue una hazaña admirable.
Papá Ernesto quedó solo con sus cuatro hijos aún muy chicos, y le resultaba casi imposible cuidarlos y trabajar a la vez, por lo que decidió vender lo poco o mucho que tenía de posesiones y se volvió a Alemania con los niños. Fue una decisión muy acertada en ese momento. La familia y los amigos fueron muy solidarios para con los recién llegados. Allá, Ernesto y sus tres hermanos tuvieron la posibilidad de ir a la escuela, por lógica a clases en cursos más chicos que los que normalmente por la edad debían cursar.
Vivían en la ciudad paterna de Obereisesheim, que no era muy grande y quedaba a 7 kilómetros de Heilbron. Allí moraban, gran parte de los Bratz, tíos, primos y tantos conocidos y amigos, con quienes seguíamos en contacto décadas más tarde.
Su papá trabajaba en las minas de sal. Cuando Ernesto cumplió 15 años debió hacer un test para elegir el oficio a seguir. Resultó que podría ser panadero o peluquero, su padre le sugirió que se inclinara por el segundo oficio, porque le dijo que para ser panadero debía levantarse muy temprano ya él le gustaba dormir, entonces no le convenía. Bien entonces, sería ¡Peluquería! Pero ¿dónde… dónde? Era difícil ingresar a alguna academia. Su tío Karl era amigo del dueño de una academia, pero ya no tomaba más alumnos. El tío pidió que fuera una excepción y Ernesto fue un alumno ejemplar. Con la guerra, Vogler, el dueño, también tuvo que incorporarse a las filas. Ernesto, aun siendo el último aprendiz, era para el dueño, la persona de máxima confianza. Le fueron entregadas las llaves y quedó a carga del negocio. Ernesto, no fue convocado al frente de batalla, por su edad y físico pequeño lo respetaron, pero debía incorporarse como bombero. Ayudó en hospitales e hizo lo necesario. Una noche, casi al finalizar la guerra, bombardean Heilbron con luminarias incendiarias. No quedó nada en pie. Al día siguiente, tuvo que apilar como ladrillos a los muertos quemados. Fue un panorama jamás visto. Al escuchar las alarmas, algunas personas que conocíamos, se refugiaron en túneles subterráneos y se salvaron, increíblemente.
“Mi flor preferida es el jazmín. Mi madre, en el tiempo en que yo vivía en Buenos Aires, me mandaba para mi cumpleaños una cajita con pimpollos. Al casarme con Ernesto, le pedí una planta de esa flor, pero… no florecía. Una mañana, el día de mi cumpleaños, el jazmín estuvo blanco de flores. ¿Qué había pasado? Ernesto, por la noche, consiguió flores de jazmín y las ató una por una a la planta. Regalo de un esposo enamorado”.
Tras un curso de tres años, Ernesto terminó sus estudios de peluquero. Trabajó cinco años en situación de posguerra. Solo comían papas y después de la cosecha de trigo juntaban los restos que quedaban en el campo, se los llevaban al molinero que se quedaba con una parte de la harina.
Ante la posibilidad de una nueva guerra, Ernesto y Carlitos convencieron a sus padres de volver a la Argentina, y así lo hicieron.
Ernesto, como peluquero, ya había ganado algo de dinero, pero al llegar a Buenos Aires la plata se había devaluado totalmente. Se alojaron en el Hotel de los Inmigrantes y luego viajaron a Posadas, desde donde los buscó Don Federico Kruse. Al llegar a Montecarlo, con la ayuda de los hermanos de su mamá, se hizo una casita precaria sin ventanas sobre calle Lavalle. Carlitos fue convocado al servicio militar y Ernesto empezó a cortar cabellos, tanto en casa como a domicilio, pedaleando una bicicleta. En la casa le hacía falta una ventana, pero ¿quién la haría sin plata?. Decidió vender su bicicleta y ya con ventana que dejaba entrar más luz, el lugar se parecía un poco más a una peluquería. Seguía cortando a domicilio, pero caminando.
Volver a su Montecarlo natal fue una mezcla de sentimientos. En Alemania, donde pasó su niñez y adolescencia, dejó amigos, fue un gran deportista de lucha libre y un activo ciclista y uniciclista. También asistía a clases de baile, que le gustaban mucho. Fue un gran bailarín, buen mozo, muy admirado y pretendido por las señoritas de entonces. A varias de ellas conocí en nuestro primer viaje a Alemania, en 1985.
Aquí, Ernesto y su papá fueron socios fundadores de la Sociedad de Canto. Su papá tuvo diversas actividades en las que trabajó siempre con placer, y la Municipalidad de Montecarlo, lo distinguió como Pocero pionero, en un acto muy emotivo. Años más tarde, con la ayuda de los hijos, viajaron de visita a Alemania. Fue un gran regalo. Años más tarde, al padre le dio un ACV que lo tuvo postrado casi un año antes de fallecer.
La vida continuó y Ernesto y Carlitos, construyeron su casa, hogar y comercio sobre la avenida San Martín, la más importante en ese entonces y aún hoy.
En los comienzos, en la peluquería donde Ernesto hacía hasta permanentes, además de los cortes de pelo, también comenzó con “El Chiche”, un local comercial sumamente completo, sobre todo en juguetería. Pero en el tiempo que los hijos eran adolescentes, la madre comenzó con una enfermedad que le llevó la vida. Dificilísima situación tanto para Ernesto, que hizo lo imposible para superarla, como para sus hijos. Como papá ejemplar, afirmó esta dolorosa realidad. Fue consejero, papá y mamá por siempre y como digo: “Tuvo el privilegio de ver a sus hijos convertidos en personas de bien”.
“Nuestra casa siempre abierta para los amigos y visitantes. La caña con ruda nunca faltó para el 1° de agosto y está vigente, para clientes y amigos. El consecuente Pingómetro sigue esperando en la peluquería. Antes de la cena siempre tomábamos una copita de Vehlo Barreiro, y en la cena brindábamos con un buen vino tinto”.
Alfredo, construyó su nuevo local comercial de primer nivel, llamado “El Chiche” y es padre de Marcos y Denis. Mariane estudió peluquería, trabajó 30 años en la profesión y sigue firme en su local regalería-mercería con excelente clientela. Es madre de Araceli y Fabio. Cristina, docente responsable y activa en sus obligaciones, es mamá de Pablo y de Ayelén. Para Ernesto, sus hijos y nietos eran su especial orgullo.
Con 56 años e hijos ya independientes, pensar en la idea de estar solo el resto de su vida a Ernesto no le hacía feliz. El canto, el bowling, las bochas, lo mantenían activo y ocupado, pero tampoco era lo ideal. Cuando su hermano Carlitos, dueño de Casa Bratz -tienda y zapatería-, se enfermó gravemente, Alfredito, el hijo mayor de Ernesto, lo trasladó al Hospital Alemán de Buenos Aires, donde yo trabajaba desde hacía 25 años. Y aquí entro yo, Darcila Becker, en la historia. “Pinino” Meza me hizo llegar con ellos una carta, pidiéndome por favor si me podía ocupar de su cuñado. Si bien era nativa montecarlense que vivía en Buenos Aires, no conocía a nadie de la familia Bratz. Mientras Carlitos estuvo internado, ofreció a los familiares mi departamento que quedaba a media cuadra del hospital. Para Navidad le dieron permiso para regresar a Misiones y ellos me regalaron un vuelo para acompañarlos. Fue muy lindo porque también podía pasar las fiestas con mis padres que vivían aquí. Nos encontramos con Carlitos y había un señor que también se acercó a saludarme, cuando pregunté quién era, respondió: es mi hermano Ernesto. Esa fue la primera vez en que tuve ocasión de conocerlo. Nos hicimos amigos, pero a la distancia. Yo seguía con mi cargo en el Departamento de Ginecología y Obstetricia.
Las cosas en su lugar
En ocasión de regresar a visitar a mis padres, llamo a Carlos Bratz pidiendo que me busque desde el aeropuerto de Posadas. Pero, quien fue a esperarme, fue Ernesto, con sus dos hijas Mariane y Cristina, ya mis grandes amores.
Al día siguiente, Ernesto invitó para el almuerzo y seguidamente tenía un compromiso en su chacra, ya que debía hacer el pago al personal. Me pidió que lo acompañara. De regreso, paró el auto en una sombrita y comenzó con su propósito: casarse conmigo, siempre y cuando sus hijos estuvieran de acuerdo. Me prometió de todo, apoyándome a mí ya mis padres. Lo único que no podría, era ir a vivir a Buenos Aires. Para mí, fue una sorpresa mayúscula, le prometí pensarlo.
Esa noche, mi mamá me dio dos o tres aspirinas con leche, después que le conté lo ocurrido, ya que no podía dormir. Pensé tanto en mi trabajo, mi puesto de aproximadamente 30 años, una vida hecha en Buenos Aires.
Papá me dijo: “No sé cómo te vas a arreglar”. Mamá lo pensó diferente y me dijo: “No es que quiero dar un consejo, en Buenos Aires tenés todo, pero aquí en cambio tendrías una hermosa familia, y no olvides que los años pasan”.
Tal vez eso fue lo que me ayudó a tomar la mejor decisión cuando finalmente optamos por el SÍ. Ernesto planeó todo, yo saqué un vestido de la valija y así a la gran fiesta en la Iglesia. Mariane me dijo que todos la felicitaron por la novia de su papá.
Hasta sus últimos días de trabajo, tenía a mano alguno de sus primeros chistes como así otros nuevos. Su jornada de trabajo, como siempre completa. Para los más pequeños estaba el caballito tradicional, niños esos, luego adultos, seguían viniendo. Aún hoy vienen para sacarse fotos con el caballito y contar anécdotas. La peluquería está tal cuál la dejará, es como un museo. Con 77 años allí vividos y compartidos.
Después de unos días presenté mi renuncia con un permiso de dos meses por cualquier cosa y para que en el hospital encontraran una suplente y dejaran puertas abiertas. Ernesto viajó a Buenos Aires a buscarme y, por fin, estuvo en mi despedida con todos los médicos y enfermeras de maternidad y pediatría. Mi último jefe me entregó el certificado de trabajo y una medalla de oro, todos hablaron con palabras emotivas y yo también.
La despedida fue en Salón de actos “Deutschland Saal”, luego continuó tres semanas más de despedidas, entre embajadores africanos del Zaire y Orbán, amigos de la Mercedes Benz, Fangio, y de casas de mis amigos, quienes hasta hoy lo siguen siendo. Nos casamos el 2 de marzo, pero entre renuncias y despedidas, y la mudanza a Montecarlo, recién pudimos volver en mayo. Ernesto no quería que aquí o en otro lado, yo aceptara trabajar, él quería que el tiempo fuera para nosotros, y así fue, así lo hicimos. Ernesto siguió con la peluquería y ambos con firmeza, comenzamos con la Regalería y Artículos regionales. Ernesto tenía experiencia en el rubro. Con mucho orgullo al local lo bautizó “Regalos y regionales Darcila”. El cambio no fue fácil… pero a mi lado tenía un caballero sin igual.
En 2018, el Concejo Deliberante, junto a la Municipalidad de Montecarlo, le hicieron entrega de un reconocimiento como persona destacada de la ciudad, en agradecimiento por su benemérita labor como “Peluquero pionero”, un homenaje muy emotivo para él y su familia. Amaba lo que hacía, siempre existió el “muchas gracias” para todos, en los 77 años junto al sillón, sigue estando su lema: “Si yo naciera de nuevo, sería peluquero”. Irradiaba felicidad en las buenas como en las adversidades de la vida y del trabajo. La Peluquería sigue como en su último día de trabajo.
A Ernesto le agradezco haber sido su esposa o su “pimpollo” y enfermera como me llamaba siempre. Le agradaba haberme dejado como herencia una hermosa familia y estupendos amigos en la comunidad de Montecarlo, que siguen brindándome su afecto. Falleció el 23 de mayo del 2021, a los 94 años.
Experiencia única
Cuando me jubilé, fui a una agencia de turismo y compré dos pasajes, invitando a Ernesto a viajar a Alemania. Visitamos a sus hermanos Luisa y Alfredo, de sorpresa. En ese entonces aún vivían cuatro de sus tías. También compartimos horas con los compañeros de escuela, compañeros de baile y del deporte. Tantos y tantos conocidos, primos y familiares, compartir tiempo con todos y recordar épocas difíciles de la guerra. Cada camino, cada techo, registrando las consecuencias de los bombardeos que no respetaban adultos ni niños. Miles de historias vividas para contar, sumadas a las privaciones en todo sentido y el hambre, solo comer papas una y otra vez.
Los siguientes viajes que hicimos ya fueron diferentes. Conocimos toda Europa en gira, visitamos a mi familia en Hamburgo, Suecia y Dinamarca. La familia de Ernesto vivía en el sur en Obereisesheim, donde hoy sigue viviendo su hermano menor con sus 85 años. Una vez participamos de la fiesta de cumpleaños de su hermana Luisa, que vive en Munich, de sorpresa, ella estaba parada para cortar la torta, y Ernesto se acercó sin que lo vea y dice: “Dame el cuchillo, yo te ayudo”. Ella se dio vuelta y gritó: ¡mi hermano! ¡mi hermano!: Su felicidad fue lo mejor de la fiesta. Ernesto con su modo de ser, siempre fue el schowman.
Previas vacaciones en Miami, visitamos a sus tías y primos en Filadelfia. Fuimos a Nueva York y volamos a Los Ángeles y Las Vegas, donde vivía mi hermana Inge. Sobrevolamos el Gran Cañón del Colorado. Luego Arizona. Entre paseos y casinos, en el momento de regresar cargamos el equipaje, vimos por televisión el impacto del atentado a las Torres Gemelas.
Con Ernesto viajamos bastante, muchas veces a Alemania, siempre agregamos España, donde vive mi sobrino muy querido. Viajamos a Sudáfrica, muchas veces a Brasil y conocemos gran parte de Argentina. Siempre agradezco que hiciéramos todos los viajes en su momento y también soy una agradecida a la vida por haber tenido esa posibilidad. Ernesto fue muy feliz, siempre estaba conforme y muy contento. La palabra gracias la tuvo siempre presente, así como el buen día y las buenas noches. Ernesto sin dudas, fue un ser hiperactivo, amaba su oficio y como todos los peluqueros, no faltaban chistes o bromas en la peluquería. Sus clientes, además de haberse peluqueado, salían con una sonrisa.
El artículo fue escrito por su esposa, Darcila Becker de Bratz. En 2023 fue presentado en la Jornada N°22 de Historias de Vida de Montecarlo y la Región.