El Gobierno nacional se prepara para anunciar en unos días un “triunfo” que ninguna de las administraciones que le antecedieron pudo regalarle a la sociedad: una ostensible baja de la inflación. Sin contexto, la noticia por sí sola es positiva y habla de mejores prácticas que las que generalmente emplean los técnicos y funcionarios para atacar el flagelo inflacionario.
Pero rodeado de datos, resulta que el freno de la inercia de los precios es consecuencia nada menos que de una fenomenal caída del consumo y de un problema de viejísima data en Argentina: la descomposición de los salarios. Sin poder adquisitivo resulta pírrico anunciar una baja de la inflación y si no se resuelve ese drama se estará girando en el mismo ciclo de fracasos en el que caímos desde hace años.
Recientemente se reunió el Consejo del Salario para, como sucede casi siempre, no acordar. Debió entonces tallar el Gobierno para fijar una suma mínima a la que atenerse y, como era de esperarse, se trata de un monto que, ni siquiera triplicado, alcanza para cubrir una canasta básica. La explicación es irónica en todo sentido: si se subiera el salario se suben también las expectativas inflacionarias.
Pero quizás, por esta vez, convenga quedarse con la primera parte, la de la baja de la inflación. Porque más allá del argumento pírrico, finalmente algunos precios bajan.