Como casi todo en la vida, las expectativas se imponen al comienzo y son solo los resultados, los datos duros de la realidad, los que expresan el grado de congruencia entre lo planteado y lo logrado.
Ahora, a cuatro meses de su hora cero, el Gobierno nacional va quedando expuesto y las preocupaciones se incrementan entre quienes no acompañaron con su voto, pero también entre muchos de quienes sí lo hicieron. Se multiplican los perfiles críticos carentes de profundidad e identidad y se exacerba la crítica contra todo lo que desnuda el estado de las cosas. “No la ven”, suelen decir sin más argumento.
Ese escenario es el que explica la nueva narrativa oficialista, que ya no solo afirma la desaceleración de la inflación, sino que incluso jura que hay una deflación de precios. Milei y Caputo se esmeran en vender un logro que, sin embargo, no se expresa en la realidad. Necesitan con urgencia que quienes acompañaron sostengan que ahora sí, el sacrificio de trabajadores, jubilados y desocupados vale la pena. Fue mentira antes y también lo es hoy.
La lógica de la nueva casta no es distinta a la de las anteriores. Se generan nuevas grietas que en realidad son idénticas a las viejas. Antes era la “corpo”, hoy es la “casta”. En política, y sobre todo en Argentina, un antagonismo altamente tóxico siempre es exterminado por otro igual o peor.
Y aunque ese mecanismo socave gravemente el tejido social, porque obliga a construir identidades en oposición al otro, no es lo más excluyente de la crisis actual. Porque, al fin y al cabo, cuando finalmente se logre estabilizar la inflación, uno de los tantos problemas heredados y también autogenerados por el Gobierno, el piso desde el que la sociedad deberá volver a crecer será nada menos que el subsuelo. Y será en condiciones muy sensibles, con una inflación acumulada por encima del 100% contra salarios que subieron, con suerte, 30%.
No debería olvidar el Gobierno que la incipiente desaceleración de precios de la que se jacta es nada menos que producto de un freno de la economía, de una histórica recesión que exterminó el poder adquisitivo de una clase media que hoy, a cuatro meses, el oficialismo busca recuperar vendiendo una “deflación” inverificable más allá de ¡una cuenta bromista!
Al respecto, afirmaron días atrás que “los precios de la carne está volviendo a niveles de diciembre y enero” (?).
Fue llamativo ese traspié oficialista basado en una cuenta de una red social que es donde mejor se mueven el Presidente y sus alfiles. “Jumbo bot”, un perfil de X que no es otra cosa más que un experimento social, dejó en evidencia las urgencias y ansiedades del Gobierno.
Pero quizás el mayor problema, en ese caso, fue la fuente de consulta. Hubieran preguntado en el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) que, sin intervenciones ni silencios impuestos, advierte que la inflación sigue siendo alta, de dos dígitos… eso no es deflación.
El Presidente sabe que más del 50% de la población la pasa mal y está teniendo problemas para llegar a fin de mes. La licuadora de la que se jacta en cada una de las entrevistas que brinda a diario hace estragos no solo en la población, sino que también arrasa con pequeñas y medianas empresas que aportan liquidez al mercado laboral y económico del país.
El Presidente también teme las consecuencias sociales de más demoras en la reactivación económica. Entonces, mientras los datos duros de la realidad siguen distanciados del relato, emplea su principal capital: su vínculo con la opinión pública, su habilidad en las redes sociales y voceros altamente calificados y formados que amplifican el alcance de la grieta, alentando a tomar partido y atacar.
Y mientras estas viejas/nuevas grietas se siguen reproduciendo, en tanto se contraponen viejos/nuevos relatos, se generan escandalosas internas a la luz del día en el bloque de diputados oficialistas, tal y como sucedía en los tiempos no tan lejanos de la casta.
El tema no es menor porque guarda estrecha relación con la dilación de la reactivación y sus posibles consecuencias sociales. Necesitan una mujer o un hombre fuerte al frente de la comisión de Juicio Político por si toca defender al líder de una embestida opositora o, tal vez, del latente fuego amigo de un expresidente que busca su segundo tiempo.
El problema en ese caso es el de siempre: el de los protagonismos políticos. En una furiosa tarde en el Congreso el oficialismo se boicoteó a sí mismo. Primero para desarmar una reunión, después para desconocer a la diputada libertaria Marcela Pagano como titular de la Comisión de Juicio Político. En cuestión de horas la sangre llegó al río. Al final del día decidieron reemplazar al que era su jefe de bloque, Oscar Zago, quien contaba con el respaldo del Presidente, pero mantenía un enfrentamiento con el titular de la Cámara, Martín Menem.
Así como la interna tripartita del Gobierno anterior alimentó la crisis económica, nada bueno se puede esperar de esta pelea intestina de las fuerzas del cielo. Ahora sí La Libertad Avanza tiene todos los rasgos de la casta política clásica que la mayoría de los argentinos, con justa razón, intentó desterrar en la última elección.