Más allá del cansancio que implica la semana laboral, los domingos tienen un aire distinto para José Roberto Ibarra (64). Antes de disfrutar de la jornada familiar, muy temprano acude al encuentro de los oyentes de la FM 89.3 Santa María de las Misiones, la radio de PRIMERA EDICIÓN, para despertarlos con un buen “Mate y folclore”, tal como se denomina el programa que conduce desde hace 26 años.
Nacido en el barrio Villa Urquiza de Posadas, comentó que el radial es un espacio en el que incursionó sin querer y del que, a pesar de varios intentos, no se pudo retirar. “Nunca imaginé que iba a durar tanto tiempo. Pensé que llegaba a los cinco años, despuntaba el vicio, me cansaba y me iba, pero no fue así. Y eso que con esto no se hace dinero porque es una pasión. Cuando me dicen: ¡cómo te gusta!, le contesto: preguntale al pescador por qué le gusta, porque el pescador invierte y por ahí saca solo una pieza, o nada, pero igual vuelve contento porque lo que hizo fue pescar, era algo que él quería hacer. Y esto es como el pescador, vos te vas a pescar y yo vengo a hacer radio y me voy tranquilo, quedo como sedado todo el domingo, porque es muy lindo, muy apasionante”, explicó.
Arrancó en una FM, después de unos meses se mudó a otra y desde hace 16 años permanece en la misma casa.
“Pensaba dejar el programa, pero la ausencia duró una semana hasta que conocí al amigo Miguel López Verderrosa que los domingos a las 10 tenía su espacio en Santa María de las Misiones. Habló conmigo y me trajo de vuelta. De ahí en adelante fui mejorando y en 2014 hicimos, con un amigo ya fallecido, el cantor posadeño Antonio “Colita” Ortiz, un reconocimiento a los valores misioneros, entregando una estatuilla de madera con el mapa de Misiones, un mate una bombilla y el nombre del artista”. Los seleccionados fueron “Los Tres del Río”, de Misiones -quienes recientemente cumplieron 50 años de trayectoria artística y apadrinan su programa-; Alberto “Tucho” González y Ricardo “Negro” Casquero.
La modalidad se prolongó por unos años y fue suspendida con la llegada de la pandemia. “Cuando nos volvamos a encaminar, seguramente lo volveremos a hacer porque es muy lindo reconocer a los artistas misioneros”, indicó.
Quedaron las ganas
Dijo que lo de hacer radio nació porque desde chiquito le gusta el folclore. Cursó la primaria en la Escuela Nº 238 del barrio Parque Adam y la profesora de música, de apellido Klein, “nos enseñaba los temas con el piano. Todo giraba en torno a la música folclórica argentina e íbamos a ensayar a su casa de Jujuy casi Roque Pérez cuando nos preparaba para actuar, por ejemplo, en el Salón de Cultura, que estaba pegadito a la Catedral San José. Así comencé”.
“Como me gustaba cantar, me separaron junto a otros dos compañeros de tercer grado de apellido Salazar y Moreno (ver foto). En ese evento cantamos dos temas: Zamba de la Candelaria y Zamba de mi Esperanza”, ambas de Los Chalchaleros.
Casi todos los años elegían a este trío para que animara la fiesta escolar y fechas patrias como el 25 de Mayo o 20 de Junio. “En ese tiempo aprendí muchas zambas”, acotó.
Un día, ya de grande, estando en casa, casado y con dos hijas, escuchó a Osmar Salinas -exintegrante del conjunto Los Huanca Huá que había llegado a Posadas por cuestiones laborales-, oriundo de Junín, provincia de Buenos Aires, que hacía un programa en radio Estilo, y fue a visitarlo. “Canté en dos o tres programas, a él le gustó y me quedé unos meses haciendo una locución tipo comercial, pero después me sedujo la idea de tener mi propio programa. A raíz de eso, ‘Toto’ Cuenca, un santotomeño me llevó a FM Classic y en ese espacio arranqué el 17 de agosto de 1997”, expresó.
Ahora se da cuenta de que la radio es una pasión “que no puedo dejar porque intenté dos veces. Me hace falta algo cuando no vengo los domingos. En principio había tomado ese horario -de 7 a 10- porque mis hijas se levantaban más tarde, entonces cuando volvía ya estaban despiertas y seguía el training con ellas. Pero en realidad es una pasión. Vengo a la radio media hora antes y sin darme cuenta, tengo que estar cerrando las tres horas. En ocasiones me pregunto ¿qué voy a hacer? pero el programa sale solo, no me alcanza el tiempo”.
Admitió que “tengo muchos oyentes que más que eso, ya son amigos. Muchos me escriben a las 6.30 para preguntar si ya salí para la radio y están atentos. La mayoría es gente que me conoce de vista, de la vida, de mi trabajo. Cuando me encuentra, me dice: ¿sos el de la radio?, te escucho los domingos. A partir de eso recibo mensajes todo el día. Con las redes sociales la audiencia se agrandó mucho más porque tengo amigos que a través del Facebook me escuchan desde Necochea, mi hermana que está en Puerto Madryn o mi cuñado en Corrientes, amigos en Puerto Iguazú, en Eldorado, en Oberá, que se prenden a escuchar a través de la aplicación y del Facebook”.
“Siempre tengo el apoyo de mi familia, no me puedo quejar. Siempre que voy a emprender algo, consulto con mi esposa y mis hijas. Estoy satisfecho, contento, con todo lo que pasó hasta ahora. Y la frutilla de la torta fue Federico, mi primer nieto que llegó hace dos años”.
Los temas del programa son variados y giran en torno al folclore de nuestro país, de Norte a Sur y de Este a Oeste, y también incluye al tango. “Siempre me baso en la biografía, trato de recordar las efemérides más importantes del país y ahora estoy consiguiendo más material sobre las efemérides de la ciudad de Posadas. Hay mucha música de proyección folclórica como Los Huayra, Los Tequis, Raly Barrionuevo, Sergio Galleguillo, pero los más pedidos son los viejos, más aun, teniendo en cuenta que en ese horario están despiertos los mayores de 25 años, los que están tomando mate con su pareja, con su familia. También tratamos de hacer escuchar estos nuevos valores que salen”, celebró quien en ocasiones toma la consola por su cuenta y hace de operador.
Los Tres del Río son los padrinos del programa “Mate y folclore” que se emite por la 89.3 porque al arrancar, el 17 de agosto de 1997, “me habían escuchado. Tenían que viajar a Europa y fueron a la radio para recibir al nuevo programa, entonces les propuse que sean los padrinos y aceptaron. Pasaron los años y siempre están conmigo en cualquier evento”.
Desde hace 39 años
Ibarra fue siempre empleado de comercio, aunque no era esa su intención. Sus padres, Antonio Ibarra, nacido en Coronel Bogado y Elvira Acuña, de Yuty (ambos en Paraguay), eran comerciantes, y él entiende que “tengo muchas cosas que heredé de mamá”, que desde chica era empleada en una tienda de ramos generales, en su pueblo natal.
En el país vecino, su papá pertenecía al Ejército. Después se unieron y vinieron a Posadas, donde el hombre trabajó durante cinco años en la panadería “Ferrocarril” hasta que puso su propio negocio al que conocían como panadería Ibarra. Cuando comenzó con panadería propia “armaba los panes en casa mientras mamá se ocupaba de su negocio que, finalmente, fue de ramos generales. Trabajaba mucho y falleció muy joven, después de criar a sus siete hijos: Nelly, Teresa, Rubén Darío, María Elena, Rosita y Luis Alberto”, lamentó.
Recordó que su papá se sentaba afuera porque la de panadero era una profesión que demandaba todo el día y nunca cerraba las puertas. “Nos turnábamos, no sé cómo dormíamos, y cuando llegaba la época de las fiestas, donde se elaboraba el pan dulce de Navidad, se hacía todo a mano. Lo único que hacían con la máquina era amasar, pero después había que cortar, pesar y hornear, entonces eso llevaba su tiempo. Y la verdad es que no era poco lo que vendíamos, gracias a Dios, porque mediante eso creció la familia, la economía del hogar, pudieron estudiar mis hermanos. Y yo siempre estoy agradeciendo todo lo que aprendí junto a mi familia y es lo que llevo siempre conmigo”.
Y el único que heredó esa profesión fue José, aunque insiste que esa no era la intención. Es que “yo había ido a estudiar ingeniería en la Facultad de Oberá porque egresé del Instituto San Arnoldo Janssen en 1977, con medalla de oro al mejor promedio de la carrera de Técnico Electromecánico”.
Antes de eso, el colegio lo envió, por el lapso de ocho meses, a trabajar a la fábrica Citrex, de Puerto Rico, que daba empleo a gente de esa zona de Misiones y cerró sus puertas en 1990. “Ellos tomaban a alumnos de las escuelas técnicas y nosotros éramos bien vistos por esa empresa. La firma pidió a la escuela que mande a varios exalumnos y fuimos tres. Uno era Omar Toledo, que me escucha todos los domingos, también otro muchacho de apellido Ortiz, “Tito” Zamora y Paniagua. Yo me quedé hasta octubre que fue cuando renuncié porque quería seguir la facultad”, subrayó.
A su entender, era una posibilidad que la empresa “daba al colegio para que nos perfeccionáramos. Tuve la oportunidad de pasar por el laboratorio y teníamos la posibilidad de aprender inglés, aunque fui tonto y no quería hacerlo. Tenía la cabeza cerrada, a diferencia de una de mis hijas que está a punto de recibirse de profesora de inglés”.
Otras puertas se abrieron
Para ir a estudiar salió de su casa paterna en 1979 y ya no regresó. Su familia continuó con el comercio hasta 1990, cuando se mudaron al barrio Ñu Porá, donde falleció su mamá.
Llegó hasta la Capital del Monte, pero “se ve que no era”, dijo, emocionado. Cuando se acomodó en su nuevo destino, “trabajé durante un año para poder seguir estudiando después y al otro año ya no pude hacerlo. Directamente me fui a cumplir tareas en un comercio (Pinturerías Maddiona)”, que después lo trasladó a Posadas. Aquí contrajo matrimonio con Crismilda Aurora Acosta Sanguina con quien tuvo dos hijas: Paula Andrea y Silvana Noelia, que, junto a su yerno Nicolás Dalzotto, le regalaron a su primer nieto, Federico.
En los 39 años que lleva como empleado de comercio, trabajó en un negocio de Bolívar y Junín por mucho tiempo, después pasó a la calle San Lorenzo otro tiempo más y ahora, hasta que se concrete su jubilación, “estoy en una ferretería que es de la misma pinturería”.
En los lugares en los que se desempeñó, atender bien a los clientes fue su premisa, aunque reconoce que “es natural en mí, ya tengo incorporado ese chip porque nací en el seno de una familia de comerciantes. Siempre supe que para que el patrón me pague el sueldo tengo que vender porque nadie invierte para gastar plata; el que invierte, lo hace para ganar dinero. Eso es lo que aprendí de mis padres. Siempre hay que tratar que el cliente lleve algo, y ya sea un producto pequeño o grande, tiene que ser bien atendido. Viene de afuera con montón de problemas entonces hay que tratarlo con suavidad, orientarlo, para ver, por ejemplo, qué tipo de enchufe está necesitando, ofrecer alternativas, opciones, herramientas y los elementos accesorios”.
“Eso sí -aclaró- siempre acompañado de una sonrisa porque con una cara fea no le puede atender. Si voy a comprar algo y veo cara fea, no entro, percibo la mala predisposición del que va a atenderme, y no quiero más problemas. Entonces siempre digo que hay que estar predispuesto porque uno está ahí para atender al cliente, sonreír, al menos, por más que no tenga lo que necesita”. Por esta actitud puesta de manifiesto en su vida laboral, en 1998 fue premiado por el Rotary Club.
“Se trata de un galardón que se le entrega a la persona que se destaca en la atención al público. Para eso, ellos investigan con antelación tu comportamiento tanto en el negocio como en la calle. El año que tocó recibirlo había mucho movimiento de gente en el lugar donde yo trabajaba y había personas de todo tipo, grandes, jóvenes porque iban los chicos de la Estudiantina, al punto que era ensordecedor. En una mañana a veces atendíamos a 150 personas y no nos dábamos cuenta de la cantidad de gente que ingresó. Me entregaron una plaqueta que agradecí mucho porque lo que uno hace no es para tener mérito, sino que hace porque quiere hacer de la mejor manera”, sostuvo.
Después obtuvo el reconocimiento de los propietarios del local, que le regalaron una estadía de una semana en Mar del Plata. “Siempre soy reconocido por mi trabajo, de las personas con las que estoy ahora no me puedo quejar, tengo mucho diálogo, me siento muy cómodo, en realidad, me sentí muy cómodo trabajando en cualquiera de los cuatro trabajos que tuve”.
Su primera experiencia laboral se concretó en casa. “Éramos nosotros lo que repartíamos el pan en el barrio cuando nos mudamos a la Chacra 227. Viniendo hacia el centro estaba Radioparque. Vendíamos masa negra y pan cuando se hacían las fiestas de los fines de semana y cuando se hacían los partidos. Mis compañeros del barrio siempre me cargaban y me decían, pensar que vos te criaste a base de masa negra”, relató entre risas.
Entre semana, “íbamos caminando, canasto en mano, llevando el pan a la madrugada a la casa de fulano, de mengano y no había ningún peligro. Muchos de los vecinos trabajaban en un frigorífico que estaba en la zona de El Zaimán y en Tortosa, entonces se levantaban a las 5 y querían pan fresco para el desayuno. Después de repartir, concurríamos a la Escuela 238. Más tarde, me inscribí en el Janssen, donde era un poquito más complicado porque era turno completo. Trataba de hacer todas mis tareas en el colegio porque en casa había trabajo que hacer, elaborar alfajores, facturas, masa negra. Éramos los hermanos, además de dos o tres empleados que papá tenía en la fábrica. Nosotros nos encargábamos de preparar otras cosas con mis hermanas y atender el local con mi mamá”, comentó quien se encuentra a punto de jubilarse. Ibarra siente que sentó buenas bases en sus compañeros más jóvenes. “Los chicos de ahora aprenden muy rápido y existe una cosa que no teníamos que es el sistema, que se encarga de todo, cuando en nuestra época se hacía todo a mano. La factura se confeccionaba con birome y papel, con el riesgo de equivocarnos, ahora es todo por computadora. Nosotros teníamos que hacer girar nuestra cabeza para acordarnos si es que en el local había o no lo que nos pedían. Pero creo que quedó buena semilla, porque son chicos que se defienden muy bien en sus puestos de trabajo”, aseveró.