“Éramos felices y no lo sabíamos”, es una frase que se gestó en un encuentro de los vecinos de la zona costera, muchos de los cuales no se veían desde hace muchísimos años. Más de cien asistieron a la cita del 11 de septiembre, donde abundaron los abrazos de reencuentro y se escaparon algunas lágrimas. Aníbal Villalba (64), Ramón Miño (71) y Atilio Miguel “Icho” Machuca (69), fueron los organizadores de esta velada tan emotiva, al punto que pasó casi un mes y los protagonistas siguen hablando de ella.
Villalba recordó que allá por los años 70, el barrio se llamaba villa Coss. En una de sus visitas a la casa paterna, su hermano Arístides, que era muy joven y ya vivía en Buenos Aires, dijo a Mamerto, su papá, que vendiera la propiedad porque allá se escucha que los habitantes de esta zona iban a ser relocalizados. Y de esa manera, “te van a mandar a los barrios de Yacyretá, que será un lugar al que, quizás, no quieras ir”. Decía que se escuchaba eso, y por eso insistía con que “te conviene venderlo así podés comprar lo que vos querés, adonde querés. Y eso es lo que papá hizo hace casi 52 años. Compró el terreno y dos años después decidimos salir del barrio e instalarnos en Villa Urquiza, donde continuamos estando”.
Hace unos días, “nos encontramos con algunos vecinos después de 50 años, con otros, después de 40. Realmente fue hermoso, de mucha alegría y lágrimas, al ver a un pibe al que veías chiquito, flaquito, y hoy es un hombre, convertido en abuelo. Eran abrazos interminables. Vinieron desde Buenos Aires, Corrientes, del interior de Misiones”.
Dijo que la idea surgió de Miño y Machuca, quienes le hablaron “a mi hermano Raúl, que es mi mellizo, y él les dijo: si realmente quieren ubicar a la mayoría y que salga algo bueno, dejen la organización en manos de mi hermano Aníbal. Él es mandado a hacer para eso”. Y Aníbal reconoció que tiene como un talento natural para juntar a amigos de donde sea porque, además, es organizador de eventos. Y Así fue. Formó un grupo de WhatsApp y comenzó a interactuar. “Eran quince, veinte, treinta, y se iban sumando. Llegamos a 80. Primero surgió la idea del choripán, después apareció José Salinas, que es especialista en galeto de pollo, y propuso que ese sea el menú. Después sugerí agregar a las parejas porque no quería grietas en el comienzo de una amistad. Son parejas que llevan casadas 30 o 40 años, y no las íbamos a separar justamente un domingo, que es el día de la familia. calculamos 88 personas, pero cuando llegamos al lugar del encuentro eran 117. Superó ampliamente las expectativas, al punto que, a algunas, a último momento, le tuvimos que decir que no había espacio, por cuestiones organizativas”, narró. Recordó que, en el viejo barrio, unos eran monaguillos de la capilla San Cayetano – fue la última edificación en demolerse-, otros jugaban al fútbol. En ese entonces, “María Morínigo tenía una fuerte presencia, y la mayoría jugaba para su Club Palomas del Espíritu Santo. O para su hermano que era de la Sagrada Familia”.
Añadió que “nos juntábamos en la canchita del barrio que se llamaba San Lorenzo, que era un mundo. Ahí confluían chicos del barrio Heller, El Chaquito y San Cayetano. El lugar de encuentro de los domingos era la cancha de fútbol o la iglesia, que era un espacio obligatorio. Nuestros padres nos obligaban a asistir los domingos a las 8, a la primera misa de la jornada”.
Según Villalba, de esos tres barrios “nos conocemos prácticamente todos. Gente sin maldades, de la época de los militares, donde salir a vagar a cualquier hora no existía. Nuestros padres nos obligaban a estudiar, y de lo contrario, a trabajar. Mi escuelita fue la N° 159 Manfredi, detrás de la vieja estación del ferrocarril. Ya no existe. Otros iban a la Nº 4 “Fraternidad”.
Rememoró que su casa estaba más cerca de las vías, hacia las afueras. Era una construcción que tenía patio grande y piso de mosaico, por lo que la mayoría de los vecinos pedía a su papá que se la prestara para festejar los quince de las hijas o para casamientos. “Papá nunca les negaba, era una persona muy agradable y solidaria, que le gustaba juntarse con la gente. Era un lugar de unión, donde se cultivaban las amistades. Vamos a la casa de Mamerto Villalba, decían, porque era el único que tenía televisor en blanco y negro. Iban a mirar con entusiasmo porque no había otro lugar, y los pocos que tenían no querían compartir”.
Mamerto, que falleció hace ocho años, trabajaba en Canal 12 y se jubiló como operador de planta transmisora. Su hijo Arístides “Ñeco” Villalba es técnico de las repetidoras de Canal 12; su otro hijo, Aníbal, ingresó en 1979 a la planta transmisora, y Raúl, a la repetidora de Puerto Iguazú. “Todos somos operadores”, aseguró orgulloso Aníbal que, paralelamente, siempre se dedicó a la música. “Soy deejay desde hace 44 años, musicalizando todas las radios de Posadas. Los jueves musicalizo el Expreso de la Noche, con Ricardo Vera –el conductor de los sorteos de la Quiniela Misionera-, con quien hacemos radio desde 1988”, dijo.
Reconoció que “me costó salir del barrio. Fue todo de golpe porque mi hermano, que para la edad que tenía era un visionario, dijo no pienses mucho, agarrá y véndelo. Es que en Buenos Aires se enteraban de lo que sucedía, pero acá eran muy pocos los que tenían televisión. Había pocas radios. Se murmuraba, había movimiento en el barrio, pero nadie explicaba”. Fue entonces que Mamerto decidió vender el predio, pero el tema era cambiarse de un barrio a otro. “Era todo tan distinto. Acá había muy poca gente, era un barrio nuevo, bastante desolado y comenzar de nuevo no era fácil. Como todo el mundo, volvíamos de seguido, porque no podés desprenderte de todo, y despacito vas forjando otras amistades, te vas adaptando, y además la actividad de cada uno hizo que uno se vaya alejando. Pero uno nunca se olvida de las amistades, y como decíamos ahora cuando nos encontramos, éramos felices y no lo sabíamos”.
Cuando comenzó el movimiento mayor, Aníbal ya no estaba más en el barrio. “Nos fuimos antes, y no volví para eso. No quería ver destruido el lugar donde viviste, sabes que está desapareciendo, es como que dije no lo quiero ver y ya no fui. Ahora voy seguido a caminar, observo, más allá que hoy ya no existe nada de eso, a veces te invaden los sentimientos. Pero donde está la imagen de san Cayetano, antes de llegar al puente, es el lugar donde estaba la iglesia. Y a esos nos remiten las fotos, muchas de ellas en blanco y negro, de los 70, y quedan esas imágenes borrosas de personas de las que ya no recuerdo. Me pasó en la fiesta, de ver a gente que no reconozco”, alegó, para quien ir al rio era como un ritual, era parte del folclore. “Era como el permitido del mediodía, la escapada obligada mientras los padres se acostaban a dormir la siesta. Ese era el momento. Era como una película antigua, todos a la cancha, y todos al río. Nunca pensamos en el tema del peligro, no se nos habría ocurrido pensar que nos podríamos ahogar, nada. Simplemente decíamos vamos al agua, nos tirábamos a pesar que muchos no sabían nadar, pero creo que era porque lo disfrutábamos. Debe ser esa la razón”.
Ramón Miño vivió mucho tiempo en el barrio hasta que su familia fue relocalizada al barrio Yacyretá. “Salí en 1985, y el grupo de los amigos se inició en 2018. Éramos cuatro los que organizamos una reunión por primera vez: Esteban Martínez, “Caícho” Armoa, Sebastián Osorio y Ramón Miño. Se hizo en el Sindicato de Panaderos, y juntamos cien personas. Después organizamos en la casa de José Osorio, con la participación de las mujeres. La tercera vez nos reunimos en casa de “Icho” Machuca que, debido al espacio, solo estuvimos unos 50. La última se hizo en casa de Roberto “Panca” Osorio y su esposa Mónica, y queremos volver a juntarnos a mediados de diciembre”, explicó. Agradeció a todos e invitó a que participen nuevamente. “Fue una alegría tremenda porque pasaron muchos años de no habernos visto entre los amigos. A muchos no los reconocí, pasó mucho tiempo, aunque participé de las cuatro juntadas”. Sostuvo que “nuestras casas quedaron debajo de los escombros. Vivía con mis padres, y hermanas. Con Icho jugábamos al futbol en la cancha San Lorenzo, participábamos de las celebraciones en la capilla, y ahora somos vecinos”.
El paso del tiempo
Atilio “Icho” Machuca vivía al costado de las vías férreas y era alumno de la “escuelita Simsolo hasta sexto grado, y como el séptimo se suprimió, pasé a la Fraternidad. Con su papá, trabajaba de techista, de corrido, de 7 a 16, para poder ir a jugar al fútbol porque “esa era nuestra pasión. Nos juntábamos todos en la San Lorenzo. Después de ahí, íbamos todos al río, aunque mi papá no me dejaba salir, esa es la verdad. Hoy me siento frente al Mercado Modelo La Placita, donde están los transformadores, me quedo un rato observando, y me digo: pensar que acá era mi casa. Voy siempre, y a veces me pongo un poco melancólico porque uno extraña. Siempre digo que me gustaría volver a mi barrio”, donde vivía con mis padres, Carlos Machuca Brito y Juana Bautista Benítez, y mis hermanos: Elva Dora, Ermelinda, Luis Alberto y Carlos Fermín.
Cuando Miño planteó la idea del encuentro y preguntó “qué me parecía, me embargó la emoción. La noche posterior a la última juntada no dormí, recordando. Inclusive, mi señora –Yolanda- me decía, estás por quedar loco porque en tus sueños llamas a Miño y a Aníbal, como si estuvieras organizando otro encuentro. Eso quiere decir que caló profundo, todos quedaron contentos, llamaron, agradecieron”.
Entre las anécdotas, contó que frente a su casa pasaba la vía, que era atravesada por un puente. “Tenía cinco o seis años y había caído una helada terrible. Mi primo me dijo voy a cruzar con los ojos cerrados, y yo también, le contesté. Cerré los ojos y caí sobre unas piedras. Mi cabeza quedó hinchada y quedé internado durante un mes”. Se acuerda de las vías férreas, del paso a nivel, “al costado teníamos el billar del “Negro” Gómez, donde nos juntábamos todos. Y enfrente estaba la Garita. Nos poníamos en el puente y cuando pasaba la camioneta de la policía, le gritábamos.
Éramos chicos y terribles, cuando volvía para buscarnos, nos metíamos todos en nuestra casa. Pasaron muchas cosas lindas, si pudiera volvería al barrio. Mientras aún estábamos ahí, empezó el proyecto del puente. Prácticamente fuimos los últimos en salir. Recuerdo que fue el 12 de octubre de 1989.
Aguantamos hasta el final, viendo como todo se venía abajo. Era una tristeza. Igual volvía siempre, pero me hacía mal”, agregó. En los comienzos del movimiento, “venía una licenciada, conformaba una carpeta, pedía los datos de cuantos chicos había en la casa. Después recrearon un grupo denominando los desarraigados, pero no prosperó. Es complicado el desarraigo”.
Cursó la secundaria nocturna en la Escuela de Comercio Nº1 “General San Martín”, donde la directora era Ninfa de Ayala, que “me descubrió una vez cuando me escapé por la ventana con otro amigo para ir a jugar al billar. Después fue director Restituto Mazuchini. Cursé quinto año, pero todavía no tengo el título, aunque no me asusta nada”.
Aseguró que de la zona salieron muchos deportistas famosos, “como Armoa, que jugó en Guaraní Antonio Franco igual que Rubén Yegros, ambos fueron a Boca Juniors. Vinieron de Racing Club y me querían llevar, pero mamá dijo que no porque le van a traer todo roto a mi hijo, y no me dejó”.
Dijo que la mayoría de los muchachos que jugaban en la cancha San Lorenzo, “jugaban en primera. A veces iba a entrenar ahí el plantel de Guaraní. Había arquero, marcador de punta, marcador central, números 5, 8, 10, delantero, wing derecho e izquierdo. Nadie podía con san Cayetano, y el que lo organizaba era Ismael “Pizuti” Domínguez, jugador de Almirante Brown y de Villa Urquiza. Después estaba Alfonso Rubén “Fafi” Díaz, jugador de Brown, árbitro de futbol infantil. De ahí también salieron médicos, abogados, ingenieros”.