Mientras el Gobierno nacional desarrolla un nuevo billete de dos mil pesos que, cuando aparezca, debutará híper devaluado, se consolida una crisis que no solo precisa de un billete de mucho más valor nominal, sino que suma condimentos que la desestabilizan.
En su último análisis, el problema fue abordado por la consultora Focus Market que relevó diez productos que en 2022 se podían comprar -y en varios casos sin recibir vuelto- con un billete de 1.000 pesos y que ya están fuera del alcance del “hornerito” en 2023.
Entre varios casos se cita un aceite de girasol de tres litros por el cual en 2022 nos daban 160 pesos de vuelto y por el que hoy debemos pagar al menos 800 pesos más.
Pañales, café, jabón líquido, fluidos desinfectantes y cervezas son otros de los productos relevados en el trabajo, todos con el mismo resultado: valores que superan los mil pesos con los que alcanzaba el año pasado. Hasta ahí la descripción de la pérdida de poder adquisitivo y la necesidad de contar con más billetes para realizar la misma compra.
Paralelamente crece otro aspecto de la crisis relacionado con la macro: la creciente incertidumbre y la pérdida de confianza en la moneda en general mientras aumenta su circulación. Actualmente la mayoría de los argentinos se desprende rápidamente del peso y del billete de mil, por caso el de mayor emisión y circulación respecto a los otros papeles argentinos. Pero al mismo tiempo es incesante la reposición en los cajeros mientras que los depósitos físicos de los bancos se van quedando sin espacio por el volumen de billetes “dando vueltas”.
Pensar hoy que la solución es uno de dos mil pesos como el que aprobó el Banco Central es, al fin y al cabo, desperdiciar recursos sin siquiera resolver la mitad del problema.
Con la aceleración de los precios tal y como se viene dando, el nivel de confianza por el suelo y la cantidad de billetes circulando en una sociedad desesperada por sacárselos de encima antes de que se devalúen, urgen billetes más grandes… y soluciones verdaderamente integrales.