Una semana exacta cumplía ayer domingo en el poder el presidente brasileño “Lula” Da Silva cuando miles de simpatizantes de su antecesor, Jair Bolsonaro, tomaron las sedes institucionales del país y reclamaron un golpe de Estado.
En un remedo tropical de la resonante toma del Capitolio por parte de seguidores de Donald Trump cuando éste finalizó su mandato en Estados Unidos, ahora es nuestro país vecino el que sufre los embates de grupos -por fortuna minoritarios, pero ruidosos- que pretenden valerse de la democracia cuando los beneficia, y desterrarla cuando no.
Porque claramente, al menos todavía, no se puede achacar al nuevo Presidente, en una semana de ejercicio, los males de los que lo acusan los bolsonaristas, o que ponga en jaque el futuro del país, hasta que el tiempo demuestre lo contrario y, en todo caso, la situación se pueda refrendar, corregir o revertir en las próximas elecciones.
Tal vez lo más preocupante no sea el hecho de ayer en sí, que tiene el aspecto de agotarse en sí mismo a la brevedad, sin mayores consecuencias para el país vecino o para su gobernanza; pero sí la seguidilla de episodios, la “costumbre” en que se está convirtiendo para algunos responder (o “defender”) en la calle lo que no lograron convencer en las urnas.
Lo cierto es que no son pocos los países de la región que están viviendo derivas institucionales semejantes. Y desde todos los extremos ideológicos: de Bolivia a Perú, y ahora el ejemplo brasileño. Por no mencionar la constante tensión en los países centroamericanos y del Caribe. Y sabido es que cualquier movimiento telúrico puede desatar réplicas e incluso tsunamis en otros lugares.
¿Podría ocurrir algo similar en Argentina en 2023, en función de los resultados que arrojen en su momento los comicios? No parece probable, ni por el perfil de los actores políticos ni por la mayoritaria convicción de que, por más virulentas que sean las diferencias ideológicas o metodológicas, la vía democrática es la única posible. En cualquier caso, no está de más reafirmar este precepto, pase lo que pase y sean los que sean los eventuales ganadores y perdedores.