Ponernos en contacto con nuestro cuerpo como un acto cotidiano y natural parece sencillo, lógico, respondemos al instante cuando tenemos hambre o frío, además, entre otras cosas nuestros ojos viran hacia lo que nos llama la atención, sonidos, las luces y sombras. La acción y reacción es inmediata parece, creemos.
Entendernos con nuestro cuerpo puede ser tal vez un escalón superior, darle lo que realmente necesita, escucharlo, medirlos, detectarlo, atenderlo y a veces exponerlo a otras personas que saben específicamente alguna particularidad, que nosotros no.
Aprender a interpretarlo, identificar de qué se trata algo que nos está pasando. Cientos de investigaciones en torno a la salud para arreglar, solucionar, mejorar, extender la vida.
Pero también llega un punto en que queremos lo sencillo, lo práctico, lo económico y lo accesible, queremos muchas veces que nos cuenten que algo funcionó e hizo bien, con buenos y duraderos resultados.
Lo que mantiene a la vida en sus partículas mínimas es el aire, compuesto de numerosos gases que en su conjunto respiramos, y en ese pensar me decía a mí misma: -Inhalo salud, exhalo paz, inhalo coherencia, exhalo orden, inhalo bienaventuranza, exhalo amor.
Y así poder continuar, inhalando una condición superior que desencadene una positiva manera de vivir.
Que nos haga bien. Elijo el aire que respiro, elijo las intenciones que devienen de mi corazón, las direcciono y expando hacia y dentro de cada una de mis células, de las de los organismos que me rodean, del planeta que habito.
Es que somos capaces de generar la atmósfera que nos rodea y somos capaces de encontrarnos un poco mejor a como estamos ahora.
Mientras transcurre el día, respiro y me vuelvo consciente de ese aire que materializa mi sanación emocional, mental, espiritual. En oleadas de oxígeno, nitrógeno y demás elementos claves para la existencia.