Después de la larga crisis ocasionada por la pandemia, el mundo actual nuevamente, enfrenta un clima de violencia, crisis económica, miedo y preocupación por el desequilibrio social que seguramente pondrá en riesgo a millones de personas, especialmente a los más vulnerables de nuestra sociedad. A pesar de tantas situaciones que siembran oscuridad quisiera reflexionar sobre el gran valor de la esperanza que debemos mantener encendida en nuestros corazones y debe ser el faro que guíe a la humanidad.
Cualquiera sea el motivo por las que se genera violencia y guerra, éstas afectan a miles de familias – adultos, niños y jóvenes inocentes. A pesar del dolor que genera, admiramos el sentido patriótico de centenares de soldados que entregan sus vidas para defender su patria, el sacrificio de tantas personas que en medio de los peligros arriesgan sus vidas para socorrer a heridos, moribundos, abandonados y a los que están en exilio sin sus viviendas y los logros de toda su vida.
En estas situaciones de desaliento que vive el mundo, la esperanza viene a iluminar nuestras oscuridades de la vida. San Pablo nos regala la virtud de la esperanza como el camino de la alegría y la felicidad (cf. Rom 12, 12). La esperanza que pregona San Pablo no consiste en tratar de encontrar la felicidad como meta final, sino como una actitud que sostiene a los discípulos en los momentos de sufrimientos, crisis e incertidumbres.
El Catecismo de la Iglesia Católica, afirma que: “La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad” (art. 1818).
San Pablo nos anima a vivir las tres virtudes teologales que nos aseguran la felicidad como personas humanas. El himno a la caridad nos recuerda que “al presente subsisten la fe, la esperanza y la caridad; pero la mayor de ella es la caridad” (1 Cor 13, 13). Nos invita a vivir la fe y la esperanza a la luz de la caridad. En este sentido el verdadero faro que nos guía en estos tiempos es el amor y la fraternidad, como San Pablo nos dice, el amor “todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera” (1 Cor 13, 7). Estos tiempos difíciles que estamos atravesando solamente podemos superar con el amor y la caridad vivida desde la fe y la esperanza.
En medio de tantas desesperanzas vamos a unirnos como hombres y mujeres de fe para que el don de la esperanza reine en nuestros corazones y que el amor sea el faro que ilumine nuestro actuar en la vida. Que la fe y la confianza en Cristo que está presente en nuestra vida sea el fundamento de nuestra esperanza y trabajemos juntos para que miles de niños y jóvenes de nuestro mundo no pierdan la esperanza, a causa de tantos sufrimientos que nosotros mismos provocamos en el mundo. ¡Que la paz y el amor de Cristo reinen en nuestros corazones y la confianza en Dios nos mantenga alegres en la esperanza!