La inflación rozó el 51% en 2021, reconfirmando que la política económica camina sobre una cornisa altamente peligrosa. A pesar de que el dólar oficial se depreció apenas 23% en el año -una de las típicas anclas preelectorales, la inflación núcleo se movió al 3,5% promedio en los últimos seis meses. Sin modificaciones sustanciales en las políticas, el piso para 2022 es del 55%.
Para problemas estructurales, crónicos, las respuestas hasta ahora han estado desacertadas. Mientras la inflación se aceleraba en la segunda mitad de 2021, el Gobierno profundizó diagnósticos incorrectos, desconociendo la raíz macroeconómica del asunto en la práctica (a pesar de que el propio ministro parece ser consciente) y concentrando el discurso en hallar culpables sectoriales que explicaran la situación.
Pensar la inflación en esos términos es doblemente perjudicial. Por un lado, porque no encontrar una salida profundiza el fenómeno. Pero al mismo tiempo, porque utiliza de mal modo herramientas que, en otro entorno, más cercano a un plan de estabilización consistente, serían adecuadas. En el proceso, en tanto, la credibilidad del equipo económico se diluye.
El ejemplo más concreto de la falta de credibilidad se observa en la política cambiaria. En el primer trimestre del año anterior, la tasa de depreciación del peso tuvo una media de 3,3% mensual, apenas 0,8 puntos porcentuales por debajo de la inflación. Luego, cayó a menos de la mitad en el segundo trimestre y siguió a sólo 1% al mes en la segunda parte del año mientras la inflación se aceleraba. Retrasar el dólar tuvo, al comienzo, impactos concretos sobre la evolución de los precios; la inflación núcleo cayó un punto entre abril y mayo, pasando del 4,6% al 3,5%. Al mismo tiempo, con rezago de un mes, los precios de los bienes del programa Ahora 12 también desaceleraron significativamente desde junio.
Sin embargo, la política de apreciar el tipo de cambio en medio de un cuadro vulnerable de deuda externa y con dudas respecto de un nuevo acuerdo con el FMI no resulta una estrategia creíble. La brecha cambiaria comenzó a crecer en forma constante desde marzo hasta ubicarse nuevamente en 100%. Al mismo tiempo que pisaba al tipo de cambio, se convalidaban nuevas negociaciones salariales con aumentos del 45% y crecía el gasto público. En consecuencia, desde septiembre se quebró la leve tendencia declinante en la inflación y se llegó a diciembre con el 3,8%, el aumento más elevado desde abril.
Hacia adelante el escenario es complejo. A la contradicción conceptual acerca de cómo atacar la inflación, el Gobierno suma la pérdida de anclas y la necesidad de empezar a resolver los desequilibrios fiscales y monetarios. Esta es la causa por la que el Banco Central duplicó en enero la depreciación del tipo de cambio, al 2% mensual. ¿Cambio de estrategia? En parte, pero no suficiente para resolver la apreciación del 2021 o compensar la inflación proyectada de este año.
En la lógica oficial, expresada por el ministro Guzmán, el nivel del tipo de cambio adecuado es el que garantiza contar con superávit comercial. A pesar de las caídas en los precios internacionales de las materias primas y el impacto de la sequía sobre las cosechas de soja y maíz, hay cierto margen para apreciar (mucho más moderadamente) el peso, manteniendo un resultado positivo en la balanza comercial.
La depreciación nominal del peso será superior a la de 2021. A su vez, las tarifas de energía aumentarán también por encima del año pasado. Las dos anclas (de efectividad reducida) desaparecen y los precios empiezan a jugar con más libertad, en una economía ya sin restricciones y bajo desempleo. En el mundo, las perspectivas también están cambiando.
Los Estados Unidos llegaron en diciembre al 7% de inflación anual, la más alta desde junio de 1982. En la Unión Europea también fue récord (5%). Si bien las proyecciones dan cuenta de una reducción de la inflación en ambos bloques, los efectos de la variante Ómicron, el salto en los precios energéticos en Europa y la discusión respecto del alcance del endurecimiento de la política monetaria de la Reserva Federal mantienen la incertidumbre.
Nada lleva a pensar que la inflación argentina será más baja este año. Por el contrario. Los riesgos están a la vista. Pero tampoco el destino es inexorable. Para cambiarlo, se necesita básicamente contar con un buen diagnóstico y mucha decisión y gestión política que encare un camino gradual pero persistente que conduzca a tasas de un dígito en tres o cuatro años.
Hacerlo de la noche a la mañana no es posible; es la fantasía que ya se vivió años atrás. Pero no hacerlo es arriesgarse a que la inflación cambie de forma y se convierta en un animal mucho más peligroso que mine por completo la reputación de las políticas de Estado en poco tiempo más.
Pesimismo en los bancos
Bancos, consultoras, universidades y centros de estudios que encuesta el Banco Central elevaron entre noviembre y diciembre su pronóstico de inflación 2022 del 52% al 55%. Después del mal dato del 3,8% de diciembre, puede que en enero la predicción empeore.
“La inflación en 2022 muy probablemente no vaya a disminuir aún haciendo las cosas bien”, advierte el economista de un banco extranjero con presencia en la Argentina.
El Banco Galicia anticipa un 59% de inflación en 2022; el británico Barclays, 58%; el norteamericano Citigroup, el 55%; su compatriota JP Morgan, 56% y el suizo UBS, 55%, según el último informe mensual, de principios de diciembre, de la firma FocusEconomics. El brasileño Itaú preveía un 50%, pero ya ha corregido al 60%.
En tanto, hay otros que son un poco más optimistas en el reporte del mes pasado: el Supervielle, 48%, el BBVA, 54%; Goldman Sachs, 50%; HSBC, 42%; Santander, 49% y el canadiense Scotiabank, 37%.
Fuente: Medios DIgitales