Que en un país con el 42% de su población bajo la línea de la pobreza y más de cuatro millones de personas con serios problemas de alimentación, en el que la inflación crece todos los meses por encima de los dos puntos porcentuales, sea el rubro de los alimentos uno de los que más traccione el índice de precios habla de impericia, de desidia y de negligencia en su más amplio sentido.
Si la idea inicial de este Gobierno y de todos los que se postulan a la Casa Rosada es acabar con la pobreza asistiendo primero a los que menos tienen, entonces algo en el plan está mal. Y las consecuencias de esa mala gestión, de la agenda de incumplimientos, termina pagándolas justamente aquel a quien se iba a asistir en primer término.
Y no es que se trate de un problema de estos tiempos, que sea una consecuencia de la pandemia, un efecto de aislamiento. Es un drama que se identifica a lo largo de todas las gestiones de las últimas décadas. En todas hubo graves falencias que determinaron que hace años Argentina acumule crisis, problemas y pobreza.
Y aquí estamos, una vez más, frente a una encrucijada, con menos herramientas que antes y más comprometidos que nunca.
Como dato, vale describir que los precios de los alimentos subieron un 4,6% promedio durante marzo y
Un estudio de la consultora LCG realizado en 8.000 productos de cinco cadenas de supermercados arrojó ese resultado, que pone nubarrones sobre el objetivo oficial de meter en caja el costo de vida para frenar la suba de la pobreza.
El estudio detectó incrementos aún más fuertes en panificados y cereales.
El índice de inflación de marzo, que ya tiene un piso del 3,6% y, según las estimaciones privadas, podría llegar al 4%, será difundido por el INDEC a mediados de abril.