Cuántos años pasaron desde las últimas guerras y seguimos con mucha violencia en nuestra sociedad y en el mundo, pareciera que tanto dolor sufrido por la humanidad no nos ha servido para aprender.
Mi mamá solía decir: “para pelear hacen falta dos”.
Cuando observamos nuestro enojo e ira podemos darnos cuenta qué difícil es dominarse a uno mismo, aprender a manejar nuestras emociones y entender que así como yo me enojo el otro también lo hace y si alguno de los dos no para comienza el conflicto.
Lo que hacemos es esperar que el otro pare, nuestro orgullo-ego hace que nos pongamos en esa postura de: ¿por qué tengo que hacerlo yo?
Lo que pude responderme es gracias a Dios: “Puedo parar”, no unirme en esas guerras que sólo separan familias, que a pesar de mi enojo puedo darme cuenta que son emociones que sentimos y que la persona que me ataca también se siente lastimada.
La paz que buscamos y de la cual habla Einstein en la frase no es algo que se consiga afuera de uno o que alguien te la venda, es algo que se conquista y lleva una sola lucha: “con uno mismo”.
Para vivir en paz tenemos que conocernos saber qué sentimos, cómo reaccionamos, qué dolores hacen que me sienta lastimado y sanar en nuestro corazón.
La paz mental de la que tanto se habla no sólo se consigue yendo a un retiro lejos del entorno donde vivimos sino poniendo límites, diciendo que no, eligiendo cómo vivir y mostrándome tal como soy, tanto en mis fortalezas como en mis debilidades.
Solemos venir renovados de esas salidas místicas espirituales donde descansamos y ni bien llegamos a nuestra casa se nos va al tener que convivir con los otros.
La gente enojada busca conflictos, busca descargarse, las personas con rencor hieren personas, las personas insatisfechas también y en esas personas estamos todos. Solemos decir: “yo no soy así”, hasta que nos sentimos lastimados y nos defendemos como un animal herido hiriendo al otro.
Hoy los invito a detenerse un momento respirar profundo, relajar el cuerpo y observar: ¿siento paz en mi corazón? ¿Veo a la persona que vive al lado mío como un igual?
¿Reconozco que el conflicto está adentro mío? Y si está afuera con otra persona ¿por qué no puedo poner límites? ¿Por qué continúo aceptando?
Preguntas para que cada uno se responda a su tiempo, a su manera, como puede y si puede. Siempre con una mano en el pecho dándonos contención, amor y mucho cariño recordemos que si la compasión no me incluye, está incompleta. Bendiciones.