Una fiesta de cumpleaños dejó una veintena de adolescentes contagiados de COVID en Posadas. Un misionero que fue a un casamiento a Ituzaingó es apuntado como el causante de una decena (y podría haber más) de contagiados en esa ciudad correntina.
Un culto y un velatorio en Puerto Rico elevó a 10 (también podrían sumarse más casos) los enfermos de COVID en 24 horas.
Los casos enumerados muestran cómo el haber bajado el nivel de alerta en la familia, entre los amigos y conocidos con los que nos juntamos, puede provocar un brote que todavía no sabemos cómo seguirá.
Muchos misioneros ya no usan tapabocas en la calle con excusas que van desde el clima a no creer en la pandemia.
Otros, al escuchar que ya hay vacuna, dejan de practicar las medidas más simples y prácticas para no contagiarse: lavado de manos o alcohol en gel, distanciamiento social y tapabocas. Sin embargo, en Argentina, hay incertidumbre de cuándo se comenzará a vacunar. Y si se hace entre enero y marzo (con efecto recién para mayo o junio en las personas que buscarán la inmunidad) será apenas menos de un cuarto de la población argentina.
El sistema sanitario de Misiones todavía tiene capacidad de respuesta, ya que muchos de los contagiados son asintomáticos o con síntomas leves. El verdadero problema es si aparecen cuadros más graves de neumonía e insuficiencia respiratoria.
Inevitablemente, en especial con las fiestas de fin de año que se aproximan, hay que volver a elevar el nivel de alerta y prevención ante el COVID. Porque nos espera un largo tiempo de convivencia con este virus tan dañino y muchas veces mortal. Si no nos importa el cuidado personal, pensemos en los seres queridos que se encuentran en el grupo de riesgo y podrían contagiarse y pasarla mal.
No volvimos a la vieja normalidad, ni siquiera nos acostumbramos a la nueva que necesita de un mayor compromiso social de todos para evitar volver atrás, a una cuarentena.