
Viviana Montero (40) asumió que las barreras sólo existen en la mente. La discapacidad visual que presenta desde que terminó el secundario, no impidió que persiga sus sueños, aunque aseguró que “desde chica tenía que poner doble esfuerzo y entusiasmo en todo lo que hacía”. En 2003 culminó la carrera de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales, en el Instituto Superior del Profesorado “Antonio Ruiz de Montoya”, y actualmente se desempeña como administrativa en el Consejo Provincial de Discapacidad, donde “me siento una más en el equipo de trabajo”.
Relató que nació viendo un poco con el ojo izquierdo, a causa de un glaucoma congénito -más conocido como presión ocular-, que fue lo que dañó el nervio óptico. “A los 18 años quedé totalmente sin vista pero tuve la posibilidad de ir procesando el cambio, de ir adaptándome”, dijo, al tiempo que agradeció que “tuve muy buena formación de base por parte de mi familia (papá Juan Carlos Montero y abuela Ramona Elena Borges, ya fallecidos-, y su tía Carmen Montero) que supo educarme con todo su amor y con la firmeza correspondiente. Eran bastante exigentes y siempre me transmitían esto de ser responsable en lo que podía, de acuerdo a mi edad, para el día de mañana poder desenvolverme sola”.
Comenzó la primaria en la Escuela Taller para No Videntes “Santos Mártires” donde cursó hasta segundo grado, que fue cuando la integraron a una común, la Nº 664, que funcionaba en la Chacra 32-33, donde completó el ciclo. “Esto fue posible porque una vez operada, mi visión mejoró bastante con la ayuda de anteojos, lo que me permitía ver y copiar lo del pizarrón en primera fila. Pero se volvió a estancar y luego fue en retroceso. Paulatinamente fui perdiendo la vista”, narró.
El secundario lo cursó en el Colegio Normal Superior Nº 10 anexo “San Antonio”. Para ingresar no tuvo inconvenientes por su condición visual. “Me iba de maravillas, tenía excelentes notas, mis compañeros de curso y los profesores eran bastante solidarios conmigo. Me copiaban las cosas del pizarrón cuando no las alcanzaba a ver, me alcanzaban los apuntes, hasta que llegó un punto que me di cuenta que me iba pasando al lado oscuro, que me iba quedando sin vista, porque no llegaba a ver lo del pizarrón ni con anteojos, tenía que estar pegada a la hoja, y lo que me tenía que copiar debía hacer con letras cada vez más grandes”, graficó. A partir de ahí su familia decidió que fuera al Centro de Rehabilitación del Ciego “Santa Rosa de Lima”, una institución especializada en trabajar con personas que tienen alguna discapacidad visual (ciegas o con baja visión), donde hay un equipo de profesionales preparados. “Ahí tuve que empezar de cero, tuve que desenvolverme usando ya los otros sentidos: aprender a hacer las cosas de la casa, a escribir y leer en Braille, a usar el bastón para movilizarme sola por las calles, utilizar la computadora, amigarme con la tecnología, ya con otros sistemas de apoyo para personas con mi discapacidad”, comentó.
Al hablar de su carrera, confió que buscaba algo que tuviera salida laboral, “en lo que me pudiera desempeñar sin mayores dificultades, de la manera mas óptima, según mi condición. Si bien había antecedentes de otros profesionales ciegos (abogados, comunicadores), prefería la docencia. Sentía que tenía alma de docente”. Así fue que optó por la carrera de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales, en el Montoya.
En ese momento Viviana sintió que las cosas iban un poco cuesta arriba pero “fui saliendo del paso, gracias a toda la contención que tuve. Es importante remarcar porque más allá que le puse voluntad en una situación adversa, lo que vale es el apoyo de la familia y de las instituciones”, como el mismo Centro del Ciego, el Club de Leones -en la persona de Lilia Rosa Valdez- que le facilitó la máquina Braille, cuando comenzaba el terciario.
Cursar la carrera de cuatro años de duración fue un desafío porque “estando totalmente ciega era otra la metodología a la que tenía que recurrir. Debía grabar las clases, pasar a Braille los apuntes, bibliografías, programas. Me grababan mis compañeros, el grupo de estudio, algún que otro profesor, mis familiares o un grupo de lectores voluntarios del Centro del Ciego. Me conseguían los casetes, me donaban las hojas. Hubo mucha gente involucrada que hizo que pudiera concretar mi meta”. Así fue pasando las instancias, rindiendo parciales, finales, en forma oral. Presentaba los escritos hechos en la computadora “gracias a la ayuda del lector de pantalla, que es la aplicación que utilizamos las personas con discapacidad visual, que nos va verbalizando todo lo que sucede en la pantalla”.
Por fortuna, desde el Club de Leones, le facilitaron la máquina de escribir Braille que “era bastante costosa y la habían donado leones de Japón. Aún la conservo, con el logo del club. Cada tanto le hacemos un service y sigue funcionando. Me simplificó la vida de estudiante. Me fue de gran ayuda para pasar todas las grabaciones de las clases. Era un trabajo interminable. En los tiempos libres me instalaba a desgrabar, pasar a Braille, así ese casete me servía para grabar otra clase. Fue mi profesora de francés, Neli Camargo, era socia del club y me conectó con Valdez”.
Las clases prácticas las hizo en el Instituto Politécnico San Arnoldo Janssen y en el CEP Nº 4. Para prepararlas, iba a la Biblioteca Popular y con la ayuda de un scanner lector de libros iba grabando la información de las páginas según la bibliografía que necesitaba.
Al recibirse, consiguió horas en la Escuela Especial Nº 4, de Garupá, “pero no en lo que me formé, con ese título habilitante. Antes no era tan sencillo el tema de la inclusión laboral para las personas con discapacidad. Uno mismo tenía que abrirse camino y buscar la vuelta”, rememoró. Así que “me qué en esa escuela por unos años, dando artesanías. Si bien me sirvió la parte pedagógica, no tenía la especialización en educación especial, por eso es que me aboqué a un taller de oficio porque ya tenía experiencia en las artesanías. Había hecho talleres en el Centro del Ciego, y solía ayudar a mi abuela en la confección de bolsos, portatermos, sobres portadocumentos, todo hecho en papel madera y decorados. Tenía esa actividad con los chicos más grandes, de 15 años en adelante, que ya pasaban a los talleres de formación en oficios”.
Por razones de salud, tuvo que dejar de trabajar en el establecimiento. “Para mantenerme en pie y no caer, decidí enfocarme en otras cosas. En ese interin me dediqué a la música, a acompañar con el canto al ballet folclórico de la Especial Nº 1 -actual Compañía de Arte Inclusiva ‘Clotilde González’, de la que formo parte y con la que participaré del pre Festival Nacional del Chamamé -, y a cursar un taller de informática adaptada en el Centro de Formación Laboral de Resistencia, Chaco, ahora CEFOL Nº 41, que me sirvió de gran ayuda. Si bien tenía conocimientos básicos de manejo de PC, esto me ayudó bastante a ampliar mis recursos. También hice un taller de auxiliar de cocina en el ITEC Nº 1. Siempre fui bastante multifacética. Creo que es el secreto para mantenerse activo”, recalcó.

Un día la llamaron para trabajar en el Consejo Provincial de Discapacidad, como administrativa, “donde utilizo los mismos recursos, la máquina Braille para tomar datos, utilizo la computadora para todo lo que es sistematización, para cargar planillas, hacer notas, informes, investigaciones. Me siento a gusto donde estoy y con lo que hago, soy una más del grupo”, celebró.
Poco antes de empezar a trabajar como profesora brindó talleres de lectoescritura Braille a docentes de escuelas comunes, en el Club de Leones. “Pusieron entusiasmo y compromiso para aprender. Es que a la hora de la verdad requiere de mucha práctica y hay que ser constante. Se pretende que las carreras de formación docente incorporen a la currícula la lengua de señas, la enseñanza del Braille y cuestiones básicas en cuanto a la temática de la discapacidad misma”, sostuvo Viviana, para quien el teléfono es su fiel compañero porque el TalkBack “me va leyendo, es como un asistente, un ayudante”. Como si fuera poco, Viviana integra, además, el grupo “Misiones teje por un sueño”, con el que suele colaborar en el armado de las mantitas que se preparan para donar a las mamás de neonatología del Hospital Pediátrico. “Como me encanta tejer a dos agujas, colaboraba con el armado de los cuadraditos tejidos. Después el resto de las mujeres, los unía para hacer las mantas”, contó.