A pesar que en ocasiones tuvo que conducir a 150 kilómetros por hora para salvar la vida de algún paciente, “nunca tuve un percance en la ruta y ningún rayón hice al auto que llegó 0 kilómetro” a la entonces sala de primeros auxilios y maternidad de Corpus, se jactó María Magdalena Gómez (77), la primera chofer de ambulancia que tuvo la provincia de Misiones, entre los años 1975 y 1976. Más conocida como “Kitty”, nació en la primera capital del Territorio Nacional de Misiones y durante 32 años desempeñó tareas en el hospital local como enfermera, hasta su jubilación, en 2003.
Recordó que su mamá, Gabina Gómez, y su par, Ramona Dañeleski, eran las dos únicas enfermeras en la localidad, y que ella debió suplir a su madre tras un accidente laboral. “Tuvimos que trasladarla al Instituto del Quemado de Buenos Aires, donde permaneció por el lapso de ocho meses. Como soy hija única, dejé dos chicos, de tres y cinco años, con una cuñada, para poder cuidarla. Me puse fuerte y ayudaba a las enfermeras y mucamas el nosocomio porteño, eso fue lo que me abrió las ganas de trabajar en el rubro”, contó.
Cuando volvieron, Gabina se acogió al beneficio de la jubilación y desde el Ministerio de Salud Pública sugirieron que “Kitty” trabajara en lugar de su madre porque “era lo que correspondía”. Hizo un curso de enfermería por correspondencia y las prácticas en el hospital Madariaga con los doctores Angeloni y Casatelli (ambos fallecidos), y comenzó a trabajar en Corpus.
Después de un tiempo trajeron una ambulancia pero en el hospital eran todas mujeres, a excepción de Zoltan Kerenyi, un médico que había venido desde Hungría y trabajó en la localidad durante muchos años, hasta su muerte. Según Gómez, desde Salud Pública “no querían que manejara un efectivo de la Policía o un empleado municipal porque no se quería hacer cargo de otra repartición y significaba un riesgo a la hora de producirse, por ejemplo, un accidente”.
Fue entonces que el intendente Isaac Mazal y el secretario de Gobierno Néstor Markiewicz “me pidieron que me ocupara del móvil teniendo en cuenta que yo manejo desde hace más de cincuenta años. El temor era que ante la falta de un chofer la unidad regresara a Posadas y hasta que nombraran alguno iba a pasar mucho tiempo. Si lo devolvían era difícil que volviera a la comunidad”.
“Y bueno, yo me hice cargo porque soy muy responsable en lo que hago. Manejé el Renault 12 Break equipado con camilla durante un año y medio, en los años 1975 y 1976, hasta que comencé con problemas en los riñones. Cuando llevabas a un paciente al Madariaga había veces en las que te obligaban a que bajaras la camilla y yo no podía hacer esa fuerza”, relató.
A raíz de ello, su difunto esposo, Miguel Alejandro Rybinski, le pidió que renunciara a esa tarea ya que era algo que desarrollaba ad honorem. “Con el mismo sueldo de enfermería, trabajé de chofer a cualquier hora, por la noche, a la madrugada, muchas veces me levantaba de la mesa para llevar a alguien. Cuando entregué la ambulancia me tocó ver enfermos que llegaban graves y no había medios para trasladarlos, sea porque el móvil no se encontraba, estaba averiado o sin combustible, entonces los llevaba con mi propio auto”, confió quien cursó el secundario en el Colegio Profesional de Mujeres de Posadas, donde se recibió de profesora de bordado a máquina.
En caso que estuviera de guardia, enseguida buscaban un reemplazo para que “Kitty” subiera a la ambulancia y en sus días libres también debía manejar. “Como tenía teléfono, me llamaban y me ubicaban”, dijo, al tiempo que se explayó con una de sus anécdotas. Una vez, mientras viajaba junto al doctor Messina, cruzó un control de Gendarmería Nacional que no tenía barrera porque llevaban a Posadas a un bebé que se estaba muriendo. “Pasé sin decir buen día. Los integrantes de la fuerza comenzaron a silbar pero no me iban a alcanzar porque volaba. A la vuelta paramos a explicar el motivo de porqué íbamos tan rápido.
El objetivo era salvar la vida de ese inocente. Aceleraba porque me parecía que la criatura no iba a sobrevivir. Pero llegamos, vivió y ahora ya es mamá”, señaló entre risas al relatar la hazaña. “Lo que valía era la vida, no lo que yo estaba haciendo en ese momento. Había que llevar a todo tipo de enfermos, accidentados, macheteados”, aseguró esta profesional que también supo hacer de taxista para contribuir a la economía del hogar.
Una de las secretarias de la sala había registrado 105 partos atendidos por “Kitty” pero cuando la mujer se fue de la institución ya no contabilizaron más y “perdimos la cuenta. Ella se fue y yo nunca me ocupé de eso”. Trajo niños al mundo en plena calle, en la parada de colectivos que se encuentra al costado de la Municipalidad, en el caso de mujeres que no estaban en condiciones de llegar hasta el hospital. “Tuve que traer la caja de partos, toallas y atenderlas ahí”, graficó. También durante una madrugada habían traído a una parturienta con un tractor y dio a luz sobre un colchón, sobre el acoplado.
En esa oportunidad fue a dar una mano a la enfermera Celestina Paredes, que recién había ingresado al nosocomio y hacía su primera guardia. “Como estuve siempre dispuesta me fui y rápido porque los minutos valen oro en la vida de una persona. La atendí arriba del acoplado y, por pudor, quería que apagara la luz pero estábamos debajo de una jirafa el alumbrado y no se podía. Muchas otras veces también concurrí a domicilios particulares”, sostuvo la mujer, para quien el mayor halago es que “la gente me reconozca, me salude”.
Indicó que la sala era pequeña pero que recibía a mujeres de toda la zona. Hubo ocasiones en las que parturientas que vivían muy lejos venían quince días antes y se quedaban hasta que llegara la hora del parto.
“Anduve mucho, sufrí mucho, pero siempre haciendo lo que me gusta. Y el resultado es que salgo a la calle y todos me saludan. Destacan el trabajo que hice porque me brindé de corazón. Todos me quieren y para muchas mujeres soy como una madre. Muchos me abrazan y me dicen: mamá me contó que yo nací con usted”, agrega orgullosa mientras exhibe una enorme cantidad de diplomas y reconocimientos que recibió a lo largo de su carrera.
Cuando la encuentra por el pueblo y en tono de broma, el personal del hospital de Corpus le dice: “Y bueno Kitty, cuando vas a venir a hacer el relevo. Yo le contestó, cuando quieran, llámenme que no tengo problemas”, evoca risueña mientras selecciona fotografías que son testigos de una época que al rememorar, le llenan el alma.