Leemos en un texto específico que la depresión surge en un contexto interpersonal como un duelo, una disputa, un cambio vital o la falta de relaciones satisfactorias, siendo preciso reconocerla para empezar a tratarla. Y vean lo que Indra Devi nos decía hace algunos años: “A menos que podamos suprimir las tensiones, ellas nos suprimirán a nosotros”.
También la maestra Ivonne Millerand nos advertía: “Condicionados por el entorno, sofocamos nuestros impulsos de rabia o miedo. Estas emociones pueden llegar a ser más perniciosas cuando subsisten de manera latente acarreando angustia crónica, desmotivación y una permanente duda acerca de los propios valores. Les sigue un deterioro general, disminuye progresivamente la capacidad de expresión y acción y el organismo se debilita.
Un círculo oscuro donde se suceden sobresaltos y depresiones parece envolvernos, haciéndonos cada día menos aptos para comunicarnos con los demás, nos sentimos aislados y lo estamos realmente, produciéndose un desgaste interno que afecta la salud”.
Coincidentemente, en un libro sobre Yoga Terapéutico el Dr. Pierre Jackemard describía los estados depresivos en estos términos: “Se caracterizan por la falta de interés y por una tristeza peculiar, ausencia de dinamismo, elucubración interminable sobre el pasado, apatía, sensación de falta de alicientes, devaluación de la existencia, cansancio, pérdida de autoestima, ideas sombrías y dolores”.
Y añadía: “Siempre acompañando a los ineludibles tratamientos profesionales, como coadyuvante, la práctica del Yoga puede contribuir a atenuar esos síntomas.
La respiración completa practicada con lentitud y concentración, junto a posturas tan reparadoras como la de relajación consciente, así como equilibrios sencillos en triángulo, árbol o flexión de pie; sedentes con torsión moderada de pelvis como la de Marici, de gran eficacia, y otras como perro y tortuga, surten buenos efectos siempre que insistamos en sincronizarlas concentradamente con la respiración, desarrollando la sensibilidad propioceptiva al esquema corporal”.
Precisamente la respiración completa y consciente que acompaña a la práctica del Yoga es la forma más simple del Pranayama. Recordemos que Prana designa a la energía vital y Ayama es su regulación; es el control de nuestra energía más depurada, física y mental. Como decía Ivonne, “la distensión y la respiración regularizan nuestras funciones, saneando nuestra economía interior, aumentando nuestro potencial energético y dejándonos la sensación de soltura general y plenitud”.
Y nos recuerda la espontánea eficacia del… ¡suspiro!, común a humanos y animales, que surge antes de dormir, al despertar, después de una crisis de llanto, cuando hay tristeza o problemas y también bienestar o satisfacción; se trata del suspiro de desahogo que surge naturalmente respondiendo a una necesidad, pero que también es posible hacerlo voluntariamente en cualquier momento, con una técnica sencilla que detallaremos en una próxima nota.
Ahora bien, “para obtener la calma son indispensables la adhesión personal y la aceptación de esa sensación de estoy aquí, soy aquí” nos advertía Ivonne.
Para ello, y con la venia de nuestro Doctor, la regularidad en la práctica del Yoga es fundamental, práctica que se tiene que ir adaptando al particular estado mental y físico de la persona, por lo que es conveniente comenzar con clases individuales. Como decía Indra Devi, aceptar y cumplir con regularidad esta disciplina nos ayuda estar sosegados, sin ansiedad ni temor y con confianza en nosotros mismos, afirmación que ejemplifica con su experiencia personal: “El Yoga me ha proporcionado tranquilidad mental, salud física y una maravillosa sensación de felicidad interna”.
Y en la hora del ahora, en la clase de Yoga, comenzamos a recuperar saludablemente el presente y a transitar con una sonrisa el olvidado -o eludido- sendero hacia nosotros mismos. Namasté.
Colabora
Ana Laborde
Profesora de Yoga
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