Conversando con un viejo amigo me decía, una tarde, no hace mucho, llevé a mi familia de excursión al campo; estaba tapizado de flores y por todas partes encontramos paseantes que corrían con sus niños.
Mi nietecito, que se nos había adelantado, regresó y, tirándome el saco, me preguntó.
– Abuelo ¿por qué esta flor no tiene perfume? y me señaló la flor del cardo. Por un instante no supe qué responder, pero luego le dije:
– Una flor tan hermosa no necesita tener perfume.
– Todas las flores deberían tener perfume- replicó el chico no muy convencido con mi respuesta y como si aquello le pareciera una injusticia. Las palabras del niño persistieron en mi mente, incluso a mi regreso a casa. ¡Todas las flores deberían tener perfume!
¿Podría yo censurar a mi nietecito por pensar así?
¿Es justo o erróneo esperar tanto de los demás?
Me senté en un banco de mi jardín a contemplar las camelias, ninguna era semejante a las demás. Esa diferencia forma parte del orden natural, me dije.
En primavera florecen los duraznos y las granadas, en mayo; en invierno los lapachos.
Si muestra esperanza están en armonía con la naturaleza, la veremos realizadas con frecuencia.
El hombre es otro producto de la naturaleza y cada ser humano tiene sus propias características. Por desgracia muchas de nuestras esperanzas son sugestivas.
El padre, espera que su hijo sea buen estudiante. En caso negativo suele culpar al maestro y busca otra escuela para su retoño.
Esperar que la azalea se parezca a la orquídea y la magnolia sea como el pino.
“No pidamos peras al olmo”.
Colabora
Aurora Bitón
[email protected]