Rincón de leyendas e historias si los hay. Tierra de guaraníes y jesuitas, también de Horacio Quiroga. Espacio buscado y escogido por muchos para disfrutar de la vida, como Aída Ofelia Giménez, enfermera de psiquiatría y escritora que decidió dejar Buenos Aires y volver a su provincia natal, pero lejos de las grandes urbes como la capital.
“La idea de vivir en Teyú Cuaré surgió cuando lo conocimos. Soy posadeña, pero después de tantos años de la locura de la ciudad no la quería otra vez, entonces lo que buscábamos era un lugar donde por lo menos hubiese árboles; cuando vi eso le dije a mi marido ‘acá quiero vivir’”, confesó.
Y añadió que “fue antes de Yacyretá haga todo lo que hizo, de que lo arruine todo, cuando el nivel bajo del Teyú Cuaré, el que vivió mucha gente de mi familia, regalaba otra vista. Era maravilloso caminar dos kilómetros, estar todo el día en el agua, tomar mate bajo la sombra de los árboles, era mágico, ahora ya no lo es tanto. En ese momento nos empezamos a abocar a ver qué conseguíamos y mientras tanto vivíamos en Paraguay, por una cuestión monetaria, eran tiempos del uno a uno”, reconoció y recordó que “nos mudamos en mayo de 2003, hace quince años ya”.
Y memoró que “la obra de la represa la vivimos con mucha angustia, veíamos pasar los camiones cargados de piedras para hacer los terraplenes al río, que no eran necesarios, porque tiene sus barrancos naturales, cortaron todos los árboles, achicaron el nivel bajo del parque, hicieron una construcción para una supuesta vivienda de guardaparques y unos sanitarios, pero en el medio, no en un costado, donde no se viera. Cuando uno llegaba al peñón caminando se encontraba de golpe, luego de esa última curva, con todo el Teyú Cuaré, sus paredes y Paraguay enfrente, ahora se topa con esas construcciones que además fueron vandalizadas; pero como todo, se supera, dejé de pensar en lo que era y tratar de disfrutar lo que quedó”.
Entonces, “cuando vienen los hijos, los amigos, la familia, tomamos matecitos con las patas en el agua y trato de revivir en mi mente, a través de los libros de Quiroga, cómo fueron aquellos tiempos.
‘La Meningitis’, por ejemplo, según uno puede ver, estuvo ambientado allí, en lo que era en aquella época, si lo conocí hermoso imagino lo que habrá sido en su tiempo, trato de embuirme de su río, de sus leyendas, de todo lo que fue el escritor en ese ambiente”, mencionó la escritora que trabaja con alumnos en las escuelas hablando de este uruguayo que encontró aquí su lugar en el mundo.
“Le cuento a los chicos las sensaciones que pudo haber tenido, cómo vivieron sus mujeres, les hago remontarse, imaginarse cómo habrá sido para esas chicas jovencitas que venían de un ambiente social, encontrarse en medio de la selva, cuando había yaguaretés, serpientes, porque entonces podrán comprender cómo nacieron los cuentos, a Quiroga se lo puede encontrar en sus cuentos, en ‘El techo de incienso’, si bien habla como si fuera otra persona, es él cortando las tejuelas del tronco para hacer el techo y luchando con la brea para tapar los agujeros; en ‘Los destiladores de naranja’, porque hacía licores, era multifacético, hacía mil cosas y dejaba un poco solas a sus esposas y aunque con la segunda trató de insertar ciertas comodidades de la ciudad, en la selva es imposible al menos que le guste”, subrayó Aída, quien dejó su carrera de enfermería de lado cuando aún le faltaban algunos años para jubilarse.
“Pensé que seguiría trabajando, enfermeras especialistas en psiquiatría siempre hacen falta, pero estamos a nueve kilómetros del pueblo, de allí tenía que tomar un colectivo para venir a Posadas, estar ocho o diez horas y volver, entonces le dije a mi marido que con su jubilación podíamos vivir los dos hasta que tramite la mía con los aportes que tenía y dedicarnos a disfrutar; eso hicimos, tengo mi huerta, mis perros, mis gatos”, relató.
Y añadió que, “si te gusta, no es un trabajo difícil, sólo lo es para el que no le gusta la psiquiatría; cuando me recibí de enfermera trabajé primero en clínicas, estuve en terapia intensiva, después me especialicé en diálisis, que es un área muy triste porque los pacientes se van deteriorando y a veces se van y no vuelven, a veces se te van estando en el sillón, entonces surgió la oportunidad del curso de psiquiatría, paralelamente hice el de salud mental”.
“El entorno del enfermo psiquiátrico depende de cómo uno lo tome, si uno lo entiende como que están todos locos y no sirven para nada, que no pueden hacer nada y que se está ahí para medicarlos y nada más, va a ser así, pero si uno lo toma desde el lado que son personas con su mundo individual, que cada uno tiene su mundo y con historias muy trágicas, tapadas con la locura y otras con consciencia de los que les pasó, es muy diferente”, describió.
E hizo hincapié en que “el enfermo mental es muy especial, es un ser cariñoso que necesita afecto, contención, no sólo del medicamento y como soy medio rayada, mi marido dice que no renuncié, sino que me escapé, hacía con ellos orquestas con latas, campeonatos de truco, de chinchón, generala, hasta con la sopa, porque nunca tenía muchos fideos entonces les decía que ganaba quien más encontraba, la pasábamos lindo; hasta los hice jugar al amigo invisible, entregarse, darles otra cosa, no sólo el ambiente hospitalario, para Navidad armaba la mesa con lucecitas, festejábamos, eran cosas que muchos nunca habían vivido”.
Y, por supuesto, “la literatura fue una forma de catarsis, porque a veces esos mundos te apabullan un poco y la vida cotidiana también”, reconoció.
Locura mágica
“Leyendo sus cuentos de Horacio Quiroga uno puede llegar a comprender lo que sintió y vivió, en San Ignacio la gente que todavía es reticente a quererlo, aunque separan al escritor del hombre, porque dicen que era muy soberbio, muy irónico, y sí, tenía ciertas ironías, pero era su manera de ser, tenía una locura mágica, era muy huraño.
No hay muy gratos recuerdos sobre él”, dijo Aída, y añadió que “trato de rescatar al escritor y que los chicos a través de su literatura aprendan a amar la naturaleza, conozcan a nuestro primer cuentista latinoamericano y que el día de mañana se sientan inspirados a escribir”.
“A mi criterio, lo que hizo Quiroga fue transcribir el sentimiento de los animales, sus miedos, sus angustias, la pérdida de su territorio, el maltrato, por eso digo que en ‘Cuentos de la selva’, que está por cumplir cien años, no sólo deja un mensaje sino una advertencia al ser humano de lo que ya perdimos, que es casi todo”, opinó la escritora.