El domingo pasado destacábamos que la relajación brinda paz al cuerpo y serenidad a la mente. En la práctica del yoga es primordial y en la vida cotidiana aporta una saludable recuperación cuando hay situaciones estresantes, como decía el profesor José María Ansaldi, quien también proponía recursos sencillos y accesibles para cualquier momento del día.
Supongamos que nuestra jornada está tan cargada de actividad y tensiones que podemos llegar a sentirnos agitados, cansados y con falta de energía. Procuremos entonces apagar el celu, tomarnos quince o veinte minutos y buscar un lugarcito tranquilo, en penumbra, donde podamos alejar estímulos estresantes, disipar vibraciones negativas, encontrar la calma y revitalizarnos.
Estando ahí, nos sentamos cómodos y con la espalda derecha o, en el mejor de los casos, nos acostamos aflojando el cuerpo y la ropa. Cerrando los ojos, comenzamos a pasar lentamente una onda de relajación desde la cabeza hasta los pies, invitando mentalmente a las zonas tensas a soltar sus tensiones.
Y ya con la sensación física de ir relajándonos gradualmente, y para alejar pensamientos acuciantes de la mente, imaginémonos en un lugar hermoso y tranquilo, en contacto con la naturaleza. Visualicemos sus colores, percibamos la temperatura del aire, algún leve perfume de flores y los suaves y agradables sonidos que nos rodean.
Allí nos quedamos sin noción del tiempo, en el puro ahora, disfrutando placenteramente, envueltos en una sutil música celestial y bañados en la luz de la energía cósmica que nos impregna de vitalidad con sus vibraciones armoniosas.
Hasta que comenzamos a tomar conciencia de la respiración, de las inhalaciones y las exhalaciones. Y con mucho agrado, luego de algunas respiraciones suaves pero profundas, comenzamos a mover los dedos de las manos y los pies y, siempre lentamente, abrimos los ojos y nos desperezamos sin apuro, para regresar renovados a nuestras actividades habituales… seguramente mirando el reloj, sí, pero comprobando que sólo transcurrieron algunos minutos, los suficientes como para que hayamos podido revitalizarnos física, mental y emocionalmente.
Ahora supongamos que estamos saliendo de casa o del lugar de trabajo y disponemos de unos minutos para hacer una breve caminata. Podemos convertirla en una práctica armonizadora si la iniciamos en forma relajada y en postura correcta, es decir, erguidos pero sin tensiones. Luego continuamos con la distensión consciente de la parte baja (sacro-lumbar) de la columna para facilitar la rotación de las caderas; de este modo podremos caminar con menor gasto de energía, mejor amplitud en los pasos y sin aceleraciones innecesarias.
Y así, andando, hacemos pasar una onda de relajación desde la cabeza a los pies y la vamos sintiendo externa e internamente.
Entonces, con pasos tranquilos, vamos llevando la atención a la respiración profunda y serena, y comenzamos a percibir su ritmo: al inhalar podemos contar cuatro pasos, retener lo inhalado en uno o dos pasos y exhalar en cuatro pasos, pudiendo hacer o no una pausa en uno o dos pasos antes de la siguiente inhalación. Obviamente, este es un ritmo ideal que puede variar según nuestras condiciones individuales o de salud.
De esta manera, iremos experimentando poco a poco el placer de caminar sin apremios, disfrutando de la sensación que nos producen los movimientos.
Y aunque esta caminata no sea muy prolongada (ni que decir si agarramos la costanera), aunque se trate de un corto paseo o un simple traslado de un lugar a otro de la ciudad, nos hará sentir con energía y optimismo para realizar cosas, nos ayudará a alejar el diálogo interno de los pensamientos perturbadores y nos permitirá vivir mejor el presente desde nuestra valiosa realidad individual.
Es así como la práctica asidua del yoga, con la guía apropiada, esparce su benéfica influencia hacia todas las horas del día y nos ayuda a lograr estos imponderables momentos de relajación, estos recreos en medio del trajín cotidiano, estas vitales experiencias del aquí y el ahora. Namasté.
Colabora
Ana Laborde
Profesora de Yoga
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