Un escurridizo, audaz y depravado delincuente saltó a las páginas policiales de los medios de comunicación misioneros allá por 2005, cuando se hizo tristemente famoso por sus andanzas en la zona norte de Posadas. Se trata de un hombre de 29 años por entonces, conocido por los alias “Cotorra” y “El sátiro de las tijeras”.
Finalmente, el 5 de noviembre de ese año fue atrapado por efectivos policiales, que lo buscaban desde septiembre tras haber cometido innumerables delitos contra la propiedad, con la particularidad de que robaba en viviendas cuyos habitantes se hallaban durmiendo y, cuando en ellas había menores, los abordaba tapándoles la boca y cortándoles la ropa interior con una tijera para luego manosearlos.
El último en denunciarlo fue un tapicero domiciliado en la chacra 181, quien denunció que fue despertado por su hijo de 6 años, quien le contó que un hombre que entró a su pieza, le cortó el calzoncillo con una tijera y empezó a manosearlo.
Ante el terrible y sorprendente relato, el hombre saltó de la cama y fue a verificar los dichos del nene. No halló al extraño, pero sí comprobó que había desaparecido una mochila donde guardaba sus herramientas de trabajo.
Cuando salió al exterior, se topó con un sujeto que se alejaba con esa misma mochila hacia la esquina de San Martín y Almafuerte y decidió perseguirlo, pero no logró darle alcance.
Una vez realizada la denuncia, efectivos policiales montaron un amplio operativo de búsqueda. A los pocos minutos, el sospechoso fue ubicado y, tras una breve persecución, lograron detenerlo en la zona de Tomás Guido y Almafuerte.

Grande fue el alivio de los investigadores cuando comprobaron que se trataba de “Cotorra”, quien tantas noches de desvelo les produjo. En poder del detenido se hallaron la mochila con las herramientas, una tijera tipo de peluquería y otros elementos que aparentemente utilizaba para ingresar a las casas.
Según quedó comprobado posteriormente, en cada lugar donde entraba a robar, si había niños o niñas, el depravado les tapaba la boca y, bajo amenazas, los despojaba de sus ropitas, con una tijera les cortaba las prendas íntimas y los manoseaba. Por fortuna, en ninguno de los ataques se hallaron rastros de lesiones genitales o violación de los menores.









