La elección del norteamericano Robert Prevost como nuevo Papa marca el inicio de un tiempo de esperanza, renovación y continuidad.
Su llegada al trono de Pedro representa más que un cambio de liderazgo: es la oportunidad de sostener y proyectar el camino trazado por Francisco, un pontificado que puso en el centro la inclusión, el servicio y la cercanía con quienes más sufren. El desafío ahora es mantener viva esa llama, profundizando un proyecto que no teme incomodar cuando se trata de justicia.
Prevost inicia su misión en un mundo herido por conflictos, grietas y desencantos. Su mensaje inicial, “el mal no prevalecerá”, interpela con firmeza y esperanza. No es una consigna vacía, sino una invitación a enfrentar con fe activa las raíces del dolor que afectan a millones. No se trata solo de resistir, sino de transformar realidades, devolver dignidad y recuperar sentidos que muchos han perdido.
Continuar este legado implica avanzar hacia una Iglesia más abierta, con estructuras que escuchen y acompañen. Significa dar pasos hacia una comunidad que no margina, que se atreve a hablar con todos, sin distancias ni barreras. Las palabras deben convertirse en actos. La coherencia entre lo que se proclama y lo que se vive será clave en esta nueva etapa.
El nuevo Pontífice llega en un tiempo donde la credibilidad se construye con gestos, no con discursos. Tender la mano, promover espacios de encuentro, acompañar con humildad y caminar con los pueblos serán señales de una continuidad profunda sobre lo que dejó el inolvidable Francisco para el mundo o Bergoglio para los argentinos.