Finalmente China y Estados Unidos, dos grandes potencias hasta ahora muy reticentes a “sacrificar” el pan para hoy a cambio de evitar el “hambre para mañana”, parecen haberse rendido a la evidencia y empiezan a dar pasos -en apariencia significativos- hacia la mitigación del daño ambiental que amenaza con condenar al planeta en el corto plazo.
Un grupo de trabajo entre ambos países celebró su segunda reunión en Beijing para discutir sobre cómo abordar la crisis climática y amoldarse a las contribuciones requeridas a nivel mundial por la Agenda 2030.
Transición energética, emisiones de carbono, economía circular y la eficiencia de los recursos se pusieron sobre la mesa de debate, así como la voluntad de organizar conjuntamente una Cumbre sobre Metano y otros Gases de Efecto Invernadero en la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29) a celebrarse en noviembre en Azerbaiyán.
La “cumbre” chino-estadounidense celebrada esta semana, y más aún su compromiso de diálogo y de “esfuerzos de colaboración” en pro de medidas de mitigación del daño que día a día hacemos al medio ambiente (especialmente esos dos países) constituye no solo un cambio de paradigma para ambas superpotencias, otrora “negacionistas” del cambio climático o cuando menos poco preocupadas por sus efectos; sino también una brecha de esperanza para el resto del planeta, teniendo en cuenta que cualquier cosa que se propongan estas dos naciones en conjunto está poco menos que “condenada” al éxito.
Ojalá este cambio de rumbo en lo discursivo y ahora también en lo diplomático sea una aspiración genuina y que a la hora de la verdad, cuando se plasmen las intenciones negro sobre blanco y haya que poner manos a la obra, no quede en un mero “lavado de cara” y “acuerdos” para que nada cambie.