A cinco días de celebrar sus 90 años, María Isabel Beitia Ajuria de Zabala Bengoa pudo cumplir el sueño de publicar “Una odisea particular”, un trabajo donde relata las peripecias -desde el inicio de la Guerra Civil Española- que tuvo que afrontar junto a su familia para llegar desde España a la Argentina.
Lo hizo el 6 de julio, en la 47ª Feria Provincial del Libro de Oberá, que en esta ocasión estuvo dedicada a la gran Mafalda.
La emotiva presentación de este libro de la inmigrante española, que en la mesa estuvo acompañada de su hijo José Ignacio “Iñaki” Zabala Beitia, estuvo a cargo de la docente y escritora Mariela Stumpfs.
Hace unos ocho años la abuela empezó a dar forma a las ideas que conforman el libro y este año, sus hijos y nietos insistieron con que debería ser publicado. Así lo hizo, y lo presentó en sociedad tras celebrar sus 90 años.
Este es el producto de recuerdos propios, escritos por la misma autora, con toda su emoción y memoria, pero también es el resultado de varias entrevistas que fueran realizadas por diarios y semanarios de la provincia, que fueron agregadas debido a su importancia. En esos textos María Isabel fue agregando datos, a los ya expresados, enriqueciendo sus recuerdos.
El libro se dividió en una decena de capítulos para una mejor lectura. Los primeros le dan el contexto necesario para entender el porqué de su venida a “América”, como se acostumbraba a decir, aun sabiendo que el destino era Argentina, en ese momento tierra promisoria. Venir a América significaba el abandono del país de origen, del pueblo donde se nació, del caserío, del lugar familiar, y muy posiblemente, dejarlo todo para siempre. Ese era el momento cumbre del inmigrante: la decisión de dejar todo, soportar el dolor de partir, luego la aventura de llegar y la obligación (moral) de construir, construir para sí, construir para el futuro.
Las anécdotas de María Isabel son de su propia vida y familia, de sus hermanos, tíos, primos, pioneros en Misiones desde el 1906.
Una vez desembarcados en Buenos Aires, llegaban a este suelo por barco hasta Santa Ana, con una estadía provisoria en lo que llamaban la comarca de Bonpland, y luego en Mártires, hasta afincarse definitivamente en Oberá (Yerbal Viejo).
De los distintos capítulos surge también la alegría de saberse perteneciente a este lugar, el reconocimiento de saberse argentina a pesar de su origen, porque se participa en toda la vida institucional, cultural y social del nuevo lugar. Y porque lo ha dejado todo, principalmente sus hijos, sus mejores frutos.
Año de protagonismo
Beitia Ajuria fue quien presidió el desfile aniversario de la ciudad de Oberá, el pasado 9 de julio -en coincidencia con el Día de la Independencia Argentina-, en compañía de sus familiares y de miembros de la colectividad española, de la que es fundadora y socia Nº1. La mujer proviene una familia de agricultores y, tras radicarse definitivamente en Oberá, continuó dedicándose a la misma actividad junto a su esposo, que falleció siendo muy joven, por lo que tuvo que salir adelante “trabajando mañana, tarde y noche”.
Don Félix Zabala Bengoa empezó a trabajar en las chacras de los parientes, los Urrutia. “No conocíamos nada. Ni la ura ni el pique conocíamos y aquí nos llenamos de esos bichos. Nuestros hijos tenían granos por todas partes, y después supimos que eran uras. A mi esposo le apretaron la pierna y le sacaron un gusano con pelos y todo, que trajo en el cuenco que hizo con la palma de la mano para enseñarme. Allá no teníamos eso. Era un lugar muy frío. A Ochandiano, nuestro pueblo, lo llaman la Siberia Vasca, al punto que cuando teníamos que ir a la escuela nuestros padres tenían que abrir un caminito con una pala en medio de la nieve”, contó.
El joven matrimonio, junto a Sabino, vino derecho a Oberá. Aquí se estableció en un lugar conocido como “Las 30”. Estuvo dos años en esa zona y compró una chacra en Campo Ramón. Con el dinero que les empezó a dar la producción, comenzaron a comprar ladrillos y a levantar la casa propia. Pero en medio de la obra, les pasó lo peor. El padre de familia falleció mientras supervisaba los trabajos. “Y me quedé sola con cuatro hijos varones en un momento donde los muchachos más necesitaban a su padre. Sabino, tenía 15; Santiago, 13; Félix, 10, y José Ignacio (Iñaki), tres. Tuve que enfrentarme a la situación sea como fuere. ¿Qué remedio me quedaba?”, se preguntó.
En el prólogo de este libro testimonial, Rosa Ema “Quitita” Peruzzo de Moreira señaló que Isabel es una agradecida de lo que Argentina y Misiones, “le han dado”. Y no solo siente agradecimiento por ella, “sino también por sus paisanos, y por todos los inmigrantes ya arraigados en este suelo”. En su caso, “el país vasco español sigue presente en su corazón, está en su voz, en sus expresiones, en sus quehaceres. No importa la distancia geográfica ni el tiempo transcurrido”. Propuso a otros inmigrantes como ella, que escriban sobre su personal “odisea”, que “siempre será un espejo donde debemos mirarnos, para agradecerles lo que realizaron en suelo ajeno, con gran esfuerzo y perseverancia” y para “valorar el significado de trabajar en la paz para por fin poder vivir en paz”.
Luego vino la Fiesta del Inmigrante, y María Isabel aseguró que fue “la primera que estuve ahí en las escaleras para defender lo nuestro y honrar a los que ya no están, otros inmigrantes como yo. Ahí también tuve que hacer lo mío. Fui colaboradora permanente durante 33 años. Estas manos arrugadas, cuantos miles de platos habrán llenado de paella cuya receta la tenía incorporada de mi casa”.
Sostuvo con orgullo que el 9 de Julio -aniversario de Oberá y de la Independencia- se cantaba el himno nacional frente a la iglesia San Antonio. Y “nosotros aprendimos la canción patria entre todos porque eso nos valía un rezo, un respeto, la posibilidad de estar acá vivos. El primer año de desfile, en 1970, éramos pocos. Y de todos los mayores, soy una de las únicas que queda”, recordó.
Reconocimiento
En una reciente sesión del Concejo Deliberante obereño se entregó un reconocimiento a esta valiente mujer, nacida el 1 de julio de 1934 en Ochandiano, Vizcaya, España, que emigró a Argentina en 1962 con su esposo Félix Zabala Bengoa y su hijo mayor, Sabino. Llegó al país con apenas 27 años y dos baúles grandes, siguiendo los pasos de su abuelo Bernabé Beitia, que ya había estado trabajando en el sur del país, y regresó a su patria, con muy buenos comentarios sobre la Argentina. Como si fuera poco, la casa en la que nació la protagonista de esta historia -la tercera de seis hermanos- era conocida como “la Casa del Americano” porque había sido comprada con el dinero que Bernabé logró ahorrar en su trabajo como pastor de ovejas en La Pampa.
El vapor “Monte Udala” tardó en llegar a Buenos Aires 29 días, después de pasar en el mar cosas terribles.
Desde el cuerpo deliberativo coincidieron en señalar que su aporte y legado a Oberá son inmensos, tanto para la historia local como para la Fiesta Nacional del Inmigrante. “A sus 90 años, con cuatro hijos, doce nietos y tres bisnietos, agradecemos su dedicación y su historia que enriquece a nuestra comunidad”, señalaron.
El primer desfile
El 9 de julio de 1971 en el acto de la fecha patria, frente a la Iglesia San Antonio (único lugar donde la calle estaba empedrada) los españoles, andaluces, gallegos, asturianos, vascos, navarros, murcianos, catalanes y otros más, nativos e inmigrantes españoles, con solo nuestro amor pues ni con la bandera contábamos, desfilamos en el Centro Cívico por primera vez, como nuestros hijos hacían con sus respectivos colegios, cantamos el Himno Nacional Argentino con mucha alegría y emoción. Al año siguiente se presentaron nuevamente, pero en esta ocasión con la bandera española. Como gustó mucho esa presencia, se le sumaron los suecos con sus banderas y desde entonces las demás colectividades, llegando de esta forma a la gran Fiesta Nacional del Inmigrante.
Del primer desfile participó María Isabel Beitia Ajuria junto a su esposo Félix Zabala Bengoa; el matrimonio Pilar Fernández y Luis González; el matrimonio Virgilio Marín y Jesusa Urrutia; los hermanos Guerrero, y Don Alonso.